Imagen de Ramón Sampedro postrado en su cama en 1993, cinco años antes de su fallecimiento. EFE

Una batalla ganada 23 años después

Ramón Sampedro logró en 1998, con la ayuda de Ramona Maneiro, su ángel de la buena muerte, poner fin a su vida tras una larga lucha a favor de la eutanasia. La ley que él reclamaba acaba de ser aprobada por el Congreso. Recordamos con Ramona aquellos intensos días  

ICIAR OCHOA DE OLANO

Domingo, 21 de marzo 2021, 00:32

En el verano de 1993 pusimos cara, pensamientos y cuerpo desnudo a Ramón Sampedro, un gallego de 50 años que llevaba veinticinco postrado en una cama a causa de un accidente que le dejó tetrapléjico. Pidió aparecer así en antena, destapado, para que los «políticos ... y los jueces» contemplaran con toda crudeza su penoso estado y pudieran comprender la poderosa razón que le había llevado a reclamar por la vía legal algo inédito hasta entonces en España: que se le aplicara la eutanasia activa. El término sonaba extraño y turbador en los noventa y la emisión de 'Eutanasia: morir para vivir' en el programa de la cadena pública Línea 900, el primero en abordar el derecho a una muerte digna, sacudió al país.

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El pasado jueves, el Congreso de los Diputados aprobaba de forma definitiva la primera Ley de Eutanasia en España y convertía al país en el cuarto de Europa que legaliza está práctica. Lo hacía 23 años después de la muerte del activista gallego, que ha ganado la batalla en diferido después de haberse convertido en un símbolo nacional.

Ramona Maneiro también se quedó esa noche del verano de 1993 pegada al televisor. Fue incapaz de retirar la mirada de aquel hombre que, asombrosamente sereno en su devastación, contaba que se hizo mecánico marinero para poder viajar; que ahora su mundo se reducía a oler, oír y ver a través de la ventana de su habitación; que desde hacía cinco lustros le acompañaba una misma sensación, la de estar pegado a su propio cadáver; y que no quería otra cosa que escapar de aquella tortura. «Solo soy una cabeza que puede razonar un poco sobre la vida y la muerte», decía a cámara con voz pulida y sin sombra de crispación o abatimiento en su rostro.

«Cuando vi que debajo de las imágenes de aquel señor que hablaba tan bien y que pedía morir ponía Riveira, que está aquí al lado, quise conocerle, quería saber más de él y de eso que llamaba eutanasia», evocaba hace ahora un año, cuando comenzó la tramitación de la ley en el Congreso. Lo hacía su amiga Ramona desde Boiro, el pueblo bañado por la ría de Arosa en el que desconectan los compostelanos y Sampedro puso fin a su angustia, como se supo después con su ayuda, la noche del 12 de enero de 1998.

Ramona Maneiro posa en la playa gallega más cercana a su casa y al lugar en el que murió Ramón Sampredro. AFP

Ramona Maneiro tenía 35 años, tres hijos, un nieto y un trabajo en una conservera que se le escapaba entre los dedos, como el pescado que limpiaba para ser enlatado. Por las noches pinchaba las preocupaciones en Radio Rianxo, donde conducía un programa de música. «Le pedí a una de mis oyentes con la que había hecho amistad que me ayudara a localizarle. Lo hizo y me dijo que a Ramón le parecía bien, pero entre una cosa y otra pasó un año. Cuando entonces le preguntó por mí, fui. Al poco de sentarme a su lado y empezar a charlar me soltó '¿tu me ayudarías a morir?'», cuenta con una sonrisa inesperada. «Se lo preguntaba a todo el mundo. Al principio me quedé un poco pegada, claro. Luego le dije que con el tiempo, igual sí».

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No resulta difícil imaginar la complicidad que brotó entre ambos. Él, un hombre afable, chancero e inamovible en su objetivo vital; ella, una mujer bulliciosa y audaz conmovida por aquella mezcla de lucidez, seducción y tragedia.

«Ya antes de Ramón me había quedado muy impactada con la historia de Azucena Hernández». La actriz, que se hizo popular en los años ochenta en la época del cine del destape, permaneció atada a una silla de ruedas a consecuencia de un accidente de tráfico durante 33 años, hasta su fallecimiento el pasado año. Fue una de las primeras figuras públicas que pidió la eutanasia en una entrevista. «Yo veía sus películas, era tan guapa... Teníamos la misma edad. Cuando le pasó aquello, yo lloraba con ella. Habría querido conocerla. Un tiempo después de aquello apareció Ramón en la televisión».

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Escultura en homenaje a Sampedro en la playa coruñesa de As Furnas. afp

Después de aquel primer encuentro, en el que charlaron, rieron, compartieron unos cigarrillos y se gustaron, Maneiro intensificó las visitas hasta convertirlas en una anhelada rutina diaria, en la que leían juntos a Neruda o en la que Sampedro se dejaba acariciar el dedo gordo de su mano derecha, donde atesoraba una chispa de sensibilidad. «Tenía una forma de hablar que te ganaba. Daba paz y alegría. Y era muy cariñoso... Le visitaban muchas mujeres. La mayoría, madres. Decía que eran muy protectoras. Querían animarle a vivir y él solo quería morir. Yo nunca pensé en quitarle su idea de la cabeza».

Para entonces, Laura Palmés, la autora del reportaje televisivo que recogió la historia de Ramón Sampedro y su reivindicación, se había instalado en la casa familiar del protagonista. El gallego y su lucha le fascinaron, aunque sus ideas en torno a la eutanasia chocaban. La periodista se encontraba enferma de esclerosis múltiple cuando realizó aquel trabajo y, pese a que ya necesitaba muletas para moverse, rechazaba aquella salida en la que Sampedro se empeñaba. Ella quería vivir y «se propuso que Ramón también lo quisiera. Al final, ella y su familia se volvieron contra mí y empezaron los problemas», se apaga Ramona Maneiro.

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El conflicto abierto con la pareja provocó que, al inicio del otoño de 1997, Ramón Sampedro decidiera salir de su casa y dejar atrás tanta incomprensión. «Eligió Boiro para estar más cerca de mí y del mar. Se instaló en aquellos pisos». Maneiro señala un bloque de viviendas con miradores blancos en la segunda fila de la playa mansa de Barraña, desde donde se otean las bateas del mejillón gallego.

«Nos habría gustado que viniera a mi casa, pero no estaba en condiciones y yo no tenía dinero para arregrarla. Nunca he tenido un duro. Incluso ahora vivo de un subsidio». Los días se precipitaron sin que Ramón consiguiera arreglar las cosas con los suyos. «Aunque sabía que quedaba mucho por hacer para abrir camino a la eutanasia y que él era la pieza fundamental para lograrlo, estaba cansado y disgustado» con todo lo que estaba ocurriendo.

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Consumidas sus fuerzas, divisó su final. «Me quiero marchar esta noche, osiña», le dijo a su amiga y confidente. «Yo acepté y estoy feliz de recordarle. Me apena lo corta que fue nuestra relación y lo dolorosa que fue su marcha...». La madrugada del 11 de enero de 1998, después de acostar a sus hijos, Maneiro regresó junto a Sampedro. Con la ayuda de un grupo de colaboradores, lo dispuso todo: los guantes para Ramona, la cámara de vídeo, la balanza hecha con los 'petisuis' del nieto de su cómplice y en un bote de especias, el veneno, cianuro de potasio.

CRONOLOGÍA

  • Agosto de 1963: Era un día de fuerte resaca marítima. Ramón Sampedro queda tetrapléjico al fracturarse el cuello tras tirarse de cabeza de un roca en la playa de As Furnas, en La Coruña.

  • Julio de 1993: Línea 900, de TVE emite 'Eutanasia: morir para vivir', el primer reportaje que aborda esta cuestión en España. Lo hace a través de la historia del tetrapléjico gallego.

  • Mayo de 1996: Ramona Maneiro conoce a Sampedro a través de una amiga en común. Ese mismo año él publica 'Cartas desde el infierno'.

  • 12 de enero de 1998: Sampedro fallece en Boiro tras ingerir cianuro ayudado por Ramona. Días después, la Guardia Civil detiene a Maneiro, que nunca sería juzgada por falta de pruebas.

  • Septiembre de 2004: Se estrena 'Mar adentro', de Alejandro Amenábar, basada en la historia de Ramón Sampedro. Ganó 14 Goyas y el Oscar al mejor film extranjero.

  • Enero de 2005: Ramona Maneiro confiesa en un programa de TV, una vez prescrito el posible delito, que ayudó a Ramón Sampedro a morir.

«Fue una chapuza»

«Esperé a que se durmiera, pero eso nunca pasó. Fue una chapuza». La cámara filmó 45 eternos minutos de muerte agónica en la clandestinidad. Días después, la Guardia Civil detenía a Ramona Maneiro, que nunca fue juzgada por falta de pruebas. «Ramón vio en mí una mujer fuerte y peleona contra las injusticias, y me utilizó. Y yo me dejé», confiesa sin signos de arrepentimiento.

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Suena su teléfono. Descuelga. Es Ángel Hernández, el hombre que fue arrestado hace un año por ayudar a su mujer, María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple desde hacía tres décadas, a suicidarse, y que se ha erigido en los últimos meses en un referente por la defensa de una muerte digna. «Y dime, ¿cómo lo llevas con la justicia, vas a la cárcel o no? Cualquier cosa, llámame, que yo voy contigo», ríe Maneiro. El caso de Hernández está aún pendiente de resolución judicial.

«El buen vivir y el buen morir es lo más importante para las personas. No creo que sea algo tan difícil de entender», se dicen antes de despedirse con un beso y la promesa de verse. «En la historia de Ángel y su mujer nos he visto a Ramón y a mí. Me ha reconfortado y dado ánimos. Esta vez va a ser la buena; esta vez vamos a conseguir que se legalice la eutanasia». Y efectivamente lo han conseguido, aunque para ellos haya tardado demasiado.

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Los médicos podrán declararse objetores de conciencia

La nueva ley de eutanasia, refrendada el pasado jueves de forma definitiva por el Congreso, entrará en vigor dentro de tres meses, aunque se prevé que todavía arrastre una larga polémica en sus primeros meses de aplicación. Partido Popular y Vox ya han anunciado que la recurrirán al Constitucional y que, en todo casos, la derogarán si llegan al poder.

La norma permitirá a los médicos declararse objetores de conciencia y obliga a los ciudadanos que soliciten la eutanasia a estar en plena capacidad de obrar y decidir. Tendrán que plasmar su deseo por escrito dos veces, dejando una separación de quince días naturales entre ambas.

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