La Trunchbull especialista en lanzamiento de niña con trenzas
Malas y malos de serie ·
El humor de Roald Dahl es transgresión. Y por no ser correcto es por lo que le gusta a un niñoSecciones
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Malas y malos de serie ·
El humor de Roald Dahl es transgresión. Y por no ser correcto es por lo que le gusta a un niñoLa señorita Trunchbull siempre me ha recordado a una monja de mi colegio. La Trunchbull (Tronchatoro en América) llevaba un cinturón como el de los lanzadores de peso, aunque su especialidad era el lanzamiento de niñas rubias con trenzas. La monja de mi colegio debía de llevar una faja Soras de patas largas. Aunque no la vieras sabías que llegaba por el roce de los muslos al andar. El ruido que hacía funcionaba como la música de John Williams en 'Tiburón'.
La monja era gorda y seguramente no era alta. Pero desde la altura de una niña era enorme. Y eso es lo que pasa con Pam Ferris en la película de Danny de Vito. Mide 1,70, pero nos parece como Paula Leitón, la jugadora de waterpolo y su 1,88 (la discusión sobre si está gorda o no también se ha dado en Estados Unidos con Ilona Maher, jugadora de rugby de 1,78 y 91 kilos).
Danny de Vito hizo una maravillosa película en 1996 con la obra de Roald Dahl. El escritor galés, que había estado en un internado, sabía cómo retratar lo divertido que puede ser lo terrorífico. Y eso pasa por ir al colegio. Por ser un niño en un mundo de adultos. A veces de adultos espantosos, como los padres de Matilda o la Trunchbull. Su humor es transgresión. Y por no ser correcto es por lo que le gusta a un niño. Por ridiculizar al adulto y al poder. En 'Matilda', salvo la profesora Honey, todos los adultos son espantosos. 'Matilda' tiene un final feliz que consiste en que Trunchbull se lleva su merecido y huye. Pero mientras sale corriendo del colegio, los niños, después de que Matilda haga uso de sus poderes telequinésicos para asustarla, le hacen un pasillo de humillación lanzándole de todo. Como el «Shame, shame» de 'Juego de tronos'. O peor. Los padres estafadores de Matilda, que han estado vendiendo coches robados, también huyen. A Guam en la película, a España en la obra de Dahl. Ay, no nos vayamos a molestar.
Cuando lees que una editorial reescribe a Dahl te llevan los demonios. Vaya, que los niños no pueden leer palabras como gordo o feo. Palabras que tengan que ver con el peso, la salud mental, la violencia, el género, la fealdad…
En 'Las brujas', otra de las maravillas de Roald Dahl (también lo es la película de Nicolas Roeg), hay un cambio delirante. «Incluso si trabaja de cajera en un supermercado o escribiendo cartas para un hombre de negocios» se cambió en 2022 por «incluso si trabaja como científica importante o llevando un negocio».
Agatha Trunchbull mete a los niños en un cuartucho con pinchos al que llaman el asfixiadero (recuerda a algunas de las checas diseñadas por Alfonso Laurencic en la Guerra Civil, la que él bautizó como 'celdas armario'. Del tamaño de un ataúd y donde el preso solo podía estar erguido si se ponía sobre las puntas de sus pies). Trunchbull también lanza a los niños por la ventana y tiene la convicción de que una escuela perfecta es una escuela sin niños. Trunchbull es capaz de conseguir que comerse una tarta de chocolate sea una pesadilla. A Bruce Bogtrotter le obliga a zampársela entera. Sus compañeros creen que no lo va a conseguir. Pero, después de que Matilda empieza, lo alientan coreando su nombre. Se acaba la tarta a lengüetazos antes de levantar el plato gigante en señal de victoria. Trunchbull, claro, se lo rompe en la cabeza.
Pobre el niño que no haya tenido una Trunchbull a la que temer y odiar. A la que recordar con humor.
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