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Varios amigos me escribieron el pasado fin de semana con un mensaje parecido. A todos les había recomendado que viesen 'Los años nuevos' en cuanto se estrenase en Movistar. Y han seguido mi consejo. «Es que parece que habla de mí», me han confesado convencidos. Lo curioso es que son de edades y vidas diferentes pero la serie les ha llegado del mismo modo. El nuevo trabajo de Rodrigo Sorogoyen tiene vocación de retrato generacional, en concreto de la generación que va entre los 30 y 40 años, pero está tan bien escrita que atrapa también a los que atraviesen los veinte y algo o a los que están cerca de los 50. ¿Y por qué emociona tanto y a gente tan diversa? Por la sencillez de lo que cuenta. Porque no hay nada más difícil de trasladar a la pantalla que lo cotidiano. ¿Una persecución policial? Eso es fácil. ¿Una invasión extraterrestre? También es fácil. ¿Una explosión atómica? Pues también. Porque son situaciones extraordinarias que la mayor parte de los espectadores no han vivido, no han conocido ni de cerca y no pueden juzgar como tal. Lo complicado es representar el día a día, una cena familiar, una discusión de pareja sin ningún motivo aparente, un polvo improvisado al despertar el fin de semana. Esas cosas por las que todos pasamos, que son fácilmente reconocibles y que solo funcionan, solo resultan creíbles, si transmiten verdad.
'Los años nuevos', escrita por Sorogoyen, Sara Cano y Paula Fabra, transmite mucha verdad. Desde el primer encuentro -la primera nochevieja- en que la pareja protagonista se conoce en una fiesta de unos amigos de otros amigos, hasta el último en el que los dos, diez años después, mantienen una conversación determinante. Que una charla entre dos personas resulte tan cautivadora, como sucede en ese capítulo final, tiene bastante mérito. Pero hay más. Porque la serie presenta un grupo de amigos, que se podría parecer bastante al nuestro. Y casas, que podrían ser las nuestras. Y familias que, por alguna razón, nos recuerdan a las nuestras. Se debe en gran medida a las excelentes interpretaciones de todo el reparto -encabezado por Iria del Río y Francesco Carril-, pero también a lo depurado que está el texto, a las vueltas que seguro le han dado para dotarle de esa verosimilitud. Eso es lo más encomiable.
¿Por qué nos creemos tanto 'Los años nuevos'? Por detalles pequeños -en este caso en las conversaciones-, que suelen ser los que distinguen este tipo de obras. Por ejemplo, nos identificamos con Ana cuando le dice a Óscar que qué bien tenerlo tan claro en la vida, cuando este le cuenta que es médico internista en el hospital de La Paz. O cuando Óscar le responde que, lejos de considerar que eso sea una ventaja, podría considerarse una sentencia: «mi vida es esto y ya». Y esa charla tan inocua expresa muy bien las distintas mentalidades a la hora de enfrentarse a un trabajo. La de él, al que suponemos con una vocación temprana y que no se plantea buscar más allá aunque sus condiciones laborales no sean las mejores. Y la de ella, que estudió Periodismo, ejerció poco y ha ido saltando de curro en curro hasta encontrar algo en lo que se siente cómoda.
A Ana le cuesta comprometerse. Con un trabajo, con los amigos (va dejando algunos por el camino), hasta con un billete de avión al extranjero que tarda en coger. Porque no termina de saber lo que quiere y cuando lo consigue y atisba algo de estabilidad a su alrededor, se pone nerviosa y se pregunta si no estará perdiéndose algo más. Todos conocemos a alguien como Ana, que le espanta lo de ir poniendo «check a todo». O quizá hasta lo hemos sido nosotros en algún momento. 'Los años nuevos' también recoge esa tendencia presente en una parte de la sociedad de hoy en día de retrasar aquello que obliga a anclarse en algún sitio, como un hijo. Por cierto que hay un abanico interesante en esta serie de maternidades y paternidades imperfectas (si es que existe alguna perfecta).
«Se nota que esta casa es tuya», le espeta Ana a Óscar al acudir allí por primera vez. Las casas de las series se suelen parecer poco a las de la vida real. Esto no sucede aquí. Y eso se agradece y contribuye a cubrir de realismo el relato. El calentador que no se enciende, el sofá que pinta incómodo, la persiana que no baja del todo. Nos cuadra perfectamente que ese sea el piso de Óscar. Y además cumple una función que debería ser obligatoria en todas las ficciones: ofrece información sobre quién vive allí, alguien ordenado, austero, metódico. Y no es algo que varíe cuando Ana se traslada allí. Quizá eso también es significativo para el desarrollo de la historia de esta pareja.
¿Qué más detalles cuida 'Los años nuevos' para que empaticemos así con ella? La cena familiar sería un buen ejemplo. El cuarto capítulo se centra en una mesa de Nochevieja con los padres de una y la madre del otro. La conversación entre ellos no es demasiado trascendental salvo en algún momento en que se habla del divorcio de los padres de Óscar y en cómo lo gestionaron para procurar hacerle el menor daño. El resto está plagado de comentarios cotidianos, apuntes que no van a ninguna parte pero que suelen repetirse en este tipo de celebraciones, como el modo en que cada uno se come las gambas o prepara determinado plato. Si tuviese que quedarme con una línea sería esta: la madre de Ana ante un comentario de su hija responde sorprendida «¿ya tienes pescadero? Es una pregunta inocente, pero que contiene mucha información sobre el estado de la pareja. Si Ana ya cuenta con un pescadero al que acude con cierta frecuencia es que la relación va bastante en serio y goza de rutinas y de cierta estabilidad. A la madre le sorprende porque hasta, seguramente, Ana no había establecido vínculos de este tipo, pero a tenor de estos datos esta vez parece distinto.
Un último apunte en esa oda a la sencillez que es esta serie. Hay miradas que lo delatan todo. Pero expresar eso en la pantalla es complejo, sobre todo sin caer en lo evidente y en lo paródico. Ana y Óscar, a lo largo de los años, se miran mucho y de diferentes maneras. Y nos hacen cómplices de sus sentimientos, curiosidad, deseo, hastío… Pocos finales más contundentes que el del segundo episodio en el que comparten la nochevieja con un grupo de amigos y culmina con una mirada entre ellos absolutamente delatadora. No hace falta que nos expliquen mucho más. El espectador entiende perfectamente lo que están pensando y lo que va a ocurrir a partir de entonces entre ellos. No es necesario decir más.
Si algo nos enseña 'Los años nuevos' es que a veces menos es más. Sobre todo para tratar asuntos tan terrenales como la inestabilidad, la desesperanza o la madurez, que son temas que también se cuelan en esta pequeña joya estrenada a final de año.
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