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Lo llaman nueva normalidad y en los pueblos burgaleses, como en el resto de España, se traduce en mascarillas, pantallas, colas en los exteriores de los comercios, saludos a distancia y gel desinfectante. Los seres humanos somos seres de costumbres y los burgaleses nos hemos ... sorprendido a nosotros mismos percantándonos de que nuestras costumbres, ahora mismo, son terroríficas. Necesarias, sí, pero terroríficas. La pandemia de la covid-19 se ha instaurado en los pueblos burgaleses de tal forma que todo nos recuerda a ella.
Quintanar de la Sierra lleva desde el día 11 de mayo en la fase 1 de las medidas de alivio del confinamiento instaurado para frenar la pandemia de la covid-19. Salas de los Infantes se ha instalado este lunes en esa fase. Mires donde mires, camines por donde camines en los pueblos burgaleses siempre habrá algo que nos recuerde que estamos intentando superar la peor pandemia que recordamos.
El medio rural ha sufrido con menor virulencia la pandemia que las ciudades y, precisamente por eso, ahora mismo tenemos que ser cautos y cuidados y los vecinos de estos enclaves lo están demostrando.
La mascarilla es un elemento usual, aunque en estos lugares es más fácil el aislamiento no lo es cuando acudes a comprar o recorres las principales calles. Igualmente, los trabajadores se esfuerzan por seguir todas las medidas y, sobre todo, se esfuerzan por estar al tanto de la aprobación o cambios de normativa, algo que como reconocen algunos no ha sido fácil: «nunca había estado tan pendiente del BOE», reconoce una peluquera de Salas de los Infantes.
Acudes a la peluquería y comienza todo un ritual. La puerta debe estar abierta para ventilar y para reducir el contato con manillas y picaportes pero es que ni siquiera se pueden instalar las cortinas antinsectos en la puerta por este mismo motivo. Una vez dentro, las peluqueras nos reciben con mascarilla y pantalla, sofocadas por el calor pero contentas de poder recibir clientes de nuevo. «Ahora hasta un cliente puede esperar dentro del local», puntualizan verificando eso mismo, que nos hemos acostumbrado a formas terroríficas que han cambiado nuestras concepciones.
Igualmente, el cliente debe llegar con mascarilla y guantes y, por supuesto, el gel desinfectante nos recibe en la puerta. Igualmente, la limpieza del local se ha multiplicado. «Lo que más hago es limpiar», apunta otra trabajadora salense gel y balleta en mano.
La frutería nunca ha cerrado, como actividad esencial han seguido trabajando desde el comienzo del estado de alarma pero al menos ahora, confiesa una frutera salense, «se está empezando a ver a más gente, más alegría». Ella siempre tiene una palabra amable y una sonrisa pero reconoce que han sido momentos duros. A la puerta de la frutería, en la calle, hay una cola de gente, la nueva normalidad, colas a las puertas de establecimientos. «No se le da mucha importancia porque no estamos a 40 grados ni tampoco está lloviendo», reflexiona una vecina.
Mucha limpieza del mostrador, aprovechar cada hueco para limpiar el local, guantes, mascarilla y, sobre todo, mucho buen humor en esta frutería salense. «La gente sí cumple, se mantiene alejada, acude con mascarilla, eso ayuda porque tú estás haciendo todo lo posible por mantener la higiene y la seguridad y tenemos que estar todos en esto», explica esta frutera.
Las terrazas son otro indicativo de que queremos volver a ser los de antes pero algo nos sigue anclando en un momento distópico. «Voy a tomar un café ¿cuando acabes te vienes?», le pregunta un amigo a otro en Salas de los Infantes. Hace un mes esa pregunta era impensable. Pero ahora se hará realidad con mascarillas, gel hidroalcohólico de por medio y en una terraza donde habrá la mitad de sillas y mucho más espacio.
En Salas, por ejemplo, se ha delimitado el espacio de la terraza de cada establecimiento de hostelería con unas marcas fosforitas pintadas en el suelo. En ese espacio, los bares pueden instalar las mesas y sillas que permitan las medidas de distanciamiento.
La vida quiere ser normal pero no lo logra. Los parques siguen precintados y las bibliotecas tienen un funcionamiento extraño. Además de en los estantes, algunos libros se amontonan en una sala, son libros en cuarentena.
La bibliotecaria de Quintanar de la Sierra ha vuelto al lugar donde residen los libros a la espera de lectores pero el espacio no está abierto al público de forma corriente. Explica que están cerrados porque les está costando encontrar guantes y «preferimos dárselos aquí porque si los usuarios vienen con ellos de casa no sabemos lo que han podido tocar. Así se los damos aquí y los tiran a la salida».
Mientras hablamos alguien la llama desde la calle. Así funciona ahora. La gente la llama y le pide libros, si los tiene prepara el paquete y los usuarios acuden a por ellos a la biblioteca donde no entran, la bibliotecaria se los baja. «Si hay algún vecino de Quintanar que no quiere o no puede venir, yo les acerco los libros a casa y luego los recojo», señala. Pero cuando un libro que ha sido prestado llega la biblioteca comienza un nuevo proceso. La bibliotecaria debe registrar la fecha de la devolución en el ordenador y llevarlo a una sala donde deberá reposar 15 días con un papel encima en el que se especifica también la fecha de devolución. Comienza así la cuarentena de estos libros. «Al registrar también la fecha del inicio de la cuarentena en el ordenador, el sistema me avisa automáticamente si el que me piden está libre para ser prestado», señala. El problema es que muchos de los libros que esperan en cuarentea son novedades y son los más demandados. En breves, esta bibliotecaria podrá volver a acudir a por más libros para seguir llenando los estantes.
La provincia de Burgos llegó al completo a la fase 1 este lunes 25 de mayo, reconocen los vecinos de la zona de Salas de los Infantes y Quintanar que sí se ha notado estos días que ha acudido más gente al pueblo. La vida en los pueblos se ha echado de menos pero, si se valora hay que cuidarla. Por el momento, no hay grandes quejas, la mayoría de los vecinos y de los que han llegado están concienciados y cumplen las medidas con el fin de que la covid-19 no se extienda aún más pero hay quien reconoce que tiene miedo de la llegada del fin de semana. Confiemos en que la nueva normalidad traiga conciencia social, no solo mascarillas, al medio rural burgalés.
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