«Cerrado temporalmente por el temporal». Parece un juego de palabras pero es el cartel que recibe al visitante del cementerio de Catarroja (29.000 vecinos), zona cero de la DANA junto a Paiporta. Allí medio centenar de manos, entre voluntarios y personal de Eserca, la empresa municipal que gestiona el camposanto, se afanan en retirar el barro que ha convertido en un lodazal las calles de este histórico cementerio de 1889 donde se levantan 130 panteones y 6.500 nichos.
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«Tenías que haberlo visto hace unos días. En algunas zonas el agua superó el metro setenta de altura y llegó casi a la mitad de la segunda fila de los nichos», cuenta Salvador Pons, que lleva 19 años como enterrador (oficio que heredó de su padre), y al que todos en Catarroja –un pueblo de apodos– llaman Cacau por una finca de cacahuetes que cultivaba su tatarabuelo.
A Cacau, un hombre diligente que cuida de «mis difuntos» como si fueran carne de su carne, se le ha pasado retirar el anuncio del cierre temporal. Y es que el cementerio, al fin, ha reabierto este viernes sus puertas a los primeros enterramientos, dos mujeres de 73 y 95 años que fallecieron de muerte natural hace diez días, pero que no habían podido ser inhumadas hasta ahora por los destrozos de la riada y la imposibilidad de acceder al interior.
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Según una portavoz de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios (Panasef), a las familias valencianas afectadas por el cierre de los cementerios (como los de Alfafar, Massanassa o Sedaví), se les está ofreciendo la posibilidad de optar por la incineración, o trasladar el cadáver a otros cementerios operativos, o mantener el cuerpo en las cámaras frigoríficas de sus empresas a la espera de que todo se arregle.
Esto ya no afecta al cementerio de Catarroja, en funcionamiento desde el viernes tras diez días de trabajo a destajo limpiando calles y adecentando nichos reventados por la fuerza con que penetró el agua la noche del 29 de octubre. El 'tsunami' arrancó de cuajo las dos puertas de la entrada principal, que pesan 700 kilos cada una, derribó parte del muro de piedra y avanzó con furia hacia las moradas de los muertos causando serios destrozos en 150 nichos y en algunos viejos panteones familiares. «Llevamos días limpiando las tumbas porque la gente nos está llamando preguntando por sus difuntos y no queremos que cuando vengan se encuentren con algo desagradable», explica Cacau.
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Para evitar esas vistas «desagradables» una legión de voluntarios y trabajadores municipales, armados con cepillos, palas y mangueras, y apoyados por maquinaria, no paran en la doble tarea de retirar el lodazal y limpiar las losas de los sepulcros hasta dejarlas sin mácula.
El agua se llevó por delante lápidas y tabiques, dejando a la vista la podredumbres del interior de los nichos. Esa tarea de tabicar las sepulturas, sellar el mármol y tapar su interior es la que ocupa estos días a Cacau. «Algún féretro que otro se salió, pero ya lo hemos solucionado, ahora estamos reparando los daños y adecentando los nichos para que todo esté arreglado si alguien viene a visitar a sus difuntos».
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La empresa municipal esta intentando localizar a las familias propietarias de los panteones más afectados para que abran las puertas y comprueben sus desperfectos. «Nosotros no tenemos las llaves y no podemos actuar», dice María Luisa Martínez, gerente de Eserca, que no deja de atender llamadas mientras coordina las labores de limpieza.
Enfundada en unas botas de agua y protegida por mascarilla, Martínez asegura que la prioridad del Ayuntamiento es que el cementerio esté adecentado para recibir a las familias. «Si ya es duro venir a un cementario, tenemos que intentar que cuando vengan se lo encuentren lo más arreglado posible».
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El cementerio, lógicamente, no pudo celebrar el Día de Todos los Santos, el pasado 1 de noviembre, por lo que previsiblemente muchos vecinos de Catarroja querrán acercarse a visitar a sus allegados en los próximos días. «Me ha llamado mucha gente preocupada… Son gente de Catarroja que después de haberse quedado sin nada por la DANA han volcado sus sentimientos en sus difuntos y quieren saber cómo están sus tumbas. Me pongo en su piel y lo comprendo perfectamente porque yo tengo a mi padre enterrado aquí», señala Cacau.
Voluntarios de Catarroja y otros municipios de Valencia, pero también de Madrid, de Barcelona, de Alicante... seguían ayer dándole a la pala y la escoba entre el barrizal. Rosendo y Teresa, trabajadores en ERTE de la Ford de Almusafes, no paraban de retirar el lodo acumulado entre las tumbas. «No es donde más me gustaría estar, pero hay que ayudar en todos los sitios», comentaba Rosendo.
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Al menos uno de los tres enterramientos previstos para los próximos días corresponde a un vecino de Catarroja, víctima de la DANA. La familia de otro fallecido pidió que fuera incinerado porque necesitaban cerrar el proceso de dolor y poder centrarse en recuperar sus vidas tras haberlo perdido todo.
No es el caso de las hermanas Juana y Dolores, hijas de Dolores Comes, una de las mujeres enterradas este viernes en la jornada de reapertura. «Nos dieron la opción de incinerar a mi madre, pero ella quería ser enterrada junto a mi padre y hemos cumplido su voluntad», cuentan a este periódico.
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La difunta, a la que en Catarroja todos conocían como Lola la Volcacarros, falleció la misma noche de la DANA en el domicilio de su hija Dolores, una casa con planta baja en la zona de Las Barracas, que se inundó con la riada.
Poco antes de que el agua lo arrasara todo, entre ella, su marido y su hija, subieron a su madre a la planta de arriba. «Aunque sedada mi madre estaba todavía viva, pero murió poco después, a las 23.45 de la noche».
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Pese a los infructuosos esfuerzos de las hijas para que se llevaran a su madre a un tanatorio, la respuesta siempre era la misma. Ningún vehículo podía entrar a la barriada. El cadáver de Dolores permaneció dos días en uno de los dormitorios de la planta de arriba cubierta con dos mantas y con las ventanas abiertas. «La hemos tenido dos días fallecida en casa. Ha sido durísimo. Cada vez que necesitaba entrar a la habitación veía a mi pobre madre ahí».
Finalmente y «tras cuarenta mil llamadas», la Guardia Civil judicial llegó el día 31 al domicilio a llevarse el cádáver de Dolores a un tanatorio de Valencia capital. En ese lugar ha permanecido hasta hoy. «Ha estado ocho días allí solita en una cámara sin poder enterrarla hasta hora. No la hemos podido volver a ver... Ella tenía preparada hasta la foto que quería en el velatorio... pero ni velatorio ni nada», lloran las dos hermanas. «Al menos ya está junto a mi padre», se consuelan mientras se despiden de su madre arrastrando las botas por el fango y lanzando un beso tras la mascarilla. «Quién nos iba a decir que íbamos a enterrarla así».
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