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Llevaba dieciséis años en busca y captura desde que escapó durante un permiso penitenciario y se había convertido en la obsesión de la Europol. Jean Marc Sirichai Kiesch, Siri, luxemburgués nacido en Tailandia, estrenó su mayoría de edad matando a martillazos a una mujer de 69 años para desvalijarla. Él y su cómplice decidieron quemar la vivienda donde perpetraron el crimen, pero eso no impidió que la Policía les echase el guante. Su fuga, cinco años más tarde, era hasta la pasada semana el último capítulo de un episodio sin resolver. Desaparecido del radar de todos. O eso pensaba Siri.
Un vecino de Punta Umbría, curioseando en las webs de los más buscados, reparó en la fotografía de un tipo que le resultaba extrañamente familiar, rodeado de todo un catálogo de rostros patibularios y malencarados. A su memoria acudió la imagen de un joven con el que, allá por 2013, había coincidido en un chiringuito de la localidad onubense que ambos frecuentaban. Apenas había cambiado de aspecto. Vio su historial delictivo y le faltó tiempo para comunicarse con la Policía y contarles su hallazgo. En Luxemburgo llevaban tiempo esperando ese golpe de suerte y enviaron una requisitoria a España para atrapar al asesino. Cuando el aviso llegó al Grupo de Localización de Fugitivos Internacionales de la Udyco Central, los agentes se lo tomaron con cierta reticencia, a fin de cuentas si algo caracteriza a alguien que huye de la ley es que cambia de aspecto y de ubicación.
Sin embargo, conforme avanzaban las pesquisas, ese tiro al aire iba cobrando verosimilitud. El sospechoso, a la sazón de 39 años, casado y con un hijo, no dejaba ningún rastro documental -trabajaba sin contrato y cobraba en negro-. Después de un mes de pesquisas y vigilancias, cerraron el cerco y detuvieron a Siri, que no ofreció resistencia. «Siempre supe que este momento llegaría -dijo a quienes le arrestaron-, había pensado incluso en entregarme».
«La paciencia del cazador es la virtud del investigador». Lo dice Fernando González, inspector jefe de la Sección de Localización de Fugitivos, un año en el cargo y doce más en la Policía Judicial. El equipo que dirige, y que integran un total de quince personas, es el que más fugitivos en paradero desconocido detiene de entre todas las Policías europeas. No están solos. La red que coordinan llega a todas las provincias de España, donde otros policías -alguien, por ejemplo, de estupefacientes- sabe que entre sus cometidos está también el de servir de sabueso sobre el terreno. Que reciban apoyo desde Madrid dependerá de si carecen de los recursos suficientes o de la especial relevancia del objetivo.
El año pasado, 486 malhechores en busca y captura cayeron en sus redes, una cifra que hasta la llegada del Covid -también los malos han estado confinados- llevaba años creciendo de manera sostenida. Aún así hasta agosto suman ya 174 arrestos, entre gente requerida por juzgados españoles y de países sudamericanos (99) y aquellos que están reclamados por el resto del mundo (75), cada una de esas dos categorías a cargo de un grupo específico. Auténticos perros de presa, como ilustra el anagrama de la unidad: Cerbero, el guardián de tres cabezas que custodia la entrada al infierno. Son ellos los que ponen al huido a disposición de la Audiencia Nacional, que será luego quien decida si procede o no la extradición.
Conviene recordar que detrás de esta tarjeta de presentación no sólo está el buen hacer de estos agentes. También que España -clima amable, estilo de vida atractivo y un idioma que comparten 500 millones de personas en el mundo- es el refugio predilecto para quienes huyen de la justicia. «Barcelona y Málaga son dos de las comisarías a las que damos más trabajo». Lógico, si tenemos en cuenta que lo más granado del lumpen mundial busca en Cataluña, Málaga o Levante la guarida donde escapar al largo brazo de la ley.
- ¿Se lo ponemos fácil?
- Al contrario. La presión ha aumentado, al menos desde el punto de vista policial. Nuestra percepción es que, poco a poco, los fugitivos potentes que estaban asentados en la Costa del Sol se están moviendo a otros países.
El día a día de estos grupos parece sacado de un guión cinematográfico. Siempre mimetizados con el paisanaje, ya sea disfrazados de funcionario de Correos, de agente inmobiliario o de repartidor de Amazon; el mono de trabajo en la mochila o un traje en el maletero, por si toca seguir al objetivo a una fiesta VIP. Un trabajo sobre el papel dividido en dos turnos pero para el que no hay horarios, donde a una vigilancia monótona de varias horas le sigue un estallido en forma de arresto, en permanente contacto con policías del resto de países europeos (los cazadores de fugitivos se agrupan en torno a la red ENFAST) o la Agencia Antidroga norteamericana (DEA).
Idiomas, buen estado físico -«alguna carrera ya nos toca pegar»- y una vida de pareja más que flexible, elástica. «Con el petate siempre a cuestas», explica la jefa del Grupo 1 (internacional), casada, con dos hijos y reacia a dar su nombre o su edad. Sólo en el último mes ha tenido que salir cuatro veces de estampida a Málaga, la última cambiando el paso sobre la marcha para interceptar a Siri. Dice que trata de controlarse con el café, «pero hay seguimientos donde tranquilamente pueden caer media docena».
Aquí no verán carteles de 'Se busca' como ocurre, por ejemplo en Reino Unido -donde grupos de particulares como los 'Crime Stoppers' colaboran con la Policía en la captura de elementos peligrosos-. ¿Por qué, cuando te las tienes que ver con elementos que buscan su impunidad en el anonimato? Por la protección de datos. Tampoco recompensas al más puro estilo americano, ya que esa figura no está contemplada en nuestro ordenamiento jurídico.
Ingenio, creatividad y dosis industriales de paciencia. Son las cualidades que deben reunir quienes integran esta sección, hasta donde llegan cada año miles de requerimientos de todo el mundo (sólo la Base de Datos de Señalamientos Nacionales registra unos 20.000 fugitivos al año). Las solicitudes de ayuda o los mensajes aportando pistas -«según cómo tratas a los demás luego te tratan a ti», apostilla González- llegan en un caudal ininterrumpido a través de Sirene (mecanismo de intercambio de información policial dentro del espacio Schengen), de Interpol y de la propia ENFAST. «También de agregados de otros países destinados aquí que a menudo nos traen casos urgentes».
Narcotráfico, asesinatos, violaciones, trata de blancas, pederastia... Semejante avalancha aconseja un filtro; por lo general la gravedad del delito, su pertenencia al crimen organizado o el interés especial de quien formula la reclamación. Algunas requisitorias vienen bien documentadas, otras lo están de manera vaga y las hay incluso que se reducen a una filiación, una dirección, un teléfono.
Pistas que ponen en marcha una carrera contrarreloj donde el margen de error no existe. Hay investigaciones que han salido adelante tirando de las pistas más inverosímiles. «Como la de aquel agente que sólo tenía una foto que el objetivo había colgado en las redes sociales, y que a partir de las baldosas del paseo marítimo en el que estaba posando concluyó que se encontraba en Niza». Y allí le detuvieron.
En el palmarés de la sección abundan viejos conocidos de los periódicos. Como Carlos García Juliá, condenado por la matanza de abogados laboralistas de Atocha y huido de la justicia desde 1977. Cuando le atraparon llevaba 25 años viviendo en Sao Paulo (el 80% de los reclamados en España escoge ocultarse en Sudamérica) y se ganaba la vida al volante de un Uber. O la de Juan Manuel Candela Sapieha, 'el Sapo', el hombre que robó las obras de arte de Esther Koplowitz. Estaba buscado internacionalmente por estafar un millón de dólares en una operación de compraventa de oro en Kenia, y fue detenido en junio.
Por no hablar de Francisco Javier Martínez, Franky, encausado por el 'caso Nécora' y que logró burlar el cerco policial nada menos que durante 12 años. Para justificar sus ausencias, a sus vecinos de Pedreguer (Alicante) les decía que era piloto, mientras se construía una mansión de 600 millones de pesetas. Le descubrieron, como sucede tantas veces, a través de la familia, tras constatar el aumento de las visitas a esta casa. Casi vuelve a darles esquinazo: se había operado las yemas de los dedos para burlar la base de huellas dactilares, pero el engaño no cuajó. «Los malos, quieras o no, aprenden de sus errores -ilustra González-; siempre van un paso por delante en cuestión de tecnología, conocimientos y autoprotección, y nosotros no podemos dormirnos en los laureles».
Entre sus trofeos más recientes está la detención de Emilio Lozoya, magnate mexicano de la petrolero Pemex, a quien su gobierno reclamaba por corrupción y blanqueo. Las indagaciones del Gobierno de Obrador apuntaban primero en el Monasterio de Piedra (Zaragoza), lo que se demostró falso. Posteriores pesquisas le situaron en la Costa del Sol, «porque nos llegó el soplo de que podía estar respaldado por la mafia rusa». Comenzó entonces un peinado de las urbanizaciones de lujo y de los campos de golf, porque el prófugo era aficionado a este deporte. «Finalmente dimos con él en 'La Zagaleta', un refugio dorado al que, una vez confirmada su ubicación, acudimos con orden judicial». Hace cuatro semanas que Lozoya fue extraditado. «Una joya, vamos, pero de cuello blanco», desliza el inspector jefe.
La mayoría, sin embargo, pasan por ciudadanos normales y corrientes, aunque su historial esconda esqueletos que ponen los pelos de punta. Es el caso de J. B., a quien la Policía holandesa llevaba 20 años buscando por secuestrar a un niño en un campamento, violarlo y asesinarlo. Fue tal la alarma desatada, que las autoridades neerlandesas ordenaron una prueba de ADN masiva en los alrededores de donde se cometió el delito. Así obtuvieron el perfil de un familiar del autor, que se dedicó durante años a vagar por Europa, cambiando continuamente de trabajo y demostrando un talento extraordinario para la supervivencia (había sido boy scout, ascendido al Everest y recorrido India). Finalmente, un testigo le reconoció en un refugio de montaña en Castelltersol (Barcelona). Cuando le detuvieron con ayuda de los GOES, llevaba consigo carne deshidratada y un manual de plantas comestibles. «Si llega a adentrarse en el bosque, le perdemos para siempre», explica la jefa del Grupo de Extranjeros.
En abril de 2018, E. D. fue capturado después de año y medio de pesquisas infructuosas. Había sido miembro del IRA y huido con su pareja a la Costa del Sol. Ambos se servían de pasaportes de familiares con quienes guardaban parecido, lo que les permitía entre otras cosas que ella trabajase con lo que tenían una tapadera. Llegaron a él a través de fuentes 'abiertas' (redes sociales, artículos). «Cuando se produjo la detención -explican desde el grupo de fugitivos extranjeros- se mostró muy violento. Como nos acercamos a él de incógnito, pensó que le queríamos matar, y no logramos que se relajase hasta que vio acercarse a nuestros compañeros uniformados».
A veces, los delitos que llegan al correo electrónico no tienen que ver con atracos aparatosos ni con golpes de mano espectaculares. Se desarrollan en el ámbito doméstico, esa parcela de perfil bajo que a menudo esconde tragedias desapercibidas. El primer caso que le viene a la mente a nuestro interlocutor es de hace un año. A I. R. le quitaron la custodia de sus hijos menores, entre los que había una niña de 3 años que fue derivada a una casa de acogida. El hombre escaló la fachada, agredió al custodio y se llevó a la pequeña. La Policía británica dio la voz de alarma de inmediato. «El padre, alertó nuestro contacto, había despegado de Heathrow y se dirigía a Argel, pero iba a hacer una escala en Madrid».
Cuando llegaron a Barajas, el avión estaba en la pista con los motores encendidos y listo para despegar. Avisaron a la torre de control para que abortara la operación. Así fue cómo consiguieron subir a bordo, arrestarle a él y recuperar a la niña, a la que esperaba un futuro incierto lejos del radar de las autoridades. «Sólo entonces cobran sentido tantas horas robadas a los tuyos -estalla la jefa del grupo de internacionales, atrincherada en su anonimato-. No imaginas el subidón que es cambiar para bien la vida de una persona».
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