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JUAN CANO
Martes, 22 de noviembre 2022
Ablaye trata de abrir el envoltorio de plástico de un cruasán sentado en el filo de la cama del hospital. Cada movimiento, cada gesto, le cuesta horrores. Ha perdido 10 kilos desde julio. Las auxiliares le han puesto la talla más pequeña de pijama y aun así le queda enorme. Está en los huesos, y no es una frase hecha. En su caso puede que hasta se quede corta.
Cabizbajo, mira la bandeja del desayuno y las nueve pastillas que lo acompañan. No puede olvidar ninguna porque son las que lo mantienen vivo a pesar de la hipertensión arterial pulmonar que padece, una enfermedad rara de la que se encuentra ya en una fase terminal. Le quedan días, como mucho semanas de vida, según su médico.
La expresión corporal de Ablaye es una mezcla de cansancio y derrota. Ha asumido -lleva tiempo haciéndolo- que el final está cerca y lo encara en paz. Podría pensarse que ya no espera nada de la vida, pero sí. Sólo tenía un último deseo y está a punto de cumplirse. Este asalto al menos lo ha ganado él. «Ufff... He estado toda la noche sin dormir, pensando en el viaje y en que todo vaya bien», confiesa el senegalés de 60 años.
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El revuelo en los pasillos de cardiología del Hospital Costa del Sol revela la complicidad de toda la planta. «¿Es él? ¿Es él?», preguntan las enfermeras que se cruzan con Cheikh, un joven de 28 años que tira de un par de maletas. «Sí, es él», responde el cardiólogo Rafael Bravo, el médico de Ablaye. Cuando se le pregunta al doctor qué le ha empujado a hacer todo esto, responde con una humanidad que es, al mismo tiempo, un puñetazo en la boca del estómago: «Porque está solo. Y nadie debería morir así».
El equipaje parece liviano cuando se han cruzado miles de kilómetros y se ha soñado con un reencuentro al que le quedan sólo unos segundos y un par de metros. Ni 100 mascarillas podrían ocultar la sonrisa de felicidad que asoma a los ojos de Cheikh. Va a ver a su padre y, al menos, va a poder despedirse de él. Lo que hace unos días parecía imposible, hoy se hace realidad.
El murmullo del pasillo le hace levantar la mirada de la bandeja. «¡Papá! ¡Ya estoy aquí! ¿Cómo te encuentras?», expresa Cheikh en wolof, una de las lenguas nativas en Senegal, nada más cruzar el umbral de la puerta, mientras se lleva la mano de su padre a la frente en señal de reverencia. «Gracias a Dios que estoy vivo para verte», responde Ablaye. «Me alegro mucho de que estés aquí -añade-, ahora voy a dormir tranquilo».
Detrás de Cheikh entra Mamadou Lamine, un imponente senegalés de 23 años que es sobrino de Ablaye y que, según cuenta, vive en Tenerife, donde juega al baloncesto y estudia una carrera. Ha volado a Madrid para reunirse con su primo y de ahí a Málaga para acompañarlo al hospital. «¡Eeeyyy, Lamine!», exclama Ablaye al verlo, feliz por la sorpresa. Para él es alguien muy cercano: «Este chico es un ángel».
Mamadou ha viajado con Cheikh porque también quiere despedirse de su tío. Cuando ve el estado en que se encuentra, la extrema delgadez, el joven se rompe y sale de la habitación para acurrucarse en un rincón del pasillo del hospital. Impresiona ver a un chaval de 2,05 metros de altura hecho un ovillo en el suelo, desarmado.
Cheikh apoya la cara sobre el hombro de su padre con los ojos arrasados. La imagen duele y reconforta al mismo tiempo. Él, en el fondo, es un privilegiado. En Senegal se quedaron su hermano pequeño, Gorra, de 16 años, y la mediana, Mame Fatou, que tiene 24 años. «No imaginas cómo lloraban. Ellos también querían venir a despedirse de su padre. Ablaye se ha pasado la noche hablando con ellos para consolarlos», explica Mamadou.
En la puerta de la habitación se van acumulando enfermeras, auxiliares y médicos que observan a Ablaye en una mezcla de ternura, compasión y alivio. Es una imagen extraña, porque sonríen y se emocionan al mismo tiempo. Se hacen una foto de grupo y Ablaye se apresura a atarse los cordones infinitos del pantalón del pijama, que no le cierra. Sólo pone una condición: «Rafa a mi lado».
Mamadou habla de su tío con enorme admiración: «Ablaye ha sido un gran hombre. Una persona honrada y honorable. Trabajaba en un banco en Senegal y tenía a toda la familia a su cargo. Él era el apoyo, era un héroe para todos nosotros». En 2009 migró a España porque, dice, aquí ganaba más vendido bañadores en la playa.
Pese a estar enfermo -le detectaron la hipertensión arterial pulmonar en 2010-, siguió enviando dinero a su país para mantener a los suyos. «Con lo que él mandaba, daba de sobra para pagar la vivienda», cuentan Cheikh, que se busca la vida en lo que le sale, aunque allí no le sale casi nada. Desde que Ablaye empeoró, a partir de 2018, a su familia en Senegal se le acumulan los gastos y ya debe varios meses de alquiler.
En 2014
Antes de la enfermedad, Ablaye llegó a pesar 85 kilos.
Julio de 2022
El pasado verano ya pesaba tan solo 46 kilos.
Noviembre de 2022
En estos días, Ablaye permanece ingresado en el hospital Costa del Sol y apenas llega a los 35 kilos.
En 2014
Antes de la enfermedad, Ablaye llegó a pesar 85 kilos.
Julio de 2022
El pasado verano ya pesaba tan solo 46 kilos.
Noviembre de 2022
En estos días, Ablaye permanece ingresado en el hospital Costa del Sol y apenas llega a los 35 kilos.
En 2014
Antes de la enfermedad, Ablaye llegó a pesar 85 kilos.
Julio de 2022
El pasado verano ya pesaba tan solo 46 kilos.
Noviembre de 2022
En estos días, Ablaye permanece ingresado en el hospital Costa del Sol y apenas llega a los 35 kilos.
La sonrisa y el llanto de Cheikh, de Mamadou y de los sanitarios del Costa del Sol muestran lo contradictorio de la situación. « Nos da felicidad que su hijo esté aquí, pero tenemos el corazón lleno de dolor por despedirnos de una persona a la que queremos. Hay gente en Senegal a la que se lo estamos ocultando porque es demasiado doloroso«, explica el sobrino.
Muchos en su país se han enterado por los medios, porque la ola de solidaridad que ha despertado el caso de su tío tuvo eco incluso en los periódicos de Senegal. «Damos las gracias a todos los españoles que han hecho que este sueño se haga realidad; a los que han firmado, a los que han mandado vídeos de Tik Tok, también a los periodistas... gracias desde el fondo de mi corazón. Que Dios bendiga a España«, afirma Mamadou. Pero el más especial de los agradecimientos es para Rafael Bravo, su médico: »Ojalá en el mundo hubiese más gente como él. Ahora por lo menos hay un familiar que estará al lado de Ablaye para llegar a su final«
El cardiólogo malagueño es el único que no sonríe. «Es una sensación agridulce», confiesa el doctor Bravo. «Sé que es un momento feliz, pero Ablaye está hoy un poco peor que ayer». La enfermedad no le da tregua y le cuesta hasta sonreír. Pero está contento. «Ya puedo morir tranquilo, aunque ahora tengo el doble de fuerza. Esto me da más ganas de vivir», afirma, cansado, con un hilo de voz.
Desde el quicio de la puerta, el médico observa cómo Cheikh le retira a su padre de los pies las viejas sandalias hawaianas que utiliza en el hospital, le ayuda a subir las piernas a la cama y lo tapa con mimo. « Ya no está solo«, repite, aliviado.
Ablaye, su médico y los compañeros de cardiología del Costa del Sol han demostrado que los sueños, a veces, se hacen realidad. Que la voluntad de las personas, cuando se juntan, es más poderosa que cualquier individuo y puede doblegar la rigidez de la burocracia y las administraciones. Y que en la vida es posible reír de felicidad y llorar de tristeza al mismo tiempo.
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