Imagine usted que vive en una residencia de mayores con su mujer o con su marido, con quien lleva compartiendo toda una vida de esfuerzos y sacrificios; también con sus momentos buenos, como todos los matrimonios. Una pandemia mundial les enferma a ambos y uno ... de los dos fallece, dejando al otro aislado en su habitación, pasando el duelo sin recibir el consuelo de un abrazo, de un beso. Sin haberse podido apenas despedir y sin un funeral para honrarle.
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Esta es la realidad de muchos de los usuarios de estos centros de mayores, que desgraciadamente han visto cómo la crisis sanitaria de la covid-19 les ha golpeado con una virulencia desmesurada. En España son 19.570 los ancianos que han perdido la vida en una residencia, ya fuera por coronavirus o con síntomas compatibles, según los datos que ofrece el Ministerio de Sanidad. En Castilla y León ese número asciende hasta los 2.597 fallecidos, de los que 281 han muerto en Burgos (172 con covid confirmado y 109 con síntomas compatibles con la infección).
Imagine también que tras perder a su compañero de vida supera la infección, como lo han hecho ya 1.012 residentes en Burgos y comprueba, asustado, que poco a poco la vida en el centro va retomando su ritmo habitual. Pero sin visitas, sin salidas a la calle, con cuidado de que nadie más vuelva a enfermar, tratando de evitar que la muerte llame de nuevo a la puerta.
Con la llegada de la fase 3 y, después, de la nueva normalidad, el veto a las visitas comenzó a levantarse. Quien más y quien menos pudo volver a ver una cara familiar, a un hijo o a un nieto con el que enjugarse las lágrimas tras una pérdida. Después llegaron las salidas, acompañadas o no. Como establece el protocolo, que se puede consultar en la página de la Junta de Castilla y León, «se permitirán las salidas al exterior de todas las personas residentes negativas en covid-19 y sin sospecha de contagio, que residan en centros libres de covid activo. Las salidas se irán realizando de forma progresiva, ordenada, condicionadas a la capacidad de los centros, y extremando las medidas de higiene y pautas de prevención».
Además, el cronograma de actuación establece que durante la primera semana de nueva normalidad los usuarios podrán salir un máximo de dos veces por semana, la segunda semana las salidas podrán ser de hasta cuatro y a partir de la tercera semana desde el inicio de la nueva normalidad las salidas no tendrán límite.
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El protocolo permite también que los usuarios que así lo necesiten puedan salir acompañados de «un familiar, amigo, voluntario o profesional del propio centro». Eso sí, tanto usuarios como acompañantes deberán encontrarse libres de síntomas compatibles con la infección.
Dichas pautas de actuación especifican las medidas de higiene y protección que deben aplicarse tanto para usuarios como acompañantes y que pasan por el uso de mascarillas, una buena higiene de manos antes de salir y entrar, limpieza de calzado en una alfombrilla con lejía a la entrada y la limpieza de sillas, bastones, andadores u objetos similares que hayan sido usados en el exterior.
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Así hasta el pasado viernes 26 de junio, en el que muchas familias de usuarios de estas residencias de Burgos y provincia recibieron un correo en el que les alertaban del cambio de este protocolo.
«Mi tía recibió un 'email' en el que explicaban que en caso de abandonar las instalaciones por cualquier motivo, a la vuelta a la misma el usuario debería permanecer 14 días aislado en su habitación por prevención», explica Ana, nombre ficticio porque prefiere mantener el anonimato de su abuelo, residente de uno de estos centros.
Este cambio de protocolo, confirmado por la trabajadora social, no aparece en la página web de la Junta de Castilla y León, que mantiene el inicial donde las salidas estaban permitidas y no penalizadas.
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De esta forma, el abuelo de Ana se ha visto abocado a no acudir al funeral de su esposa, que falleció durante la pandemia, porque, tras enfermar juntos y ver cómo su compañera de vida fallecía, tuvo que lidiar con el duelo mientras se recuperaba de la infección aislado en su habitación. Tras recuperarse y sacudirse poco a poco el miedo se ha encontrado con un nuevo obstáculo, tener que volver a pasar por aislamiento si quería acudir a despedir a su esposa.
«Mi abuelo ha decidido no ir al funeral de mi abuela. Dice que no puede pasar otra vez por un aislamiento», lamenta Ana, que asegura que estas medidas se deben a «los rebrotes de otros centros de la comunidad».
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Las despedidas a los fallecidos han comenzado a producirse en funerales familiares que continúan siendo atípicos, sin embargo, este cambio de protocolo impide a muchos usuarios despedirse de su compañero de vida.
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