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Alba Moreno y Thomas Millischer durante su viaje en bicicleta de Francia a Tailandia. BC

La riqueza de pedalear 22.552 kilómetros durante 490 días y atravesar 23 países

Alba Moreno, de Salas de los Infantes, junto con su pareja han viajado de Francia a Tailandia en bicicleta en un recorrido lento que les ha permitido demostrar que es posible viajar respetando a la población local, la naturaleza y la cultura de los países

Domingo, 12 de enero 2020, 19:08

Hay viajes que dejan huella pero cuando el viaje se convierte en tu vida cobra más sentido eso que decía el escritor portugués líder en heterónimos, Fernando Pessoa, «la vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no ... es lo que vemos, sino lo que somos».

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La burgalesa Alba Moreno, de Salas de los Infantes, y su pareja Thomas Millischer (Dole, Francia) acaban de regresar de descubrir y descubrirse. Poco antes de las navidades volvieron a sus lugares de origen, no decimos hogar porque para ellos es el mundo, después de viajar de Francia a Tailandia en bici. 22.552 kilómetros durante 490 días por 23 países. Francia, Suiza, Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Serbia, Bulgaria, Grecia, Turquía, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán, Kazajistán, Rusia, Mongolia, China, Tíbet, Vietnam, Camboya y Tailandia todos ellos han sido parte del viaje de la salense Alba y su pareja.

Partieron el 12 de agosto de 2018, después de haber viajado durante siete meses por África. En sus cabezas no había un destino final, lo único que tenían claro es que pedalearían y atravesarían cada país por las montañas con la intención de llegar a Mongolia pedaleando. Además, cargarían con su material de escalada en las bicis para ir parando por el camino «si nos íbamos sintiendo bien Mongolia era nuestro primer objetivo, el resto se vería después», explica Alba.

Sorprendentemente, el viaje fue preparado en apenas una semana. Su experiencia en cicloturismo juntos no era mucha y la idea surgió después de recorrer durante siete meses África en autostop y a pie. Ese viaje terminó antes de lo previsto debido a una malaria un poco agresiva que sufrió Alba. Después de recuperarse estaban listos para seguir viajando pero tenían claro que en su búsqueda de Ítaca no querían coger aviones. «Los dos amamos la bicicleta y el viaje ¿por qué no juntarlo?», reflexiona Alba.

Hubo situaciones difíciles, momentos tensos pero hasta Mongolia consiguieron llegar pedaleando tras un año y 18.000 kilómetros. Después, debido a los visados, tuvieron que coger trenes en diferentes momentos en Mongolia, China y Vietnam para saltar pequeñas distancias y poder llegar pedaleando hasta la siguiente frontera.

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Su 'obsesión' por las montañas les ha dado la posibilidad de seguir rutas diferentes por las que apenas se han encontrado turistas, lo que les ha permitido sumergirse completamente en las culturas locales.

Otra forma de viajar y pensar

Si algo han demostrado es que no se necesita mucho para emprender un largo viaje, aparte de ilusión, motivación y estar abierto a lo que te vayas a encontrar. Alba explica que sus bicicletas son «básicas» y que su presupuesto «ha superado en pocas ocasiones los 10 euros por día juntos, todo incluido». Han consumido local, dormido en su tienda de campaña o con las gentes del lugar y descubierto patrimonio que no está en la lista de la Unesco. «La importancia del dinero se sustituye por la hospitalidad de los locales», apunta.

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«En un momento en el que comienza a ser una necesidad ser consciente del impacto que estamos causando en el planeta, creo que estas experiencias pueden motivar o informar sobre estilos de viaje donde se respeta a la población local, a la naturaleza y la cultura de los países, además de no generar ningún tipo de emisión y hacer deporte cada día», reflexiona esta salense.

Para estos dos eternos viajeros el desapego con la naturaleza es «una gran carencia en nuestros tiempos», su viaje les ha hecho entender y pensar en un turismo responsable. «En este planeta nosotros somos el invitado. Dar alternativas como la bicicleta al turismo convencional creo que es una necesidad para la naturaleza, las culturas de los países y para nosotros mismos», asegura Alba.

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Lugares especiales

Su ritmo de viaje les ha permitido estar cerca de las poblaciones locales, comprender los problemas de los países por los que han pasado, apreciar los cambios de paisajes y gentes. A lo largo de sus más de 22.000 kilómetros han podido disfrutar lentamente de la transición existente que hay desde las puertas de sus casas hasta un pequeño poblado del centro de Mongolia.

Reconoce Alba que en un viaje tan lento las barreras físicas establecidas por los humanos no se reflejan en una barrera real en su cabeza, por lo que le resulta difícil quedarse con un país. «Amamos Mongolia por habernos hecho sentir tan pequeños en medio de esos grandes espacios y habernos despertado en nuestra tienda en medio de una noche de luna llena por el ruido que estaban haciendo los caballos corriendo como locos de un lado a otro en el medio de la nada», recuerda, «de Irán y Kazajistán nos quedamos con la inmensa hospitalidad de sus gentes que nos han hecho pedalear con unos cuantos kilos extra por la cantidad de regalos que recibíamos». También se quedan con lugares como las montañas de Tian Sanh, la cordillera del Pamir o el altiplano Tibetano. Allí han pedaleado varios meses entre los 3.000 y los 4.708 metros, esta última es la mayor altura a la que se han enfrentado.

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Personas

Más allá de lugares se quedan con el descubrimiento de las personas fuera de los estereotipos creados, «el mundo está habitado por personas curiosas que buscan saber de ti al igual que nosotros buscamos saber de ellos», reflexiona Alba. Desde el punto de vista femenino, llegar a un lugar con una bicicleta cargada con 40 kilos, al igual que su pareja masculina, era impensable para los habitantes, tanto hombres como mujeres. «En este viaje descubrí que la bici se había convertido en un arma de empoderamiento. Ha creado mucha reflexión en muchos lugares», apunta. En países como Irán, donde a excepción de la capital no es habitual que las mujeres monten en bicicleta, muchas noches a escondidas enseñaba a las mujeres de las familias cómo utilizar la bici. «Me ha hecho conectar mucho con diferentes mujeres», señala.

Futuro

Una de las cosas que más les sorprendió al regresar de este viaje a sus lugares de origen es lo pendientes que vivimos del futuro. Emprendieron su viaje casi sin plan y eran conscientes de que un pequeño imprevisto podía cambiar su rumbo por eso se olvidaron de planificar nada. Ahora, cuando les preguntan por su futuro, solo pueden apuntar que buscan un periodo de calma, encontrar un lugar común en el que asentarse pero también al que regresar de sus viajes. Ese lugar en el que, como decía el poema 'Ítaca' de Constantino Cavafis, atracar, enriquecido de cuanto ganaste en el camino.

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Pero nunca abandonarán la bicicleta, ahora quieren enfrentarse a viajes de otro estilo, siempre en bicicleta, pero más cortos e intensos.

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