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Allá por los años 80, un paquete de Winston americano sobre la barra era tan importante para impresionar a un ligue como las llaves de un Seat 124 con alerón aparcado a la puerta del bar. Había muchos que guardaban el Ducados en el cajón ... hasta el lunes, cuando tocaba volver al 'curre'. Pero en todo manual de conquistador, ya fuese encofrador o abogado, era sacrilegio ofrecer un cigarrillo a una dama que no fuese un rubio americano, de esos que se ocultaban bajo el mostrador de los quioscos o bares y que solo te vendían si te conocían bien. Era un tabaco 'pata negra', que distinguía al donjuán de los advenedizos del Fortuna o el Diana. El negocio del contrabando de tabaco era una mina de oro en aquella época, y los hubo que se hicieron ricos, millonarios. Uno de ellos, el industrial palentino Bautista Güémez Cortázar, aunque no pudo acabar sus días disfrutando del caudal amasado.
Bautista Güémez, natural de Poza de la Sal (Burgos), era propietario de un almacén de vinos en Palencia, y antes había regentado un bar en Carrión, según publicaba El País en su edición del 23 enero de 1985, un día después de su muerte, a los 62 años. Había agonizado durante dos días en la clínica Princesa Sofía de León, después de que el 20 de enero recibiese tres impactos de bala en el interior de su Mercedes, en el que iba con su yerno, Luis Herrero, y que fue interceptado en un semáforo de la avenida de Asturias de la capital leonesa. Los atracadores conminaron a ambos a bajar del coche y entregar los 21 millones de pesetas (más de 126.000 euros) escondidos en dos cojines de los asientos del vehículo. Ante su negativa, efectuaron tres disparos con una pistola y uno de los proyectiles acabó costándole la vida al industrial palentino.
¿De dónde procedía esa suma que Bautista Güémez Cortázar llevaba oculta en los cojines del vehículo? Según publicaba El País, aludiendo a fuentes de la Jefatura Superior de Policía de Oviedo, Bautista Güémez regresaba de la capital asturiana de cobrar esos 21 millones de pesetas «como pago de una remesa de tabaco rubio de contrabando». Fuentes del Gobierno Civil de Palencia, localidad donde tenía su residencia habitual Bautista Güémez, confirmaron que en medios policiales se relacionaba al industrial con el contrabando de tabaco a gran escala.
El presunto autor de los disparos, José Manuel Rodríguez Baranga, 'El Gallego', de 25 años, puso pies en polvorosa con el botín hasta que fue encontrado por la Policía en abril en Cádiz. Los otros tres implicados, José Ignacio Meriéndez Morán, alias 'Nacho', de 25 años; Joaquín del Solo López, alias 'Juaco', de 32, y Ricardo Rodríguez Soto, de 42, todos ellos vecinos de Gijón, fueron detenidos e ingresaron en prisión semanas antes. Pocos días después del homicidio, fue detenido un matrimonio en Oviedo acusado de comprarle las 170.000 cajetillas de tabaco rubio a Bautista Güémez.
Según la Policía, la persona que facilitó a José Manuel Rodríguez información sobre la transacción comercial fue Ricardo Rodríguez Soto, que tenía relación comercial con el matrimonio. José Manuel Rodríguez solicitó la ayuda de 'Nacho' y de 'Juaco' para llevar a término el atraco del industrial palentino.
La Audiencia Provincial de León, el 28 de octubre de 1985, condenó a todos los implicados en el atraco a 28 años de cárcel por los delitos de robo con violencia, muerte dolosa y tenencia ilícita de armas. Y en febrero de 1986, con los barrotes por testigo, comenzó la venganza por la muerte de Güémez.
José Ignacio Meriéndez murió sin haber cumplido los 30 años en la cárcel de León, apuñalado en el vientre por otro preso, nunca se supo quién. José Ignacio Meriéndez no dio aviso de la agresión hasta que un gran charco de sangre delató su estado. Todo apuntó a ajuste de cuentas. Antes de su muerte, Meriéndez, que no perdió el conocimiento en ningún momento, le quitó importancia a la reyerta y se negó a identificar a su agresor. Fue esta la primera consecuencia mortal del atraco a Güémez.
Quizá intuyendo un desenlace fatal como el de su compañero de fechorías, Ricardo Rodríguez Soto logró la protección en la prisión de un hombre apodado 'El Argentino', Valentín Gómez Valledor. Pero a finales de 1986, cuando salió de la cárcel, y sin que nadie conociese jamás sus verdaderas motivaciones, 'El Argentino' secuestró a la hija de Ricardo Rodríguez Soto, de 11 años, que apareció muerta unas semanas más tarde y con lesiones a causa de haber sido violada.
El apodo de 'El Argentino' le venía a Valentín Gómez Valledor de su estancia en Argentina, donde había cumplido 18 años de cárcel hasta que, coincidiendo con el comienzo de la democracia y el ascenso al poder de Raúl Alfonsín, fue repatriado.
'El Argentino' fue asesinado en la prisión de Burgos, estrangulándolo, tal y como había acabado tiempo atrás con la vida de una niña inocente que siempre negó haber matado y violado. Él fue una de las cuatro víctimas que se esconden detrás de los 21 millones de pesetas cobrados por el industrial Bautista Güémez y que no aparecieron nunca.
Quienes conocieron la truculenta historia en el momento de los hechos, y más si cabe quienes prestaban servicio por entonces en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, no olvidan cómo fue el funeral del industrial palentino Bautista Güémez Cortázar. Algunos tuvieron que acudir incluso hasta la iglesia de San Ignacio en el barrio del Cristo, donde fueron oficiadas las honras fúnebres del fallecido, para garantizar la seguridad y que no se produjese incidente alguno, pues en el funeral de Bautista Güémez se dieron cita algunos de los jefes del contrabando de tabaco en España y Portugal. Fue algo muy similar a la escena del entierro de 'El Padrino', el Vito Corleone que inmortalizó Francis Ford Coppola.
«Llegaban uno tras otro cochazos negros y se bajaban guardaespaldas con abrigos. Había contrabandistas andaluces, gallegos, portugueses. Fue sonado en Palencia», señala un integrante por aquella época de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad que debía controlar la seguridad en la iglesia de San Ignacio, donde fue oficiado el funeral del industrial
palentino al residir este en el barrio del Cristo. «Fue uno de los grandes contrabandistas de tabaco, amasó una gran fortuna. Vivía por donde el concesionario de vehículos de ocasión de Renault, al inicio de la subida al Cristo, pero tenía por la carretera a Carrión de los Condes, situada a la izquierda según se va desde Palencia, una finca que era impresionante», apostilla el testigo del funeral de Bautista Güémez, que hizo por unas horas de Palencia el centro neurálgico de la mafia del contrabando de tabaco, un negocio que procuró pingües beneficios a los traficantes del rubio americano.
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