Ep. 3 · T6
Coser y luchar: la huelga olvidada que desvistió a un país
María José llegó a Madrid sin saber que iba a protagonizar una gran historia de lucha colectiva por los derechos laborales, que le llevó a ser amenazada y detenida
Transcripción
JOSÉ ÁNGEL ESTEBAN: Este viaje empieza con un hilo, un hilo negro. Un hilo que, tejido y remachado, compone la ropa, el vestido, el hábito de una familia extremeña que espera en una estación de tren. Son los años sesenta.
La pequeña estación de Valverde de Llerena, en Extremadura es un viejo edificio industrial de fachada ocre con las puertas y ventanas perfiladas en un rojo fuerte, seco, de poco o ningún brillo. Allí, en el andén, está junto a su madre y su hermana una niña que acaba de perder a su abuela. Están de luto, de riguroso negro. Vienen de Ahillones, un pueblo de Badajoz. Y van a Madrid. Y no van a volver.
MARÍA JOSÉ GALLEGO: La primera impresión que tuve yo personalmente cuando me monté en el tren, pues es que íbamos de luto y mi madre, que era una mujer bastante avanzada, pues cuando llegamos al tren nos dijo quítate la ropa, que ya se acabó el luto.
JAES: Aquella niña tenía 10 años cuando se subió al tren que le cambiaría la vida. Aquella niña todavía no sabía que iba a ser una gran líder. Que iba a mudar de ropa y de mundo.
MJG: Entonces nos tiró la ropa por la ventanilla y nos cambió de de color, con lo cual nos nos llenó de más alegría, ¿no?
JAES: Esa alegría inesperada contrasta con la foto en sepia de la emigración interior, siempre cargada de imágenes tristes, rostros enjutos y maletas de cartón.
MJG: Como la pérdida de esa opresión que habías tenido en ese pueblo y de esa forma de de vivir que nosotros habíamos tenido
JAES: Porque, pese al desarraigo y la nostalgia recién sembrada, crece, crecía también, la promesa de una vida mejor en muchos sentidos. Un futuro enorme, diferente, lleno de novedades.
MJG: Cuando yo llegué a Madrid, a la estación de Delicias, Pues claro, yo estaba acostumbrada a la estación de Valverde de Llerena, que era un pueblito chiquitito y tenía una estación pequeñita, como una casita…
JAES: Madrid, nutriéndose imparablemente de gente nueva cada día. Madrid… y sus códigos. La estación se llamaba, y se llama, Delicias.
MJG: Yo llego a Madrid, a Delicias, y veo una cosa enorme, con cantidad de gente que la gente hablaba. Yo cojo el 47, yo el 65, mi hermana la pequeña y yo decíamos ¿y que se que se cogerá con esos números? A lo mejor es que te dan un número para salir fuera. A lo mejor bueno, ¿verdad?
JAES: Y nace entonces, poco a poco, una fascinación imparable.
MJG: Era una cosa como muy impresionante ver tantas luces de un pueblo que todavía tenía lucecitas pequeñas en las calles y ver toda esa luminosidad, toda esa grandiosidad.
JAES: Bien, podría ser una historia más. Una pequeña biografía. Pero esa niña estaría llamada a protagonizar una aventura que contribuyó a cambiar un país en transición hacia la libertad. Lo hizo desde una de las mayores fábricas de textil en España.
MJG: Es un edificio enorme, que que en las plantas pueden trabajar mil o mil y pico de personas, pues solamente la escalera ya impresionaba, era como subir a algo como muy grande…
JAES: Aprendió lo que es sentirse una simple pieza más de un enorme engranaje.
MJG: Y cuando tú entras al taller y ves filas y filas y filas de máquinas con las mujeres con la cabeza agachada trabajando. Es como una visión alucinante, ¿no?
JAES: Un lugar donde se produce sin parar.
MJG: Te alucina todo el techo lleno de cables, eh? Muchas cosas por medio, mucha gente moviéndose mucho. Es como, como algo que que te alucina y te acojona entrar ahí, ¿no?
JAES: Pero María José, que así se llama nuestra protagonista, no sería una trabajadora más. No sería un número.
MJG: Entonces bueno, pues yo hice la asamblea…
JAES: María José no está en la historia, al menos en esa que se escribe con mayúscula, pero dejó su rastro en ella....
MJG: Porque hacer una asamblea con 4000 personas…
JAES: Encabezó movilizaciones que consiguieron poner en jaque a una de las mayores empresas del país. Ideó acciones que le llevaron a ser detenida, a ser proscrita, y a una vida, a una biografía, cuyo destino se fraguó entre tejidos y reivindicaciones que cambiaron un país. En el camino quedaron resacas, esquirlas. También en ellas. Ahora lo cuenta, lo puede recordar. Se quitó el luto, y con ella, miles más. Y no quiere que se olvide.
FUERA DEL RADAR. HISTORIAS MÁS ALLÁ DE LA NOTICIA.
EN ESTE EPISODIO, «COSER Y LUCHAR»
JAES: La lucha social tardó un tiempo en aparecer en la vida de María José, pero el trabajo siempre estuvo allí. Ha formado parte de su vida casi desde que tuvo conciencia de ser persona.
MJG: Luego vendía lo que fuera, los espárragos que cogí de mi padre, lo que fuera. Y luego empecé a vender petróleo por las calles.
JAES: Petróleo. El combustible que mueve el mundo proporcionaba también sustento a la familia de María José. En aquella época se utilizaba para cocinar. El negro del petróleo, el mismo del luto, iba a terminarse pronto: poco tiempo después, llegó la emigración. Y con ella, otra historia que sigue contando Cristina Núñez.
CRISTINA NÚÑEZ: En aquel viaje en tren, la madre de María José había decidido que se acabó vestir de negro. Ahora estaban en la gran ciudad.
MJG: Cuando llegué a Madrid, pues como era una habitación para siete personas, pues teníamos que salir de esa habitación algunos porque no se podía… Es que era imposible vivir ahí.
CN: Había que buscarse la vida como fuera, y rápido. Una de las primeras salidas fue el trabajo doméstico.
MJG: Y entonces a mí me buscaron un trabajo sirviendo con una profesora. Bueno, un matrimonio que tenían en Canillejas, estaba cerca de donde vivíamos nosotros y eran los dos... El matrimonio eran profesores.
CN: Estaba ocupada en la casa, pero la vida de fuera iba modelándola.
MJG: Bueno, ahí me eh, me empecé a enamorar de gente, me empecé a fumar, empecé a hacer, eh bueno, las cosas que se hacían en esa época las niñas así, medio jovencitas.
CN: Quería, poco a poco, acercarse a lo que le gustaba. Algo parecido a una vocación.
MJG: Yo lo que quería era coser porque me gustaba mucho. Yo siempre he hecho muñecas de trapo y y cosas que me gustaba mucho y entonces empecé a buscar otros trabajos que fueran pues de… que me gustasen más.
CN: La aguja y el hilo la llamaban y empezó a tener oportunidades en ese campo, primero a pequeña escala.
MJG: Empecé a trabajar con una familia que hacía combinaciones. Era un taller de un matrimonio también y ahí empecé a coser algo, pero era con remalladora. Era una cosa muy sencilla.
CN: Enlazó varios trabajos en lugares cada vez más grandes hasta que, finalmente, consiguió un puesto en una de las mayores fábricas de textil de España: Induyco. Induyco producía para El Corte Inglés y empleaba a miles de mujeres. Estaba muy cerca de la estación de Delicias, la misma a la que María José había llegado años antes. Allí empezó a ganar, por primera vez, un sueldo sustancioso.
MJG: Que eran 3000 mil y pico de pesetas... Pues mi padre a lo mejor ganaba 1500. O 2000.
CN: Pero las condiciones económicas no hacían cerrar los ojos a la dura realidad de la confección industrial. Se trabajaba bajo presión. La libertad de movimientos no era algo que se diera por hecho en esa enorme fábrica de Induyco situada en los arrabales industriales de Madrid.
MJG: El ambiente, el ambiente era que que tú veías a la gente muy callada, que no hablaban las compañeras, no hablaban unas con otras, tú preguntabas y como que te miraban, como que no se... Como que no se podía hablar.
CN: Había un control estricto sobre los trabajadores.
MJG: Había una cosa impresionante. Llegabas al baño y había una mujer que te decía que tenías que tardar lo menos posible. Como tardases un poquito más, pues la mujer llamaba a tu puerta «Oye, porque estás ahí? Qué estás haciendo?» Era muy represivo. Muy represivo.
CN: Y había despidos todas las semanas, eran muy habituales.
MJG: Luego a lo mejor cuando salías de trabajar había una persona en la calle que la habían despedido y estaba dando voces. Estaba: «me han despedido, compañera, no se qué».
CN: Pero reaccionar parecía imposible. Una sola no era nada frente a la empresa.
MJG: Te entraba miedo también, ¿no? Porque ni la mirabas, ni la mirabas, ni la miraba nadie. ¿Sabes? Es que era como «a mí déjame, que yo vengo aquí a otra cosa». Y automáticamente. En cuanto a alguien que tú no sabías qué había hecho, veías que la cogía el encargado y se la llevaba al despacho y que no volvía a subir.
CN: Se trabajaba con el tiempo como una espada de Damocles. Una empresa llena de mujeres pero dominada, claro, por los hombres.
MJG: Era una empresa donde los cargos cargos eran de hombres y por ejemplo los cronometradores, que eran muy importantes porque de los cronometradores dependía tu sueldo, no había mujeres.
CN: Las miles de trabajadoras que pasaron por Induyco están familiarizadas con un concepto: el destajo. No se trabajaba por horas, sino por piezas fabricadas. Y a ritmo imparable.
MJG: A ti te miden el tiempo que tardas en hacer una operación concreta. Tardas medio segundo, medio minuto o lo que sea. Bueno, pues de eso tú vas cogiendo la experiencia. Eso es, es… es horrible, horrible.
CN: Los ingredientes para forjar la personalidad de María José estaban sembrados. Poco tiempo después ni ella misma se reconocería.
MJG: Yo era una chica formal que me había comprado un piso con mi novio y me iba a casar...
CN: Había aterrizado en una industria mastodóntica, con buenas condiciones económicas pero dirigida de forma autoritaria. Los paros, sin regulación legal por entonces, eran frecuentes. A los pocos días de llegar María José hubo uno.
MJG: Yo cuando entré los primeros días había una huelga por el régimen interior…
CN: Un reglamento interno de la empresa que regía las relaciones laborales. María José estaba recién incorporada a Induyco, pero se buscó las vueltas para poder apoyar el paro. Sin que se notara, claro.
MJG: Cuando yo vi que mis compañeras paraban ideé a ver cómo podía yo unirme a mis compañeras sin jugarme el trabajo, ¿no?
CN: Tenía que parecer algo accidental, pequeño. Un gesto mínimo.
MJG: Yo trabajé en una máquina que se llama Remalladora, que va cortando la tela que sobra para coser y va haciendo pues una remate. Yo metí un alfiler en la cuchilla y paré para llamar al mecánico…
CN: Se la estaba jugando.
MJG: El mecánico vino, me dijo bueno, a ver, esto no se puede hacer, pero venga, vamos. Y me salvé, me salvé un poco de la quema, pero luego yo seguía a mi ritmo.
CN: Proceder de una familia republicana y de izquierdas marcó en cierta manera el carácter de María José, pero hubo un punto de inflexión que condicionó su vida y su compromiso social. Un momento en el que abrió los ojos.
MJG: Estuve trabajando hasta que… hasta que eso, se murió mi novio. Y entonces ya conocí a otra gente…
CN: Un cambio radical. De estar prometida y tener la vida planificada, a una repentina independencia. Tras el dolor por la pérdida se abría un mundo nuevo, diferente.
MJG: Ahí empecé a moverme, empecé a ir a excursiones que hacían en el barrio Carabanchel. Ahí hablaban de empresas que estaban en huelga….
CN: Pero las relaciones laborales no eran su principal interés.
MJG: Yo no conocía esos temas, pero, pero bueno, a mí me gustaba el ambiente, me gustaban las canciones que cantaban, que estaban prohibidas, que yo no sabía porque estaba eso prohibido…
CN: Su lucha empezó a tejerse con ironía, con alegría y con dobles sentidos hacia los encargados.
MJG: La gente se fiaba, se fiaba de mí y le hacía gracia las cosas que planteaba, ¿no?
MJG: Pues empezaba pues vamos a cantar la ovejita Lucera y se la cantamos a la Isabel. Bueno, venga, vamos a por una pelota no sé qué. Y como eso les hacía gracia, la gente lo seguía.
CN: El ingenio también guiaba esos primeros pasos de la movilización sindical. Cualquier sitio podía ser un buen lugar para encender la chispa.
MJG: Desenrollábamos el papel higiénico. Una iba, ponía un mensaje ya un poquito eh, otra iba, ponía otro mensaje que a lo mejor era una convocatoria. «Pues hoy vamos a hacer una cadena por la planta». Bueno, pues todo eso lo íbamos informando ahí y jamás nos denunció ninguna compañera.
CN: El nuevo régimen iba formándose y todo estaba por hacer. Hasta 1978 no se legalizaron los sindicatos en España, pero eso no quiere decir que en Induyco no se fuera formando una organización sin dependencia de siglas, una lucha espontánea, natural.
MJG: Lo que tenía claro es que yo no quería ser dirigida por nadie, por ningún organismo, por… O sea, yo no quería que nadie me dijera lo que tenía que hacer.
CN: María José entró a formar parte del comité de los cinco, un grupo integrado por representantes que no tenían vinculación con ningún partido ni sindicato. En 1976 ya existía una férrea organización de trabajadores en la fábrica de Induyco. Entonces se desencadena uno de los momentos más críticos de la lucha sindical por el despido de cuatro trabajadoras.
MJG: Y las despidieron justo un minuto antes de salir de trabajar, ¿eh? Y nos encontramos con que estaban despedidas, estaban en la puerta y tal. Ahí hubo un primer conato de paro, pero la cosa pues no pasó de de intentar, eh, obstruir la salida y cosas de esas, no pasó, no pasó de ahí.
CN: Pero poco tiempo después, la situación va escalando, y mucho.
MJG: Como 15 días o así de de paro que eso... no nos dejaron entrar a la gente que estábamos convocando al paro y estuvimos como unas 1500 trabajadoras eh, fuera de la fábrica.
CN: Hacía apenas unos meses que el dictador había muerto, pero las estructuras del franquismo aún estaban vivas y había resistencia a los cambios. Había miedo.
MJG: Fue la matanza de los abogados de Atocha, había muchos, mataban pues... a Arturo Ruiz, bueno, a muchos trabajadores… Y entonces ahí como que nos preocupamos un poquito.
JAES: En febrero de 1977 está a punto de celebrarse el juicio por el despido de varios trabajadores de INDUYCO. María José intenta impedirlo celebrando una gran asamblea que ha convocado a 4.000 personas.
MJG: Ahí sucedió una cosa bastante gorda. Yo estaba ya casada y embarazada. Yo era la responsable de hacer esa asamblea.
JAES: La empresa está intentando hacer lo que sea para boicotearla.
MJG: Entonces a mí me… unos minutos antes de la asamblea me llamó el jefe de personal y me dijo que me callara, que no hablara, cuando entré en su despacho.
JAES: El ambiente en el despacho es muy tenso. María José detecta allí personas ligadas a grupos ultraderechistas de la época, como los Guerrilleros de Cristo Rey, que se habían infiltrado en la empresa.
MJG: Diciendo que si había que matarme, pues que me mataban.
JAES: Enseguida volvemos.
[PAUSA]
JAES: María José Gallego está de pie, elevada en la mesa de corte, dirigiendo una asamblea de 4.000 personas. El riesgo es real, y María José y sus compañeras han buscado una protección.
MJG: Como yo estaba amenazada de que me iban a matar, se nos ocurrió que unos compañeros pues rodeasen la mesa, un poco para que nadie se acercase y luego pues también pusimos gente alrededor, para que alguien que no conociéramos o que sí conociéramos y fueran peligrosos, pues que no, que no pudieran hacer nada, no?
JAES: El resultado, todos a favor. 4.000 personas a favor de parar.
MJG: Nosotros empezamos a hacer los paros que habíamos propuesto en la asamblea, que eran de 15 o 20 minutos, no eran más, pero los secundaba prácticamente toda la empresa. Entonces el día 12 de febrero creo que fue, la empresa cerró las puertas y no dejó entrar a nadie. Nosotros estábamos toda la gente en huelga.
JAES: La lucha se va transmitiendo a las calles, en un ambiente reivindicativo pero también festivo.
MJG: Pues nos repartíamos, unas íbamos al Corte Inglés… Contábamos un poco la historia hacíamos manifestaciones… Nos reuníamos con empresas de la zona, los trabajadores de Méndez Álvaro nos ayudaron un montón, se solidarizaron con nosotros los estudiantes que nos enseñaban a tirar garbanzos a la a los caballos. Hicimos conciertos e hicimos una lucha muy visible.
JAES: Además de en Madrid, la huelga y los paros se extienden por España, por las distintas plantas de Induyco.
MJG: A Teruel, a Cáceres y a Sevilla nos fuimos a contar que estábamos en huelga. Entonces esas compañeras también se solidarizaron con nosotras.
JAES: Sigue contando esta historia… Cristina Núñez
CN: Este gran paro se extendió durante dos meses y pudo sostenerse por la utilización de un arma secreta: la caja de resistencia, un fondo económico de solidaridad para solventar los problemas económicos de las huelguistas.
MJG: Eran mujeres muy jóvenes. Y en esa época se dependía de los padres, de los novios, de los maridos…
CN: Era la única forma de mantener viva la movilización.
MJG: Y entonces te presionaban mucho para que tú no estuvieras en huelga. Dices «Bueno, pero yo hago la compra de la semana». Pues eso es importantísimo. Entonces, claro, la empresa denunció que había una caja de resistencia.
CN: Y estaba en lo cierto. Sabía dónde pinchar.
MJG: Efectivamente la había, la tenía yo en mi casa. Pero. Pero si tú rompes esa caja de resistencia, hay mucha gente que empieza a trabajar.
CN: Fue la caja de resistencia lo que provocó la detención de María José, que estaba embarazada en ese momento. Para detenidos como ella, el destino en Madrid era un sitio muy concreto: la Dirección General de Seguridad.
MJG: Me detiene la policía y me llevan a la DGS. La DGS era terrible. Ahora está muy bonita, pero aquello eran unos pasillos horribles, oscuros… Y me dejan sentada en un banco de madera y sale el policía de vez en cuando, como dándose golpes, una mano contra otra, como «te voy a dar un puñetazo»...
CN: Durante el franquismo, la DGS fue una de las herramientas principales de la represión de la dictadura. Situada en plena puerta del Sol, en ella se han denunciado numerosos casos de torturas policiales. Siguió funcionando hasta 1979.
MJG: Pues yo pienso que ellos me dejaron entrar cuando pensaron que estaba ya lo suficientemente nerviosa como para decir lo que fuera, no?
CN: María José entró en el despacho y consiguió mantener la sangre fría.
MJG: Pues el Señor se sentó, me sentó a mí y me dijo «Bueno, ¿sabes por qué estás aquí?» Pues no, no sé porqué estoy aquí. Bueno, ¿pero tú sabes que hay una caja de resistencia que…?» Le dije «¿Eso qué es?»
CN: Lo negó todo.
MJG: Fui capaz de negarlo con mucha calma y no sé si se lo creyó o no, pero llegó un momento que me dijo «Anda, vete ya que.... Que no sé cómo te atreves a estar ahí con la tripa que tienes».
CN: María José Gallego contó con la ayuda de la entonces joven abogada Cristina Almeida.
MJG: Cristina estaba casi empezando, ella también y bueno, y nos representaba en muchísimas cosas. Cristina era una luchadora importante, importantísima para todos los trabajadores, defendía a todo el mundo y no nos cobraba nada.
CN: Los emblemáticos abogados de Atocha 55 fueron una parte importante de la lucha de Induyco.
MJG: Nosotros teníamos reuniones con los abogados para ver cómo salíamos por aquí sin que nos pasara nada, qué era legal. Qué podíamos decirle al encargado para… bueno, defendernos… En fin, tenía muchas reuniones con todo el equipo de abogados, no solo con Cristina, con Nacho Montejo…
CN: El agotamiento empezaba a hacer mella en las trabajadoras de esta industria, pero los objetivos se habían cumplido.
MJG: Conseguimos todos los puntos de la tabla reivindicativa nos los dieron. No despidieron a nadie.
CN: Las mejoras eran sustanciosas.
MJG: Tenía 14 puntos que iban desde desde subidas de sueldo inversamente proporcional, que la gente que menos ganara les hubiera más. Ayuda para estudios de los hijos, de los trabajadores, para nosotras mismas… había mejoras en guarderías. O sea, la tabla reivindicativa era como muy social.
CN: Pero llegó una última reunión, en la que no estaba María José, y se cometió un fallo.
MJG: Se negoció que la empresa tenía la potestad de trasladar a gente. Bueno, yo eso, si estoy en la reunión desde luego no lo admito…
CN: Esa decisión consiguió enfriar la lucha.
MJG: A 930 trabajadores nos llevaron a empresas nuevas que habían ido construyendo o alquilando durante la huelga.
CN: En la práctica, una especie de destierro forzado.
MJG: A los que nos llevaron a asambleas, pues éramos trabajadores que éramos muy significativos, o sea que habíamos estado que nos odiaba desde el encargado hasta el último jefe.
CN: Esa dispersión marcaría el rumbo de la vida laboral de María José Gallego, que continuaría siendo empleada de Induyco hasta 1981, 10 años de su vida en total.
MJG: Yo fui desde que me nombraron en la Comisión de los Cinco, no dejé de ser representante de los trabajadores hasta que me fui y me fui siendo delegada sindical.
CN: Pero la atmósfera de lucha sólida se había diluido, y acabó dejando la empresa.
MJG: Mucha gente quería irse porque aquello era invivible. Y entonces hubo un compañero que negoció de muy mala manera con la empresa y me engañó. Y eso ya sí que no lo superé.
JAES: María José Gallego intentó trabajar después sin salir del sector. Pero su vocación reivindicativa salió a relucir. Empezó a trabajar entonces en la federación de la industria española de la confección.
MJG: Me hicieron un contrato de seis meses. A los tres meses hubo una huelga. Y yo no solo participé en la huelga, es que también me subí a la mesa. Y entonces me echaron.
JAES: Su pasado reivindicativo, fundamental en su vida, condicionaba ahora su presente. Las otras empresas estaban avisadas.
MJG: Y luego ya empecé a buscar trabajo e Induyco tiene mucha fuerza. Y entonces pues yo iba donde fuera con mi currículum de trabajadora, que creo que no era malo. Pero cuando me abrían la puerta pues me decían que no podía entrar a trabajar ahí.
JAES: Pero no paró. Acabó iniciando caminos diferentes en una intensa y rica vida laboral.
MJG: Puse una cooperativa de confección, y al final me dediqué a otras tareas más sociales. Trabajé en prevención de drogas, trabajé con adolescentes, estuve trabajando también en colegios como animadora sociocultural. Bueno, ya me dediqué a otras tareas muy bonitas, que me han gustado mucho, y siempre he trabajado cosas sociales.
JAES: En 2023 esta mujer escribió su historia en el libro 'La huelga de las niñas de Induyco'.
MJG: Me parece que eso tenía que estar por escrito y tenía que reflejarse.
JAES: Es una forma de luchar contra el olvido…
MJG: Ninguna historiadora, a pesar de dedicarse a historias de mujeres… pues sí, han escrito historia de mujeres en la lucha, mujeres de franquistas, mujeres no sé qué, pero no han escrito nunca la lucha obrera de las trabajadoras mujeres. A mí eso me parecía muy importante.
JAES: Y de reivindicarse…
MJG: Estoy orgullosa porque creo que nunca más seremos ocultadas.
JAES: Y con la presentación de esta obra avivó los lazos entre las antiguas trabajadoras de la empresa en distintos lugares de España.
MJG: Es muy importante la solidaridad de las mujeres de clase también, que quiero decir yo cuando he presentado mi libro en Teruel o en Cáceres o en algún centro pequeño, mis compañeras que no conocía físicamente, es como si hubiera estado el día antes con ella.
JAES: Una lección para toda la vida que les cambió la piel. Una vida como un hilo que pasó del negro al color, igual que hizo todo un país. Gracias, en buena parte, a la energía de gente como ella.
MJG: A mí me parece que fue una lucha enorme, que fue una lucha de mujeres, que eso no se había visto nunca, que éramos mujeres, que no sabíamos nada. Que salimos sabiendo mucho y que esa huelga nos enseñó muchísimo de la vida.
JAES: Muchas gracias, a María José, por su generosidad al contar esta historia. Y también, por supuesto, a Cristina Núñez por escribirla y narrarla. Esta ha sido una de nuestras historias de Fuera del Radar, el podcast de periodismo narrativo que va más allá de la noticia. Soy José Ángel Esteban, gracias por escuchar.
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