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El capón de Cascajares, de la boda de Felipe y Letizia a miles de casas en Navidad

Alfonso Jiménez no era buen estudiante, pero sí buen vendedor. Tanto, que consiguió que su producto estuviera en la boda más importante del siglo: el capón de Cascajares

Transcripción

LA EMPRESA DE MI VIDA | ALFONSO JIMÉNEZ Y EL CAPÓN DE CASCAJARES, LA HISTORIA DE UN EMPEÑO HECHO REALIDAD

AMPARO ESTRADA: ¿Qué hacer cuando todo tu trabajo arde ante tus ojos?

ALFONSO JIMÉNEZ: Yo, como un martirio, vi como 30 años de historia se quemaron en 45 minutos, 45 minutos. Se fue todo al carajo.

AE: Cuando te llaman de madrugada y te dan el mayor susto de tu vida.

AJ: Esa noche, del 25 al 26 de enero, estoy durmiendo en mi casa en Valladolid, con el teléfono en la cabecera, como siempre, y suena el teléfono a las 03:11. Y cuando te llaman a las 03:11 no es para nada bueno.

AE: No era bueno, no.

AJ: Hay un fuego en Cascajares. Yo salté de la cama.

AE. Corres hasta la fábrica y no puedes hacer nada.

AJ: Cuando se mete en una fábrica es horrible como avanza el fuego, es imposible pararlo.

AE: Imposible también frenar las lágrimas.

AJ: ¡Buf, joé, ese momento fue horroroso! O sea, tuve que yo solo en un descampado a oscuras con el teléfono… tuve que poner en mute el teléfono y echarme a llorar como un niño pequeño porque no quería que mi mujer me viera llorando.

AE. ¿Quién aguanta cuando el esfuerzo de 30 años es pasto de las llamas?

AJ: No conseguimos apagar el incendio, vimos cómo se fue quemando toda la fábrica lentamente delante de nuestros ojos.

PACO IGLESIAS: Vas por la noche a ver, a ver el incendio y ves que jode todo, el trabajo de tu vida se te va; es pasto de las llamas. Es un mazazo importante.

AE: Una fábrica que facturaba millones de euros, que vendía a cientos de miles de hogares y restaurantes y que dio de comer, en la boda de Felipe y Letizia, a las casas reales europeas y jefes de Estado del mundo entero.

AJ: Sus Majestades habían decidido que el capón de Cascajares fuese el plato principal.

SONIDOS DE COPAS/PLATOS/BRINDIS

AMPARO ESTRADA: No solo los Reyes. O, mejor dicho, a raíz de la boda real, Cascajares se hizo famosa. Ahora casi un millón de familias en España cenan en Navidades con Cascajares. Un crío pequeño, el menor de diez hermanos, al que no le gustaba la escuela, es el origen de esta historia.

AJ: He sido un mal estudiante, por desgracia. Me gustaba mucho más otras cosas que estudiar.

AE: Había una razón para que le costara tanto.

AJ: Tengo dislexia. Y la dislexia me impedía muchísimo en mis estudios por la lectura y por la escritura. Sin embargo yo esa fuerza que tenía por dentro, esa ilusión y esas ganas de prosperar en la vida, de hacer cosas,

AE: Su refugio era la vida en el campo, en una finca de su familia.

AJ: Criaba palomas, vendía palomas, criaba pollos, vendía pollos.

AE: Eran palomas mensajeras y se las vendía a los amigos. Alfonso tenía 8 años.

AJ: Me hice adicto a la venta y me gustó el emprender, crear, el crear valor y todo eso, pues cambió definitivamente mi vida.

AE: Después fueron las perdices, los faisanes. A los catorce aprendió a criar capones viendo videos con su hermano que estudiaba Medicina. Los criaba y los vendía por los restaurantes de alrededor. Había comenzado su vida empresarial.

AJ: Se me despertó el instinto emprendedor muy, muy joven.

AE: En aquel momento su negocio era redondo.

AJ: En aquella finca que era una finca de mi madre y yo no pagaba alquiler, la comida era el maíz y el trigo de las vacas de mi padre. Yo no pagaba comida y cuando yo vendía uno de mis capones pues era 100% beneficio. No tenía para nada ningún gasto.

AE: Incluso tenía chófer propio.

AJ: Mi padre tenía que ir a los restaurantes conmigo a llevar lo que yo vendía.

AE: Un padre al que le sentaba fatal el camino que estaba tomando su hijo pequeño.

AJ: Él siendo ingeniero de caminos, primero de su promoción, una persona listísima, alto funcionario del Estado, le ponía negro que yo no estudiara entonces.

AE: Pero Alfonso estaba empeñado en seguir con su pequeña empresa.

AJ: Entonces yo no tenía nada de miedo en la vida, para nada. Absolutamente a puerta fría y sin conocer prácticamente a nadie. Era un chico de pantalones cortos. Yo iba a los restaurantes, yo preguntaba por el dueño del restaurante o preguntaba por el cocinero. Entre que me veían tan joven y tan lanzado, pues bueno, me decían que si me compraban dos, luego me compraban cuatro, luego me compraban seis.

AE: Y aquel chaval que vendía capones por los restaurantes de Valladolid y Palencia decidió que si podía vender 100 capones ¿por qué no 1.000?

AJ: Se me fue la cabeza, me pudo el corazón y con esa pasión, con esa ilusión que yo llevaba, no calculé bien.

AE: Aquello fue demasiado para su padre.

AJ: Mi padre definitivamente me cerró la puerta de la panera donde guardaba el maíz y el trigo para sus vacas y me dijo: «Si quieres ser empresario vas a ser empresario, pero vas a tener que comprar tú la comida para tus capones», y me puso un candado.

AE: Tenía que pagar la comida de los capones, que comen muchísimo, por cierto, y no conseguía venderlos. Cada día que pasaba era más dinero que perdía.

AJ: Vendí cien. Pero todavía me quedaban 900. Conseguí vender 100 más, pero todavía me quedaban 800. Mi mercado de proximidad, que era Valladolid, Palencia, ya estaba saturado. No podían comprarme más. Consigo hacer un esfuerzo y vender 100 más yendo a la provincia de León, pero ya la defunción a nivel empresarial estaba ya firmada.

AE: Su padre le avisó.

AJ: Me dijo: «Hijo mío, te vas a arruinar».

AE: Estuvo días pensando cómo salir del lío.

AJ: Se me ocurrió una idea loca, una idea peregrina.

AE: Una idea que consistía en meter al capón en lata, como hacían los franceses con el confit de pato.

AJ: Mi reflexión fue por lo menos así dejarán de comer.

AE: Metió los 700 capones en latas y consiguió vender en un mes lo que no había podido vender en un año. Así nació el capón de Cascajares.

AJ: Dicen con mucha razón que soy empresario por culpa de 700 capones, que si no, no sería empresario, sería pollero.

AE: Se hizo empresario y la empresa creció. Más de treinta años de esfuerzo, desde aquel día en que se encontraron Alfonso y Paco en una feria agroalimentaria y decidieron unir esfuerzos e ilusión. Pusieron un capital de 160.000 pesetas de entonces, unos mil euros. Y levantaron a pulso una empresa que da trabajo a un centenar de personas y factura cerca de veinte millones de euros. Hubo crisis a lo largo de esos años, pero cada una se convirtió en una oportunidad para crecer, ampliar productos y ganar clientes. Hasta que llegó un día fatídico.

AJ: Pasó lo más horrible. Ojo, digo «lo más horrible». Tengo la garantía de que no fue lo más horrible, porque lo más horrible y hoy no estaría aquí hablando contigo, es si una persona se hubiese quedado dentro del incendio y se hubiese quemado, yo no tendría para nada el mismo espíritu. Eso lo habría cambiado todo.

CABECERA | LA EMPRESA DE MI VIDA

AMPARO ESTRADA: Hola, bienvenidos a 'La empresa de mi vida', un podcast donde queremos conocer la vida real que hay detrás de las empresas. Sus protagonistas nos la cuentan: sus sueños, sus fracasos, los momentos más difíciles y también los más preciosos. Porque de todo ello hay en la vida y en la empresa. En este capítulo, Alfonso Jiménez, cofundador de Cascajares.

Cuando se quemó, de la fábrica de Cascajares, en Dueñas, salían un millón de kilos al año y proyectaban un gran crecimiento. El día del incendio faltaban tres meses para la ampliación de las instalaciones que iba a hacer posible duplicar la capacidad productiva.

AJ: Y de repente se quema todo.

AE: Fueron momentos que a Alfonso le cuesta recordar. Pero ni el incendio pudo frenarle.

AJ: A las 07:00 ya trabajando para saber cómo íbamos a salir de ese gran problema.

AE: Y buscó soluciones tras el fuego devastador.

AJ: Lo que más me preocupaba era cómo volver a crear puestos de trabajo.

AE: Y cómo mantener la empresa.

AJ: Si no encontrábamos una solución rápida seguramente ellos se irían a otras empresas. Y cuando nosotros tuviésemos la fábrica terminada sería una empresa, pero sin trabajadores. Que es como un cuerpo sin alma. Un cuerpo sin vida.

AE: Ese mismo día hizo una lista de whatsapp con todos los trabajadores.

AJ: Para que todos los trabajadores a tiempo real estuviesen perfectamente informados de los avances que íbamos teniendo.

AE: El fuego te cambia.

AJ: Hemos tenido un problema muy gordo, muy gordo, muy gordo, que me ha hecho quitarme años de vida y he sufrido mucho. Pero luego ha habido muchas cosas que me han venido bien, cosas que me han ayudado a ser yo creo que una persona diferente.

AE: Fortalece la unión.

AJ: Tengo totalmente grabado en mi mente cuando a las 06:00 veo a mi querido socio Paco cómo lloraba como una magdalena cuando es frío como un témpano y dije: «Madre mía, qué catástrofe».

AE: No era el único que lloraba. Alfonso también. Y mucho.

AJ: Mucho, mucho. Pero nadie me vio. O sea, no podía llorar y que me viese la gente llorar porque eso era un signo de flaqueza. Y yo tenía que transmitir confianza, por mi gente, empezando por mi familia.

AE: A las seis y media de la mañana llamó a su mujer.

AJ: La llamé y le dije: «Lo hemos perdido todo. Se quemó todo». Y me dice: «¿todo?», «Sí, todo». Y me dijo: «¿cómo se lo digo a las niñas?»

AE: Las niñas habían visitado la fábrica el Día de Reyes. Todo era ilusión entonces. El incendió la devoró el 26 de enero.

AJ: Yo a los 15 días estaba fundido, absolutamente fundido, porque dormía muy poco, porque me costaba conciliar el sueño cuando yo intentaba dormirme y estaba a punto de caer derrotado.

AE: Los primeros días tras la catástrofe fueron muy difíciles.

AJ: Mi mente escuchaba esas vigas cayéndose de la fábrica al suelo «catapún» y esos cristales de los despachos que reventaban a los 1500 grados que se puso la fábrica. Y eso me hacía sobresaltar y me hacía volverme a despertar.

AE: Tan mal estaba que su mujer le planteó que dejara la empresa de Cascajares.

AJ: Aquello más que un bajón fue un revulsivo.

AE: Y esta fue su respuesta.

AJ: No abandono, porque yo como empresario tengo un gran compromiso con la sociedad. Tengo un gran compromiso con los empleados.

AE: Le dijo a su mujer que ese compromiso también era con sus proveedores, con sus clientes, y con sus compañeros empresarios.

AJ: Yo ahora soy el reflejo de lo que es un empresario. Y si yo abandono y me voy? Va a haber comentarios de que los empresarios somos flojos, que me marcho con el dinero del seguro, que he abandonado el barco, que he quemado la fábrica. Y todos esos, todos esos comentarios los tengo que callar y tengo que demostrar que los empresarios somos gente dura y somos gente fuerte.

AE: Pero, sobre todo, no abandonó por sus hijas.

AJ: No quiero que mis hijas vean en su padre una persona que ante la adversidad ha doblado la rodilla y ha abandonado el barco.

AE: Si no se había rendido en los 30 años transcurridos desde que fundó la empresa tampoco lo iba a hacer ahora

AJ: Esto es una demostración. Que ante un gran problema, un empresario se levanta y se enfrenta a la adversidad y vence la adversidad. Esto se lo voy a demostrar a mis hijas y a todos aquellos que me estén mirando.

AE: Ni Alfonso ni Cascajares estuvieron solos en la reconstrucción.

AJ: Hubo un gran apoyo social. Nos pasaron cosas maravillosas.

AE: Los vecinos les llevaban bizcochos a la caseta donde intentaban levantar de nuevo la empresa. Y muchos otros apoyos.

AJ: Hubo 100 personas que me ofrecieron su fábrica para volver a fabricar. En tan solo diez días ya estábamos fabricando.

AE: Algunos le enviaron décimos de lotería por si tocaba para ayudar a construir una nueva fábrica. Y llegó la oferta que les permitió salir adelante.

AJ: Un señor muy generoso de Valladolid, que tenía una fábrica y se quería jubilar y quería dar paso a otro empresario. Llegamos a un acuerdo en siete días para alquilarle su fábrica y en tan solo tres días conseguimos el permiso.

AE: En la historia de Cascajares hay un capítulo especial. Como si de un cuento se tratara tiene que ver con una boda real. Alfonso estaba viendo en la televisión la pedida de mano de los príncipes.

AJ: Enciendo el televisor a las 21:00 de la noche, cuando era el telediario por la noche y noticia de cabecera Don Felipe contraerá matrimonio con doña Letizia Ortiz y yo de manera muy rápida y muy instintiva y con mucha ilusión dije el capón de Cascajares tiene que ser plato en esta boda. Algo tendrán que comer.

AE: Se puso en marcha con ese sueño y tuvo la suerte de que uno de sus clientes fue el restaurante elegido para servir el banquete. Eso solo era el primer paso.

AJ: Tuve 29 reuniones en Palacio.

AE: No había nada decidido, hasta que en la última reunión se le dijo por fin que el capón de Cascajares sería el plato principal.

AJ: Y no fue por la enorme calidad del producto, que también.

AE: Lo que inclinó la balanza a su favor fue el lado social de la empresa, su preocupación por dar trabajo a personas con discapacidad.

AJ: Cuando se celebró la última reunión, fue doña Letizia la que preguntó qué era esto del capón de Cascajares, porque éramos una empresa totalmente desconocida.

AE: Carmelo, del restaurante Jockey, le explica cómo es la empresa y su vertiente social.

AJ: Dar trabajo para criar los capones a chicos con discapacidad o con súper capacidades.

AE: Y eso es lo que decide finalmente a la Casa Real.

AJ: Eso la Casa Real lo vio muy bien y dijo que si nosotros ayudamos a la sociedad, que la Casa Real nos tenía que ayudar a nosotros. Es lo bonito que pasa en la vida, que cuando tú ayudas, otros van y te ayudan.

AE: Así que el segundo plato de la boda de Felipe y Letizia sería capón de Cascajares. 600 capones para 3.000 comensales.

AJ: Yo, por si acaso, hice 800 capones.

AE: Tenía que mantener en secreto que iba a criar capones para la boda real, pero dos días antes del enlace, Alfonso se lo cuenta orgulloso a su padre.

AJ: Van a comer capón de cascajares y se los voy a vender yo.

AE: El padre reacciona con temor y cree que Alfonso ha cometido una insensatez. Se lo dice:

AJ: Pero no te das cuenta que si esos capones tienen un ataque de bioterrorismo y les inyectan en las pechugas un veneno, vas a matar a todos los mandatarios del mundo entero y a todas las casas reales del mundo entero. Y nos vas a meter en un gran lío. Vamos a ir todos a la cárcel por tu culpa.

AE: La preocupación invade entonces a Alfonso.

AJ: «¿Y qué puedo hacer, papá, qué puedo hacer?» Porque yo, a pesar de que siempre estaba un poco en contra de lo que hacía, siempre le escuchaba porque era una persona muy lista.

AE: El padre le aconseja que contrate un guarda de seguridad para custodiar los capones. Pero la empresa entonces era muy pequeña.

AJ: Yo no tenía dinero para contratar un guarda de seguridad.

AE: Así que Alfonso se encarga personalmente de custodiarlos y no los pierde de vista hasta su entrega en Palacio.

AJ: Cargué los capones, los metí en un camión. Yo fui al matadero. Los descargué. Estuve cuando los estaban faenando. Luego los recogí, los metí en un camión frigorífico y los llevé yo personalmente a Palacio para asegurarme que no pasase esto que me había anunciado mi padre.

AE: Y se le ocurrió la mejor campaña publicitaria. Los 200 capones que había criado de más los envió ya cocinados el día de la boda a 200 periodistas que estaban cubriendo el acontecimiento. Previa autorización de la Casa Real.

AJ: Ponía una nota que decía: «Si usted no está invitado a la boda de los Príncipes de Asturias hoy, 22 de mayo de 2004, por lo menos podrá comer lo mismo que se come en Palacio».

AE: Acompañados de una explicación de qué es el capón de Cascajares.

AJ: Hubo casi 100 menciones en 100 distintos medios de comunicación que contaban esto que el capón de cascajares iba a ser el plato principal de la boda y eso hizo que fuese una noticia, un bombazo.

SONIDO BODA REAL

AE: Hasta entonces, Cascajares solo vendía a los restaurantes. Pero pasó algo inesperado el lunes siguiente a la boda.

AJ: Llego, aparco el coche en la puerta de la fábrica y había treinta y tantas personas. A las 08:30, 08:45 de la mañana. Y digo aquí ha pasado algo. «¿Qué quieren ustedes?» «Comprar un capón como el que se han comido los reyes».

AE: Y empezó a vender capones crudos a la puerta de la fábrica.

AJ: Se lo llevaban a su casa, lo cocinaban igual que un pollo. No se cocina igual que un pollo. Es más complicado.

AE: Por un momento parecía que iban directos al fracaso. Porque a la gente no le gustaba. Pero, una vez más, tuvieron una idea. Vender los capones ya cocinados con la misma receta que en la boda de los príncipes.

AJ: Esa idea loca se reflejó en una producción de mil capones. Se vuelve a repetir la cifra de los mil capones para vendérselo ya no a restaurantes, que era a quien vendíamos los capones, sino a clientes finales. Tenían que ser familias que quisieran comer en Navidad este capón, igual que el de la boda de los Reyes.

AE: Hicieron una página web con solo un número de teléfono para encargar el capón. A pesar de lo rudimentaria que era consiguieron vender los mil capones. Al año siguiente hicieron 3.000.

AJ: El día 22 de diciembre lo recuerdo como es ahora mismo tenemos que repartir mil capones entre el 23 y el 24 y para que llegasen para la Nochebuena.

AE: Pero la empresa de transporte le avisa de que no van a poder repartirlos todos.

AJ: Como he sido siempre tan tozudo, tan cabezota, cogí, llamé a un rent a car, cogí dos furgonetas frigoríficas en alquiler.

AE: Y la noche del 22 al 23 de diciembre Alfonso viaja a Madrid con 500 capones y la lista de entregas. Cuando llega a Madrid para un taxi y le contrata para todo el día.

AJ: El taxista iba con el excel, iba en papel impreso, iba apuntando por calles y por distritos donde tenía que parar. Me decía: «Alfonso, venga, en esta casa tienes que subir al 5.º, al 5.º C y tienes que llevar dos». Yo subía, me pagaban en metálico y se empeñaban en darme propina. Y yo no quería propina. «¿Cómo no le vamos a dar al repartidor propina? Que sí, hombre, que sí».

AE: Fue un día frenético y con la angustia de que si no lograba repartir todos los capones, si dejaba sin cenar a 500 familias, la empresa no sobreviviría.

AJ: Hoy estaríamos muertos.

AE: No fue así. Hubo más crisis y situaciones entre entrañables e increíbles.

AE: Enseguida volvemos.

PAUSA

AMPARO ESTRADA: En Cascajares, la constancia se ha aliado muchas veces con la casualidad. En 2007, justo antes de la gran crisis económica mundial, Alfonso y Paco tuvieron otro arranque de los suyos.

ALFONSO JIMÉNEZ: ¿Y por qué no vamos a ser capaces de vender el pavo del Día de Acción de Gracias de los americanos?

AE: Sin pensarlo mucho más, viajaron a Estados Unidos. Un día fueron a cenar al restaurante del chef José Andrés.

AJ: Le encantó nuestro proyecto. Dijo que nos ayudaría cuando fuéramos para allá.

AE: Aunque finalmente se decidieron por instalar la fábrica en Canadá, donde recibían más ayudas, Alfonso no olvidó el ofrecimiento del cocinero español.

AJ: Yo llamé al chef José Andrés, me acuerdo que le llamé en el año 2009.

AE: No dio con él. Estaba con su ONG fuera de Estados Unidos.

AJ: Llamé otra vez en el 2010. En el año 2011 yo como soy muy muy cabezota, principalmente insistente, lo volví a intentar. No conseguí dar con él.

AE: En 2011 las cosas no iban bien en Canadá ni tampoco en España por la crisis. Agotado, Alfonso se fue a descansar con la familia a una playa de Cádiz.

AJ: El último día, ya viendo la última puesta de sol, estoy leyendo un libro y me dan las nueve de la noche. Con esa suerte que siempre me acompaña... Yo no me lo puedo creer. Está pasando el chef José Andrés delante de mí. Llevo tres años detrás de este señor.

AE: Una oportunidad que no podía dejar pasar.

AJ: Me fui a por él, le dije: «¡José Andrés!» Se dio la vuelta, no me conoció. Pero le dije: «Soy Cascajares». Y dice: «Pero hombre», dice, «os recuerdo».

AE: Y José Andrés le invitó a cenar a su casa al día siguiente. Pero Alfonso y su familia ya se iban y no tenían habitación donde alojarse.

AJ: Llegué al hotel y le conté a la recepcionista del hotel. Le conté lo que me había pasado. Conté la verdad y me dice: «¡Buf! Pues tengo el hotel lleno. Es imposible».

AE: Buscó en todos los hoteles, apartamentos, pensiones… y nada. Era el mes de agosto y todo estaba completo. Volvió a hablar con la recepcionista del hotel.

AJ: 'Pa' que veais lo cabezota que soy. La convencí para que el cuarto de la ropa blanca donde guardaban las toallas, donde guardaban las sábanas.

AE: Se convirtiera en su habitación esa noche.

AJ: Con una cama con una cuna de viaje para las dos niñas y no teníamos baño.

AE: Y acudieron a la cena con José Andrés.

AJ: Y yo llego. Toco el timbre de casa de José Andrés. Me abre Gran Wyoming la puerta. Entro. Tengo una cena de artistas con José Andrés, con su mujer encantadora, adorable y con un montón de gente allí.

AE: Cenaron y se hicieron amigos.

AJ: Gracias a eso José Andrés, muy generoso, me regaló la receta del pavo del Día de Acción de Gracias.

AE: Y con esa receta impulsaron las ventas en su fábrica de Canadá. Una apuesta internacional que no ha sido fácil.

PACO IGLESIAS: Vimos una oportunidad enorme. Hasta entonces, no se nos había puesto nada por medio. Y con 36 años y una empresa que facturaba siete millones de euros, nos fuimos para allá. Más toreros que…

AE: Quien habla es Paco Iglesias, socio, amigo y fundador también de Cascajares. Ahora, un tercio de la facturación procede de Canadá, otro tercio de España y otro tercio del resto de Europa.

PI: Yo creo que al final una sociedad funciona cuando las dos personas o las tres tienen los mismos valores. Si tú compartes valores es muy fácil llegar a buen puerto.

AE: La historia de Cascajares es una historia de superación.

PI: Yo siempre digo que esto es una constante crisis. Hemos pateado bien todas las crisis. Al final digo que sale bien hasta que alguna te sale mal, pero bueno, de momento todas nos han salido bien. Pero bueno, al final ha sido trabajo, humildad y trabajo una y otra y… y tener un buen equipo.

AE: Una empresa levantada a pulso.

AJ: Siempre he pensado que la vida empresarial es una escalera en la cual cada día hay que intentar subir un peldaño y hay que intentar subir los peldaños de uno en uno, nunca de dos en dos, porque te puedes tropezar y te puedes caer, y nunca subir por el ascensor.

AE: A aquel niño con dislexia no le fue fácil avanzar, pero lo hizo.

AJ: Creo que subir por ascensor es lo cómodo, es lo fácil, pero si subes por el ascensor, llegas al 5.º piso y te pones a fumar puros y a beber copas y te puedes arruinar. Entonces yo siempre pensaba en la cultura del esfuerzo todos los días. Es decir, ¿cuál es el peldaño que me toca subir hoy?

AE: También es una historia de solidaridad. La primera nave se la alquilaron a una fundación, el Centro San Cebrián, que se dedica a la inserción laboral de personas con discapacidad y acordaron que pagarían menos alquiler.

PI: A cambio de contratar gente con algún tipo de discapacidad o con capacidades diferentes.

AJ: Yo siempre he dicho, y me gusta decirlo, que no hemos hecho caridad, porque esto no se trata de hacer caridad, se trata de dar la empleabilidad a chicos que se lo merecen todo porque son excelentes trabajadores. Desde aquí animo a los empresarios a que prueben trabajar con estos super capacitados.

AE: Alfonso se acuerda de todos pero especialmente de los primeros.

AJ: Se llamaba Ana y Luis Alberto, los dos primeros trabajadores que tenían discapacidad y aquellos, los trabajadores, pues bueno, fueron gente maravillosa, los cuales les agradezco muchísimo lo que hicieron por nosotros, porque confiaron en nosotros.

AE: Resultó tan bien que desde entonces siempre han contratado gente con capacidades diferentes.

PI: Seguimos teniendo personal con todo tipo de capacidades. Al final hay gente estupenda, que bueno que trabaja perfectamente o mejor que los que denominamos normales.

AE: Hace un año, el incendio devastó toda la fábrica excepto el cartel de Cascajares, que ahora está en las nuevas instalaciones. Y allí hemos entrado.

SIMÓN: Estamos en mitad de un gran pasillo. Es un pasillo muy ancho y muy largo. Y es como la arteria central de la fábrica.

AE: Simón, el director comercial, nos acompaña en la visita. Dentro hace un frío que pela. Nos acercamos a la cámara de congelación. Veinte grados bajo cero. Los trabajadores se lo saben y van forrados. Yo casi me congelo.

S: Llega aquí la materia prima, la limpiamos bien en crudo, luego se envasa al vacío en crudo. Y luego ya viene el proceso de cocinado que se cocinan en un autoclave que luego lo veremos que es como una olla express a lo bestia.

AE: El autoclave es un horno tan grande como la cisterna de un camión, en él caben carros enteros llenos de bandejas. Tiene una mirilla como el ojo de buey de un barco y un panel de control como el de un avión.

S: Ahí estás viendo como el agua va cayendo en cascada, va mojando el producto, va calando lo que son las bolsas donde está la carne dentro. La va cociendo, la va cocinando.

AE: Carrilleras, rabo de toro, crestas de gallo, capones, cochinillo, cordero, pato, y ahora primeros platos.…Cuanto más loca la idea, más entusiasmo.

AJ: Tienes que hacer cosas distintas para ser de alguna manera imprescindible. Si hay otro que lo hace, ¿para qué vas a hacer tú lo mismo? No, no estás creando nada de valor, no estás creando nada.

AE: Y ahora, aquel niño mal estudiante que criaba palomas y capones, sueña con llevar la cena en Navidad a un millón de hogares.

Amparo Estrada

Jueves, 26 de diciembre 2024, 00:09

La historia de Alfonso Jiménez es mucho más que un cuento de Navidad. Se aficionó a criar aves de todo tipo, hasta llegar a una escala descomunal. Apostó por el negocio junto a su socio Paco Iglesias, se lió la manta a la cabeza y dio el gran salto de su vida sirviendo el plato estrella de la boda real: el capón de Cascajares. Eso fue solo el principio, pues conoceremos mil anécdotas que revelan que este empresario no es uno más.

Créditos

  • Una historia de Amparo Estrada

  • Edición de guion Luigi Gómez y Carlos G. Fernández

  • Producción técnica, diseño sonoro y mezcla Iñigo Martín Ciordia

  • Producción ejecutiva José Ángel Esteban

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El capón de Cascajares, de la boda de Felipe y Letizia a miles de casas en Navidad

LA EMPRESA DE MI VIDA | ALFONSO JIMÉNEZ Y EL CAPÓN DE CASCAJARES, LA HISTORIA DE UN EMPEÑO HECHO REALIDAD
AMPARO ESTRADA: ¿Qué hacer cuando todo tu trabajo arde ante tus ojos?
ALFONSO JIMÉNEZ: Yo, como un martirio, vi como 30 años de historia se quemaron en 45 minutos, 45 minutos. Se fue todo al carajo.
AE: Cuando te llaman de madrugada y te dan el mayor susto de tu vida.
AJ: Esa noche, del 25 al 26 de enero, estoy durmiendo en mi casa en Valladolid, con el teléfono en la cabecera, como siempre, y suena el teléfono a las 03:11. Y cuando te llaman a las 03:11 no es para nada bueno.
AE: No era bueno, no.
AJ: Hay un fuego en Cascajares. Yo salté de la cama.
AE. Corres hasta la fábrica y no puedes hacer nada.
AJ: Cuando se mete en una fábrica es horrible como avanza el fuego, es imposible pararlo.
AE: Imposible también frenar las lágrimas.
AJ: ¡Buf, joé, ese momento fue horroroso! O sea, tuve que yo solo en un descampado a oscuras con el teléfono… tuve que poner en mute el teléfono y echarme a llorar como un niño pequeño porque no quería que mi mujer me viera llorando.
AE. ¿Quién aguanta cuando el esfuerzo de 30 años es pasto de las llamas?
AJ: No conseguimos apagar el incendio, vimos cómo se fue quemando toda la fábrica lentamente delante de nuestros ojos.
PACO IGLESIAS: Vas por la noche a ver, a ver el incendio y ves que jode todo, el trabajo de tu vida se te va; es pasto de las llamas. Es un mazazo importante.
AE: Una fábrica que facturaba millones de euros, que vendía a cientos de miles de hogares y restaurantes y que dio de comer, en la boda de Felipe y Letizia, a las casas reales europeas y jefes de Estado del mundo entero.
AJ: Sus Majestades habían decidido que el capón de Cascajares fuese el plato principal.
SONIDOS DE COPAS/PLATOS/BRINDIS
AMPARO ESTRADA: No solo los Reyes. O, mejor dicho, a raíz de la boda real, Cascajares se hizo famosa. Ahora casi un millón de familias en España cenan en Navidades con Cascajares. Un crío pequeño, el menor de diez hermanos, al que no le gustaba la escuela, es el origen de esta historia.
AJ: He sido un mal estudiante, por desgracia. Me gustaba mucho más otras cosas que estudiar.
AE: Había una razón para que le costara tanto.
AJ: Tengo dislexia. Y la dislexia me impedía muchísimo en mis estudios por la lectura y por la escritura. Sin embargo yo esa fuerza que tenía por dentro, esa ilusión y esas ganas de prosperar en la vida, de hacer cosas,
AE: Su refugio era la vida en el campo, en una finca de su familia.
AJ: Criaba palomas, vendía palomas, criaba pollos, vendía pollos.
AE: Eran palomas mensajeras y se las vendía a los amigos. Alfonso tenía 8 años.
AJ: Me hice adicto a la venta y me gustó el emprender, crear, el crear valor y todo eso, pues cambió definitivamente mi vida.
AE: Después fueron las perdices, los faisanes. A los catorce aprendió a criar capones viendo videos con su hermano que estudiaba Medicina. Los criaba y los vendía por los restaurantes de alrededor. Había comenzado su vida empresarial.
AJ: Se me despertó el instinto emprendedor muy, muy joven.
AE: En aquel momento su negocio era redondo.
AJ: En aquella finca que era una finca de mi madre y yo no pagaba alquiler, la comida era el maíz y el trigo de las vacas de mi padre. Yo no pagaba comida y cuando yo vendía uno de mis capones pues era 100% beneficio. No tenía para nada ningún gasto.
AE: Incluso tenía chófer propio.
AJ: Mi padre tenía que ir a los restaurantes conmigo a llevar lo que yo vendía.
AE: Un padre al que le sentaba fatal el camino que estaba tomando su hijo pequeño.
AJ: Él siendo ingeniero de caminos, primero de su promoción, una persona listísima, alto funcionario del Estado, le ponía negro que yo no estudiara entonces.
AE: Pero Alfonso estaba empeñado en seguir con su pequeña empresa.
AJ: Entonces yo no tenía nada de miedo en la vida, para nada. Absolutamente a puerta fría y sin conocer prácticamente a nadie. Era un chico de pantalones cortos. Yo iba a los restaurantes, yo preguntaba por el dueño del restaurante o preguntaba por el cocinero. Entre que me veían tan joven y tan lanzado, pues bueno, me decían que si me compraban dos, luego me compraban cuatro, luego me compraban seis.
AE: Y aquel chaval que vendía capones por los restaurantes de Valladolid y Palencia decidió que si podía vender 100 capones ¿por qué no 1.000?
AJ: Se me fue la cabeza, me pudo el corazón y con esa pasión, con esa ilusión que yo llevaba, no calculé bien.
AE: Aquello fue demasiado para su padre.
AJ: Mi padre definitivamente me cerró la puerta de la panera donde guardaba el maíz y el trigo para sus vacas y me dijo: «Si quieres ser empresario vas a ser empresario, pero vas a tener que comprar tú la comida para tus capones», y me puso un candado.
AE: Tenía que pagar la comida de los capones, que comen muchísimo, por cierto, y no conseguía venderlos. Cada día que pasaba era más dinero que perdía.
AJ: Vendí cien. Pero todavía me quedaban 900. Conseguí vender 100 más, pero todavía me quedaban 800. Mi mercado de proximidad, que era Valladolid, Palencia, ya estaba saturado. No podían comprarme más. Consigo hacer un esfuerzo y vender 100 más yendo a la provincia de León, pero ya la defunción a nivel empresarial estaba ya firmada.
AE: Su padre le avisó.
AJ: Me dijo: «Hijo mío, te vas a arruinar».
AE: Estuvo días pensando cómo salir del lío.
AJ: Se me ocurrió una idea loca, una idea peregrina.
AE: Una idea que consistía en meter al capón en lata, como hacían los franceses con el confit de pato.
AJ: Mi reflexión fue por lo menos así dejarán de comer.
AE: Metió los 700 capones en latas y consiguió vender en un mes lo que no había podido vender en un año. Así nació el capón de Cascajares.
AJ: Dicen con mucha razón que soy empresario por culpa de 700 capones, que si no, no sería empresario, sería pollero.
AE: Se hizo empresario y la empresa creció. Más de treinta años de esfuerzo, desde aquel día en que se encontraron Alfonso y Paco en una feria agroalimentaria y decidieron unir esfuerzos e ilusión. Pusieron un capital de 160.000 pesetas de entonces, unos mil euros. Y levantaron a pulso una empresa que da trabajo a un centenar de personas y factura cerca de veinte millones de euros. Hubo crisis a lo largo de esos años, pero cada una se convirtió en una oportunidad para crecer, ampliar productos y ganar clientes. Hasta que llegó un día fatídico.
AJ: Pasó lo más horrible. Ojo, digo «lo más horrible». Tengo la garantía de que no fue lo más horrible, porque lo más horrible y hoy no estaría aquí hablando contigo, es si una persona se hubiese quedado dentro del incendio y se hubiese quemado, yo no tendría para nada el mismo espíritu. Eso lo habría cambiado todo.
CABECERA | LA EMPRESA DE MI VIDA
AMPARO ESTRADA: Hola, bienvenidos a 'La empresa de mi vida', un podcast donde queremos conocer la vida real que hay detrás de las empresas. Sus protagonistas nos la cuentan: sus sueños, sus fracasos, los momentos más difíciles y también los más preciosos. Porque de todo ello hay en la vida y en la empresa. En este capítulo, Alfonso Jiménez, cofundador de Cascajares.
Cuando se quemó, de la fábrica de Cascajares, en Dueñas, salían un millón de kilos al año y proyectaban un gran crecimiento. El día del incendio faltaban tres meses para la ampliación de las instalaciones que iba a hacer posible duplicar la capacidad productiva.
AJ: Y de repente se quema todo.
AE: Fueron momentos que a Alfonso le cuesta recordar. Pero ni el incendio pudo frenarle.
AJ: A las 07:00 ya trabajando para saber cómo íbamos a salir de ese gran problema.
AE: Y buscó soluciones tras el fuego devastador.
AJ: Lo que más me preocupaba era cómo volver a crear puestos de trabajo.
AE: Y cómo mantener la empresa.
AJ: Si no encontrábamos una solución rápida seguramente ellos se irían a otras empresas. Y cuando nosotros tuviésemos la fábrica terminada sería una empresa, pero sin trabajadores. Que es como un cuerpo sin alma. Un cuerpo sin vida.
AE: Ese mismo día hizo una lista de whatsapp con todos los trabajadores.
AJ: Para que todos los trabajadores a tiempo real estuviesen perfectamente informados de los avances que íbamos teniendo.
AE: El fuego te cambia.
AJ: Hemos tenido un problema muy gordo, muy gordo, muy gordo, que me ha hecho quitarme años de vida y he sufrido mucho. Pero luego ha habido muchas cosas que me han venido bien, cosas que me han ayudado a ser yo creo que una persona diferente.
AE: Fortalece la unión.
AJ: Tengo totalmente grabado en mi mente cuando a las 06:00 veo a mi querido socio Paco cómo lloraba como una magdalena cuando es frío como un témpano y dije: «Madre mía, qué catástrofe».
AE: No era el único que lloraba. Alfonso también. Y mucho.
AJ: Mucho, mucho. Pero nadie me vio. O sea, no podía llorar y que me viese la gente llorar porque eso era un signo de flaqueza. Y yo tenía que transmitir confianza, por mi gente, empezando por mi familia.
AE: A las seis y media de la mañana llamó a su mujer.
AJ: La llamé y le dije: «Lo hemos perdido todo. Se quemó todo». Y me dice: «¿todo?», «Sí, todo». Y me dijo: «¿cómo se lo digo a las niñas?»
AE: Las niñas habían visitado la fábrica el Día de Reyes. Todo era ilusión entonces. El incendió la devoró el 26 de enero.
AJ: Yo a los 15 días estaba fundido, absolutamente fundido, porque dormía muy poco, porque me costaba conciliar el sueño cuando yo intentaba dormirme y estaba a punto de caer derrotado.
AE: Los primeros días tras la catástrofe fueron muy difíciles.
AJ: Mi mente escuchaba esas vigas cayéndose de la fábrica al suelo «catapún» y esos cristales de los despachos que reventaban a los 1500 grados que se puso la fábrica. Y eso me hacía sobresaltar y me hacía volverme a despertar.
AE: Tan mal estaba que su mujer le planteó que dejara la empresa de Cascajares.
AJ: Aquello más que un bajón fue un revulsivo.
AE: Y esta fue su respuesta.
AJ: No abandono, porque yo como empresario tengo un gran compromiso con la sociedad. Tengo un gran compromiso con los empleados.
AE: Le dijo a su mujer que ese compromiso también era con sus proveedores, con sus clientes, y con sus compañeros empresarios.
AJ: Yo ahora soy el reflejo de lo que es un empresario. Y si yo abandono y me voy? Va a haber comentarios de que los empresarios somos flojos, que me marcho con el dinero del seguro, que he abandonado el barco, que he quemado la fábrica. Y todos esos, todos esos comentarios los tengo que callar y tengo que demostrar que los empresarios somos gente dura y somos gente fuerte.
AE: Pero, sobre todo, no abandonó por sus hijas.
AJ: No quiero que mis hijas vean en su padre una persona que ante la adversidad ha doblado la rodilla y ha abandonado el barco.
AE: Si no se había rendido en los 30 años transcurridos desde que fundó la empresa tampoco lo iba a hacer ahora
AJ: Esto es una demostración. Que ante un gran problema, un empresario se levanta y se enfrenta a la adversidad y vence la adversidad. Esto se lo voy a demostrar a mis hijas y a todos aquellos que me estén mirando.
AE: Ni Alfonso ni Cascajares estuvieron solos en la reconstrucción.
AJ: Hubo un gran apoyo social. Nos pasaron cosas maravillosas.
AE: Los vecinos les llevaban bizcochos a la caseta donde intentaban levantar de nuevo la empresa. Y muchos otros apoyos.
AJ: Hubo 100 personas que me ofrecieron su fábrica para volver a fabricar. En tan solo diez días ya estábamos fabricando.
AE: Algunos le enviaron décimos de lotería por si tocaba para ayudar a construir una nueva fábrica. Y llegó la oferta que les permitió salir adelante.
AJ: Un señor muy generoso de Valladolid, que tenía una fábrica y se quería jubilar y quería dar paso a otro empresario. Llegamos a un acuerdo en siete días para alquilarle su fábrica y en tan solo tres días conseguimos el permiso.
AE: En la historia de Cascajares hay un capítulo especial. Como si de un cuento se tratara tiene que ver con una boda real. Alfonso estaba viendo en la televisión la pedida de mano de los príncipes.
AJ: Enciendo el televisor a las 21:00 de la noche, cuando era el telediario por la noche y noticia de cabecera Don Felipe contraerá matrimonio con doña Letizia Ortiz y yo de manera muy rápida y muy instintiva y con mucha ilusión dije el capón de Cascajares tiene que ser plato en esta boda. Algo tendrán que comer.
AE: Se puso en marcha con ese sueño y tuvo la suerte de que uno de sus clientes fue el restaurante elegido para servir el banquete. Eso solo era el primer paso.
AJ: Tuve 29 reuniones en Palacio.
AE: No había nada decidido, hasta que en la última reunión se le dijo por fin que el capón de Cascajares sería el plato principal.
AJ: Y no fue por la enorme calidad del producto, que también.
AE: Lo que inclinó la balanza a su favor fue el lado social de la empresa, su preocupación por dar trabajo a personas con discapacidad.
AJ: Cuando se celebró la última reunión, fue doña Letizia la que preguntó qué era esto del capón de Cascajares, porque éramos una empresa totalmente desconocida.
AE: Carmelo, del restaurante Jockey, le explica cómo es la empresa y su vertiente social.
AJ: Dar trabajo para criar los capones a chicos con discapacidad o con súper capacidades.
AE: Y eso es lo que decide finalmente a la Casa Real.
AJ: Eso la Casa Real lo vio muy bien y dijo que si nosotros ayudamos a la sociedad, que la Casa Real nos tenía que ayudar a nosotros. Es lo bonito que pasa en la vida, que cuando tú ayudas, otros van y te ayudan.
AE: Así que el segundo plato de la boda de Felipe y Letizia sería capón de Cascajares. 600 capones para 3.000 comensales.
AJ: Yo, por si acaso, hice 800 capones.
AE: Tenía que mantener en secreto que iba a criar capones para la boda real, pero dos días antes del enlace, Alfonso se lo cuenta orgulloso a su padre.
AJ: Van a comer capón de cascajares y se los voy a vender yo.
AE: El padre reacciona con temor y cree que Alfonso ha cometido una insensatez. Se lo dice:
AJ: Pero no te das cuenta que si esos capones tienen un ataque de bioterrorismo y les inyectan en las pechugas un veneno, vas a matar a todos los mandatarios del mundo entero y a todas las casas reales del mundo entero. Y nos vas a meter en un gran lío. Vamos a ir todos a la cárcel por tu culpa.
AE: La preocupación invade entonces a Alfonso.
AJ: «¿Y qué puedo hacer, papá, qué puedo hacer?» Porque yo, a pesar de que siempre estaba un poco en contra de lo que hacía, siempre le escuchaba porque era una persona muy lista.
AE: El padre le aconseja que contrate un guarda de seguridad para custodiar los capones. Pero la empresa entonces era muy pequeña.
AJ: Yo no tenía dinero para contratar un guarda de seguridad.
AE: Así que Alfonso se encarga personalmente de custodiarlos y no los pierde de vista hasta su entrega en Palacio.
AJ: Cargué los capones, los metí en un camión. Yo fui al matadero. Los descargué. Estuve cuando los estaban faenando. Luego los recogí, los metí en un camión frigorífico y los llevé yo personalmente a Palacio para asegurarme que no pasase esto que me había anunciado mi padre.
AE: Y se le ocurrió la mejor campaña publicitaria. Los 200 capones que había criado de más los envió ya cocinados el día de la boda a 200 periodistas que estaban cubriendo el acontecimiento. Previa autorización de la Casa Real.
AJ: Ponía una nota que decía: «Si usted no está invitado a la boda de los Príncipes de Asturias hoy, 22 de mayo de 2004, por lo menos podrá comer lo mismo que se come en Palacio».
AE: Acompañados de una explicación de qué es el capón de Cascajares.
AJ: Hubo casi 100 menciones en 100 distintos medios de comunicación que contaban esto que el capón de cascajares iba a ser el plato principal de la boda y eso hizo que fuese una noticia, un bombazo.
SONIDO BODA REAL
AE: Hasta entonces, Cascajares solo vendía a los restaurantes. Pero pasó algo inesperado el lunes siguiente a la boda.
AJ: Llego, aparco el coche en la puerta de la fábrica y había treinta y tantas personas. A las 08:30, 08:45 de la mañana. Y digo aquí ha pasado algo. «¿Qué quieren ustedes?» «Comprar un capón como el que se han comido los reyes».
AE: Y empezó a vender capones crudos a la puerta de la fábrica.
AJ: Se lo llevaban a su casa, lo cocinaban igual que un pollo. No se cocina igual que un pollo. Es más complicado.
AE: Por un momento parecía que iban directos al fracaso. Porque a la gente no le gustaba. Pero, una vez más, tuvieron una idea. Vender los capones ya cocinados con la misma receta que en la boda de los príncipes.
AJ: Esa idea loca se reflejó en una producción de mil capones. Se vuelve a repetir la cifra de los mil capones para vendérselo ya no a restaurantes, que era a quien vendíamos los capones, sino a clientes finales. Tenían que ser familias que quisieran comer en Navidad este capón, igual que el de la boda de los Reyes.
AE: Hicieron una página web con solo un número de teléfono para encargar el capón. A pesar de lo rudimentaria que era consiguieron vender los mil capones. Al año siguiente hicieron 3.000.
AJ: El día 22 de diciembre lo recuerdo como es ahora mismo tenemos que repartir mil capones entre el 23 y el 24 y para que llegasen para la Nochebuena.
AE: Pero la empresa de transporte le avisa de que no van a poder repartirlos todos.
AJ: Como he sido siempre tan tozudo, tan cabezota, cogí, llamé a un rent a car, cogí dos furgonetas frigoríficas en alquiler.
AE: Y la noche del 22 al 23 de diciembre Alfonso viaja a Madrid con 500 capones y la lista de entregas. Cuando llega a Madrid para un taxi y le contrata para todo el día.
AJ: El taxista iba con el excel, iba en papel impreso, iba apuntando por calles y por distritos donde tenía que parar. Me decía: «Alfonso, venga, en esta casa tienes que subir al 5.º, al 5.º C y tienes que llevar dos». Yo subía, me pagaban en metálico y se empeñaban en darme propina. Y yo no quería propina. «¿Cómo no le vamos a dar al repartidor propina? Que sí, hombre, que sí».
AE: Fue un día frenético y con la angustia de que si no lograba repartir todos los capones, si dejaba sin cenar a 500 familias, la empresa no sobreviviría.
AJ: Hoy estaríamos muertos.
AE: No fue así. Hubo más crisis y situaciones entre entrañables e increíbles.
AE: Enseguida volvemos.
PAUSA
AMPARO ESTRADA: En Cascajares, la constancia se ha aliado muchas veces con la casualidad. En 2007, justo antes de la gran crisis económica mundial, Alfonso y Paco tuvieron otro arranque de los suyos.
ALFONSO JIMÉNEZ: ¿Y por qué no vamos a ser capaces de vender el pavo del Día de Acción de Gracias de los americanos?
AE: Sin pensarlo mucho más, viajaron a Estados Unidos. Un día fueron a cenar al restaurante del chef José Andrés.
AJ: Le encantó nuestro proyecto. Dijo que nos ayudaría cuando fuéramos para allá.
AE: Aunque finalmente se decidieron por instalar la fábrica en Canadá, donde recibían más ayudas, Alfonso no olvidó el ofrecimiento del cocinero español.
AJ: Yo llamé al chef José Andrés, me acuerdo que le llamé en el año 2009.
AE: No dio con él. Estaba con su ONG fuera de Estados Unidos.
AJ: Llamé otra vez en el 2010. En el año 2011 yo como soy muy muy cabezota, principalmente insistente, lo volví a intentar. No conseguí dar con él.
AE: En 2011 las cosas no iban bien en Canadá ni tampoco en España por la crisis. Agotado, Alfonso se fue a descansar con la familia a una playa de Cádiz.
AJ: El último día, ya viendo la última puesta de sol, estoy leyendo un libro y me dan las nueve de la noche. Con esa suerte que siempre me acompaña... Yo no me lo puedo creer. Está pasando el chef José Andrés delante de mí. Llevo tres años detrás de este señor.
AE: Una oportunidad que no podía dejar pasar.
AJ: Me fui a por él, le dije: «¡José Andrés!» Se dio la vuelta, no me conoció. Pero le dije: «Soy Cascajares». Y dice: «Pero hombre», dice, «os recuerdo».
AE: Y José Andrés le invitó a cenar a su casa al día siguiente. Pero Alfonso y su familia ya se iban y no tenían habitación donde alojarse.
AJ: Llegué al hotel y le conté a la recepcionista del hotel. Le conté lo que me había pasado. Conté la verdad y me dice: «¡Buf! Pues tengo el hotel lleno. Es imposible».
AE: Buscó en todos los hoteles, apartamentos, pensiones… y nada. Era el mes de agosto y todo estaba completo. Volvió a hablar con la recepcionista del hotel.
AJ: 'Pa' que veais lo cabezota que soy. La convencí para que el cuarto de la ropa blanca donde guardaban las toallas, donde guardaban las sábanas.
AE: Se convirtiera en su habitación esa noche.
AJ: Con una cama con una cuna de viaje para las dos niñas y no teníamos baño.
AE: Y acudieron a la cena con José Andrés.
AJ: Y yo llego. Toco el timbre de casa de José Andrés. Me abre Gran Wyoming la puerta. Entro. Tengo una cena de artistas con José Andrés, con su mujer encantadora, adorable y con un montón de gente allí.
AE: Cenaron y se hicieron amigos.
AJ: Gracias a eso José Andrés, muy generoso, me regaló la receta del pavo del Día de Acción de Gracias.
AE: Y con esa receta impulsaron las ventas en su fábrica de Canadá. Una apuesta internacional que no ha sido fácil.
PACO IGLESIAS: Vimos una oportunidad enorme. Hasta entonces, no se nos había puesto nada por medio. Y con 36 años y una empresa que facturaba siete millones de euros, nos fuimos para allá. Más toreros que…
AE: Quien habla es Paco Iglesias, socio, amigo y fundador también de Cascajares. Ahora, un tercio de la facturación procede de Canadá, otro tercio de España y otro tercio del resto de Europa.
PI: Yo creo que al final una sociedad funciona cuando las dos personas o las tres tienen los mismos valores. Si tú compartes valores es muy fácil llegar a buen puerto.
AE: La historia de Cascajares es una historia de superación.
PI: Yo siempre digo que esto es una constante crisis. Hemos pateado bien todas las crisis. Al final digo que sale bien hasta que alguna te sale mal, pero bueno, de momento todas nos han salido bien. Pero bueno, al final ha sido trabajo, humildad y trabajo una y otra y… y tener un buen equipo.
AE: Una empresa levantada a pulso.
AJ: Siempre he pensado que la vida empresarial es una escalera en la cual cada día hay que intentar subir un peldaño y hay que intentar subir los peldaños de uno en uno, nunca de dos en dos, porque te puedes tropezar y te puedes caer, y nunca subir por el ascensor.
AE: A aquel niño con dislexia no le fue fácil avanzar, pero lo hizo.
AJ: Creo que subir por ascensor es lo cómodo, es lo fácil, pero si subes por el ascensor, llegas al 5.º piso y te pones a fumar puros y a beber copas y te puedes arruinar. Entonces yo siempre pensaba en la cultura del esfuerzo todos los días. Es decir, ¿cuál es el peldaño que me toca subir hoy?
AE: También es una historia de solidaridad. La primera nave se la alquilaron a una fundación, el Centro San Cebrián, que se dedica a la inserción laboral de personas con discapacidad y acordaron que pagarían menos alquiler.
PI: A cambio de contratar gente con algún tipo de discapacidad o con capacidades diferentes.
AJ: Yo siempre he dicho, y me gusta decirlo, que no hemos hecho caridad, porque esto no se trata de hacer caridad, se trata de dar la empleabilidad a chicos que se lo merecen todo porque son excelentes trabajadores. Desde aquí animo a los empresarios a que prueben trabajar con estos super capacitados.
AE: Alfonso se acuerda de todos pero especialmente de los primeros.
AJ: Se llamaba Ana y Luis Alberto, los dos primeros trabajadores que tenían discapacidad y aquellos, los trabajadores, pues bueno, fueron gente maravillosa, los cuales les agradezco muchísimo lo que hicieron por nosotros, porque confiaron en nosotros.
AE: Resultó tan bien que desde entonces siempre han contratado gente con capacidades diferentes.
PI: Seguimos teniendo personal con todo tipo de capacidades. Al final hay gente estupenda, que bueno que trabaja perfectamente o mejor que los que denominamos normales.
AE: Hace un año, el incendio devastó toda la fábrica excepto el cartel de Cascajares, que ahora está en las nuevas instalaciones. Y allí hemos entrado.
SIMÓN: Estamos en mitad de un gran pasillo. Es un pasillo muy ancho y muy largo. Y es como la arteria central de la fábrica.
AE: Simón, el director comercial, nos acompaña en la visita. Dentro hace un frío que pela. Nos acercamos a la cámara de congelación. Veinte grados bajo cero. Los trabajadores se lo saben y van forrados. Yo casi me congelo.
S: Llega aquí la materia prima, la limpiamos bien en crudo, luego se envasa al vacío en crudo. Y luego ya viene el proceso de cocinado que se cocinan en un autoclave que luego lo veremos que es como una olla express a lo bestia.
AE: El autoclave es un horno tan grande como la cisterna de un camión, en él caben carros enteros llenos de bandejas. Tiene una mirilla como el ojo de buey de un barco y un panel de control como el de un avión.
S: Ahí estás viendo como el agua va cayendo en cascada, va mojando el producto, va calando lo que son las bolsas donde está la carne dentro. La va cociendo, la va cocinando.
AE: Carrilleras, rabo de toro, crestas de gallo, capones, cochinillo, cordero, pato, y ahora primeros platos.…Cuanto más loca la idea, más entusiasmo.
AJ: Tienes que hacer cosas distintas para ser de alguna manera imprescindible. Si hay otro que lo hace, ¿para qué vas a hacer tú lo mismo? No, no estás creando nada de valor, no estás creando nada.
AE: Y ahora, aquel niño mal estudiante que criaba palomas y capones, sueña con llevar la cena en Navidad a un millón de hogares.
AJ: Entonces creo que cada cosa mala que te pasa en la vida hay que pensar como un problema o un problema. Tienes que buscar la mejor solución para ese problema. Yo siempre le digo a todos los míos y a mis hijas: «Todos los días nos vamos a encontrar con 8000 problemas, pero hay 8 mil millones de soluciones. Vamos a buscar la mejor solución para el peor problema y vamos a dar la vuelta a las cosas»

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