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Como marca la tradición, el reloj tiene que dar las doce en punto de la mañana, siempre el primer sábado después del 8 de septiembre. En esos instantes, cada año, la plaza Mayor de Aranda es un hervidero de fiesta y alegría, de colorido ... y música, de mayores y pequeños, de vecinos y visitantes, con el pistoletazo de salida de nueve días de celebraciones en honor a la Virgen de las Viñas.
Es la inauguración popular de la programación. Sin duda, uno de los momentos más especiales y preferidos de los arandinos. Las miradas a esa hora apuntan al balcón del Ayuntamiento, desde allí se lanza el tradicional Cañonazo. Al oír su estruendo, el clamor anuncia que se dan por inauguradas las fiestas patronales. Instantes después empieza a sonar, mientras se canta y se baila la popular canción: «Bailad, bailad gigantones, las fiestas de Aranda van a comenzar. Ha sonado el cañonazo. Replican a gloria.
Sí, en Aranda es Cañonazo y no chupinazo, es una de las máximas que hay que conocer a la hora de hablar de la programación festiva. «El chupinazo es en Pamplona, aquí es cañonazo», es una frase que se repite año tras año, cuando algún despistado comete este comprensible error, no librándose de un pequeño tirón de orejas por parte del público local.
¿Por qué Cañonazo? Todo apunta a que es la palabra en la que ha desembocado el disparo de cañón, que era como se anunciaba en sus primeros compases. Su presencia como imprescindible en el programa festivo aparece ya desde hace más de 150 años. En concreto, en el año 1866, se decía que el día 8 de septiembre, a las doce de la mañana, «un disparo de cañón, repique general de campanas y algunos voladores, anunciarán el principio de las fiestas».
En aquellos años, apuntan a que lo de lanzamiento de cañón era literal, lejos del sentido figurado que tiene en la actualidad con el lanzamiento de un cohete. Era un cañón de verdad, manejado por antiguos militares, aquellos que habían vivido las guerras Carlistas, que sabían manejar la pólvora. Así se recoge en el libro 'Cosas del siglo pasado' publicado en 1936 con los testimonios de Santos Arias de Miranda y Adelfo Benito.
Esos lanzamientos de cañón se sitúan alrededor de los años 80 del siglo XIX. Siguiendo su lectura se puede ir conociendo datos de la evolución del acto. En 1913 se aludía a un repique general de campanas y multitud de voladores, en 1922 se anunciaban cohetes y la banda de música de Celerino Zapatero... Ya en tiempos más cercanos, en los años 60 del siglo pasado, se emprende el lanzamiento de los doce clásicos cañonazos. Años después, en los 70, el pregón de las fiestas se incluye en el acto del Cañonazo.
En ese balcón del Consistorio pregonando y presenciando el lanzamiento del 'cañón' han estado nombres como Concha Velasco en el año 1990 o Teresa Rabal en 1992, esta segunda acompañada de polémica por el cobro de medio millón de las pesetas de entonces.
Una fórmula, la coincidencia con el pregón, que se mantiene durante más de dos décadas. A mediados de los 90, se decide trasladar el pregón a la tarde noche del día previo, el viernes, con la imposición de bandas a la reina y las damas. El argumento era que en un acto tan festivo, de tanto jolgorio y alegría, no se prestaba atención a la lectura, pasando totalmente desapercibida.
Como anécdota también cabe destacar que, mientras se lanza el cañón en la plaza Mayor, en la Virgen de las Viñas se procede a vestir a la imagen con el traje festivo, regalo de la reina Margarita en el siglo XVII. También se procede a cambiar los lazos de los gallos de la espadaña por unos con la bandera de España.
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