El reto es mayúsculo. Viajar y explorar una de las zonas más inhóspitas del planeta -paleontológicamente hablando- en busca de un objeto que puede ser una quimera o una realidad. Antonio Rosas (Madrid, 1960) sonríe cuando habla del último antepasado común (UAC) que comparten los ... humanos con el chimpancé (un animal que, en el campo genético, es casi un hermano). Es un sueño de cualquier paleontólogo pueda encontrar ese hueco en la evolución. «Cada vez estoy más fascinado por ese nodo, ese santo grial que está por resolver y que ciertamente nos aclararía mucho sobre la evolución humana», explica.
Publicidad
Para poder resolver este enigma y otros que se encuentre por el camino, Rosas ha regresado a Guinea Ecuatorial -la parte continental-, donde desde hace cinco años se buscan áreas de investigación y se estudia a los primates para entender a los primeros homínidos. Unos trabajos que tienen, además, la dificultad de que en esa parte del continente no se han encontrado yacimientos por las condiciones climáticas, que no han permitido la fosilización y las condiciones de búsqueda que han sido «muy hostiles». En cambio, en la otra parte de África, la búsqueda insistente de los científicos han dado sus frutos: el niño de Taung (Sudáfrica) o los australopitecos femeninos como Lucy hallados en Etiopía. Unos yacimientos -y otros muchos- que Rosas, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y director de Paleoantropología del Museo Nacional de Ciencias Naturales, expone en 'Los fósiles de nuestra evolución' (Ariel).
Un libro donde repasa de forma amena el último siglo largo de investigaciones en este campo, que ha dado un salto cualitativo en las últimas décadas. «La paleontología humana es una disciplina que va recogiendo todos los avances tecnológicos desde la física nuclear, para poder datar los yacimientos, o la biología molecular para poder extraer ADN de los fósiles. Gracias a esas técnicas, la documentación fósil de las últimas décadas se ha disparado. Tenemos muchos más documentos que estudiar y España es un buen ejemplo. «Hace veinte o treinta años apenas teníamos nada y ahora tenemos una presencia internacional destacada», explica Rosas, convencido de que se encontrarán «fósiles que se puedan asimilar a ese antepasado común».
«Atapuerca y El Sidrón son las dos piezas claves de la paleontología en España», añade el investigador, evocando sus yacimientos. Porque el paleoantropólogo ha trabajado en Burgos y dirige desde 2003 el estudio de los fósiles neandertales en Asturias. Dos lugares «maravillosos» que todavía guardan muchos misterios.
«El Sidrón nos va a dar resultados llamativos en los próximos años», apunta Rosas. El último fue hace unas semanas. El estudio de los trece neandertales recuperados en la oquedad, todos ellos de una misma familia sufrieron un alto grado de endogamia. «Los neandertales vivieron en grupos pequeños y separados geográficamente, por lo que estaban aislados. El resultado es que empezaron a cruzarse entre los miembros de una misma familia y, con el paso del tiempo, además, el grupo se fue reduciendo y aumentó la endogamia que, mantenida en el tiempo, pudo llevar a una importante disminución de la población», apunta el investigador, que reivindica a esta especie de Homo.
Publicidad
A principios del siglo XX se fijó una idea «trasnochada» de que los neandertales eran primitivos, burdos e inmorales. Una «leyenda negra» que ha quedado incluso en el lenguaje -'Eres un neandertal'-. «Es un lastre, pero ahora ya no están infravalorados. No pasan de moda», apunta. Otra de las creencias «arraigada» es que hay una evolución lineal del ser humano. «Esta metida en nuestro inconsciente, como explicaban en 'Érase una vez el hombre'. Mira que era buena esa serie», indica entre risas el investigador.
«Algunos intentamos explicar la idea de la diversificación y creo que la convivencia de cinco especies humanas es la mejor manera de ilustrar esta evolución», señala más serio Rosas, que recalca que cada vez hay más sorpresas. Por ejemplo, la antigüedad del Homo sapiens se estima entre los 160.000 y los 180.000 años. Pero los hallazgos en Jebel Irhoud (Marruecos) datan restos de los 300.000 años. «Esto nos propone un debate muy bonito», apunta.
Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.