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'Absolute Beginners', el título en inglés de la serie, nos remite inevitablemente a aquella estupenda canción de Bowie («But we're absolute beginners / with eyes completely open / but nervous all the same») compuesta para ilustrar una película que hablaba de los albores del rock ... and roll. Una película llena de estrellas y cameos que no funcionó y acabó teniendo menos impacto que la propia canción. Pero la serie que nos ocupa no se llama exactamente 'Absolute Beginners', sino 'Absolutni Debiutanci'. Es polaca, pero podría ser de cualquier parte.
Es la definición palabra por palabra de ese estilo de películas tan diverso y concreto a la vez, el «coming of age». Jóvenes que viven en su explosivo mundo de jóvenes y tienen alguna pequeña revelación que les ayuda a ir adentrándose en el mundo adulto y reconciliarse con las generaciones superiores deponiendo de alguna manera las armas de la rebeldía, a veces sumidos en una inmensa tristeza. Aquí tenemos a Lena, Niko e Igor como gran trío de amigos y amantes. Lena y Niko son mejores amigos de la infancia, y pasan el verano en una espectacular casa de campo que comparten sus familias. Siempre han vivido soñando con el cine, y están todo el día rodando y hablando de las películas que harán cuando consigan entrar en una prestigiosa escuela —en realidad solo se referencia a Tarantino, no vayamos a pensar que aquí hay mucha Nouvelle Vague o teoría del cine—. Aquí se quiere hacer cine porque mola, no por filosofías extrañas sobre el poder de la imagen o el arte.
Una madrugada en la playa salvan a un musculoso chaval de morir ahogado: Igor. Le reaniman con una técnica perfecta (tanto que imaginamos que habrían tenido un curso de reanimación cardiopulmonar la semana anterior) y de alguna manera deciden que es un animal cinematográfico, que la cámara le adora y que le necesitan para su película. El pobre asfixiado está de paso para jugar un importante partido de basket, apenas estará unos días en el pueblo. Así que claro, habrá que precipitarlo todo.
El esperable triángulo amoroso será un poco más raro de lo habitual porque Lena, la protagonista, es autista (al menos un poquito autista). Esto está ligeramente metido con calzador, para darle interés al personaje, pero no parece demasiado determinante en la historia. Cualquier adolescente en su pico de tormento podría actuar exactamente igual. Lena, por ejemplo, quiere rodar una exhaustiva escena sexual sin filtro, intentando involucrar a Niko o a Igor, o a los dos, no habiendo tenido nunca sexo ella previamente y sin darse cuenta de que, culturalmente, pedir eso es un poco raro. Pero sí, al final tiene bien grabada en vídeo su primera vez, en la playa y al lado de una hoguera. No para de venir el aroma de 'The Dreamers', de Bertolucci, pero sustentado en un mundo (aún) menos trascendente, sin política que soñar.
El resto de la serie son adolescentes enfadándose, rompiendo cosas en ataques de ira (¿esto no pasa tanto en la vida real, no?), sufriendo malentendidos y dejándose de hablar enfurruñados diez o quince minutos. Hay una cosa más: el mundo de los adultos. Igor tiene un entrenador alcohólico con muchos problemas (personaje bien flojo), y Lena y Niko tienen a sus respectivos padres en grandes crisis vitales y de pareja (casi lo mejor de la serie).
Mientras que en otras películas los chavales cultivan un mundo interesantísimo que de verdad sus padres no comprenden, aquí da la sensación de que los padres les dan mil vueltas, tienen vidas realmente torturadas e interesantes, y los niños viven en la intrascendencia más pura y previsible para sus progenitores. Si algo queda claro es que los jóvenes cineastas tienen en su propia casa las historias que podrían nutrirles, pero como suele pasar, no saben verlas. Esa escala de valores tan particular de la adolescencia hace que dé igual que le quemes el coche a tu padre mientras se está divorciando, porque tú has quedado para hacer un guion con tu colega y eso sí que es inaplazable.
Es una serie polaca, pero es mucho más una serie marca Netflix. Si no hablasen en polaco podría funcionar en cualquier lugar del mundo. No hay rastro de la cultura polaca, del contexto, de la política del país. Por ejemplo, hay una trama gay que se trata sin ningún conflicto, lo cual en parte es estupendo, pero el país ha tenido, al menos hasta hace poco, pueblos enteros orgullosamente «libres de LGTB». De todas formas, sacar este producto como punta de lanza nacional en cierto modo es una victoria para esa lucha, aunque no se trate como conflicto. La estética en el vestir de los protagonistas es fabulosa, siempre conjuntados a la perfección, como en otras producciones de Netflix como Sex Education. También los lugares donde viven son de postal, de portada de AirBnb, sus peinados estupendos y sus frases épicas y que coquetean con el cliché. Tampoco hay ninguna reflexión de clase, de por qué tienen dinero, de qué fácil es ir a la escuela de cine…
Y quizás en Polonia o en otro país algún chaval vea la serie y le parezca una vida a emular, y sea realmente inspirado. Y hasta acabe haciendo alguna película incluso buena. Son insondables los resultados del input cultural. Pero ver a estos actores tan guapos pasándoselo bomba no quiere decir nada: al entrar en la escuela de cine lo primero que aprendes es que no eres especial, que el romanticismo no es para tanto, y sobre todo y lo más doloroso: que nadie tiene tiempo para ver tus cortos. Prefieren Netflix.
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