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Por si hay dudas, el quinto mandamiento es «no matarás». Para los protestantes es el sexto, así que gracias a Enrique VIII tenemos dos títulos distintos en una de las miniseries del momento. Porque la obra de la BBC que nos acerca Filmin es tremendamente ... británica, muchísimo, una barbaridad. De una de las mejores caras del Reino Unido, además, una con jubilados universitarios apacibles y educados en una ciudad residencial tranquila (¡y soleada!) donde nunca pasa nada y cuidar el jardín es un placer, como lo es conversar con el vecino y echarse el trigésimo té del día.
Pero la serie, antes de enseñarnos nada, se presenta con unas lúgubres cartelas sobre fondo negro que nos recuerdan que estamos ante un caso real con dos víctimas, e incide especialmente en que se ha tratado de respetar su memoria al máximo. No estamos acostumbrados a tanta corrección, porque por las plataformas fluyen los true-crimes que, aunque mencionen a las víctimas reales, suelen hacerlo al final y tras convertirlas en los más exagerados personajes de tragedia que se pueda. Puede decirse que esta serie mantiene siempre un pulso de elegancia que consigue no caer nunca en lo escabroso.
Timothy Spall, imposible ser más british, interpreta a una de las víctimas, Peter Farquhar. Es un profesor muy querido que se jubila. Nunca se le ha conocido pareja, todo el mundo le adora y es particularmente bueno con las palabras. Pero aparece un estudiante nuevo. Y empiezan a verse mucho. Como caído del cielo, porque además le encanta la parroquia y se encarga de llevar un colgante con una cruz bien visible todo el día. Y una tarde, el estudiante le dice que le quiere, y que se casen. Y poco más tarde, el horror, y el testamento ya cambiado. Jugada maestra de nuestro estudiante, Ben Field. El bueno de Ben. Sin tiempo que perder, comienza a seducir a otra anciana (Ann Reid), sin pareja, sin mucho que hacer. Pero aquí la familia, sobre todo una sobrina interpretada magistralmente por Annabel Scholey, comienza a sospechar de Ben y todo se le empieza a torcer.
No contamos mucho más del argumento de estos cuatro episodios. Como todo buen producto, y este lo es, da que pensar bastante más allá de la superficie. La idea más corrosiva e interesante es que digamos que los ancianos, sin éxito en el amor toda su vida, han podido disfrutar de la ilusión, aunque sea un par de meses, de haber encontrado un alma gemela, de que les abracen, les hagan caso, les besen. Habían tenido que aprender a vivir sin esas cosas. Y de hecho, eran bastante felices. Pero Ben aparece como una exhalación, y ellos se abalanzan sobre la posibilidad, se abren, se hacen vulnerables. Visto lo visto, la vida se acaba pronto… ¿por qué no voy a darte la herencia, si desde luego no la voy a necesitar? ¿Qué más da? El absurdo de la muerte, como dejaban claro tantos cuadros de Vanitas (esos donde en la mesa de un vividor veíamos sacos de oro, flores, instrumentos musicales y naipes junto a una funesta calavera), le quita lustre a todas las posesiones materiales, y más aún a un supuesto dinero invisible que me dicen que hay en el banco. No es nada comparado con un mes de amor años después de que lo dieran por perdido.
Pero luego se les rompió, claro. Y todo lo que rodea la vulnerabilidad está muy bien tratado. Todos deseamos atención, es ley de vida. El concepto de luz de gas también aparece cristalino con la siniestra tortura química de Ben: la actuación de Éanna Hardwicke es de nuevo fabulosa, con un personaje por encima del bien y del mal que, pese a mostrar un narcisismo desmedido, consigue jugar con nosotros en algunos pasajes. Los dos últimos episodios se vuelven policiacos y judiciales, como suele pasar, pero los secundarios mantienen el tipo de sobra, y empatizamos con lo difícil que es probar la culpabilidad en un caso con estas ramificaciones. El villano del juicio, tan inteligente y seguro de sí mismo, estudió sin duda al Ben Field del caso real.
Los mimbres de 'El quinto mandamiento' no son muy novedosos. Crimen real, asesino calculador, trama religiosa, investigación policial, juicio difícil… Los tenemos hasta en la sopa y llevamos mil sopas. Pero aquí han sabido combinar en la proporción perfecta estos ingredientes y generar esta pequeña joya. Impecable y muy recomendable.
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