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R. C.
Viernes, 21 de septiembre 2018, 09:34
El tratamiento que recibe un paciente con alzhéimer tiene dos vertientes. La primera es farmacológica y la segunda, terapéutica. Ambas, mientras antes comiencen, mejor. El diagnóstico precoz, incluso a través de biomarcadores, puede ayudar a ralentizar o paralizar el avance de la enfermedad. Actualmente se ... desarrollan 105 fármacos para su tratamiento, según el artículo 'Desarrollo en proceso de fármacos para la enfermedad de Alzheimer 2017», realizado por el Centro Clínico Lou Ruvo para la Salud Mental de Cleveland. «De estos fármacos, 25 están en 29 ensayos en Fase 1, 52 en 68 ensayos en Fase 2 y 28 en 42 ensayos en Fase 3. El 70% buscan modificar el curso de la enfermedad, el 15% pretende mejorar los síntomas cognitivos y el 13% aborda los «cambios neuropsiquiátricos y del comportamiento», sostiene el artículo publicado por la 'Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos'. La mayoría de los ensayos están patrocinados por la industria biofarmacéutica e incluyen más de 53 mil pacientes «en fase preclínica (detectable sólo por los biomarcadores), prodrómica (con síntomas cognitivos leves) y con demencia por alzheimer».
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, «la enfermedad no tiene cura», sostiene Sagrario Manzano, coordinadora del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología. «Pero existen tratamientos que, al menos por un tiempo, consiguen detener o ralentizar la progresión de la enfermedad. Por lo tanto, un tratamiento precoz permitiría estabilizar al paciente en las fases más leves de la enfermedad y retrasar la evolución unos años, lo cual es fundamental para mejorar la calidad de vida de los pacientes».
En su primer estadio, al inicio de la disfunción neuronal, quien enferma no muestra síntomas relevantes. Pero los familiares pueden apreciar cambios que pasarían, de no estar atentos, desapercibidos durante esta fase preclínica, según el estudio 'Marcadores cognitivos y morfológicos cerebrales', de la Fundación Pasqual Maragall y la Fundación La Caixa. La investigación indica que el cambio cognitivo y el «recuerdo libre demorado» se relaciona con una disminución en el volumen de zonas del hipocampo y el cerebelo.
Aun desconociendo la información de la pérdida de facultades cognitivas, los sujetos estudiados mostraron una pérdida de memoria. Sin embargo, «es plausible que la apreciación de nuestro propio estado cognitivo puede estar influenciado por los rasgos de personalidad, junto a correlatos estructurales cerebrales específicos», mantiene la investigación. Que los enfermos no diagnosticados, que tampoco perciben el declive de sus funciones neurológicas (algo conocido como 'anosognosia'), presentan indicadores subjetivos en la fase inicial es un tema actual de debate, advierte el estudio.
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