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Una anónima chaqueta de 'tweed' le basta a Rowan Atkinson (Consett, Reino Unido, 1955) para convertirse en Míster Bean. Tal como ha reconocido el propio actor, los orígenes del personaje beben de dos fuentes: el humor visual de los Monty Python y Monsieur Hulot, el ... inocente personaje de Jacques Tati desencadenante del caos a su alrededor. El último episodio de la serie que hizo multimillonario a Atkinson se rodó en 1995, hace la friolera de casi treinta años. Después ha habido dos largometrajes en cine (en 1997 y 2007) y una aparición en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012. Se anuncia en preproducción una serie en la que el señor Alubia aparecerá envejecido.
'El hombre contra la abeja', ya disponible en Netflix, supone el regreso a la pequeña pantalla de un cómico marcado por su criatura hasta tal punto que la ha explotado en dibujos animados o en breves sketches donde aparece cocinando o ejecutando trucos de magia. Atkinson es el protagonista absoluto de estos nueve episodios de unos once minutos de duración que la mayoría de los espectadores devoran de una tacada. No hace de Mr. Bean, pero parece su primo hermano. Peter Sellers en 'El guateque' y, de nuevo, Jacques Tati, son los espejos en los que se mira. Del primero toma la comicidad que surge al destruir la propiedad y generar el caos; del segundo calca la incapacidad de emplear correctamente las nuevas tecnologías.
Divorciado y con una hija a la que quiere llevar de vacaciones, el protagonista de 'El hombre contra la abeja' es un pobre diablo, un perdedor de manual, que se estrena en su trabajo como cuidador de casas de lujo. La mansión 'high tech' repleta de obras de arte que queda en sus manos cuando sus dueños se van de vacaciones será el escenario del crimen. Una abeja indestructible le sacará de quicio y propiciará un desastre tras otro. Solo es cuestión de tiempo que se cargue aquello a lo que le han advertido que no se acerque.
A diferencia de Míster Bean, Trevor Bingley habla, aunque la mayor parte del tiempo no hay diálogos y prima el gag físico, el 'slapstick' basado en los estragos. Rowan Atkinson hizo mudo a su personaje más célebre porque, de niño, el actor tuvo problemas a la hora de comunicarse. Además, así no había que traducirle a distintos idiomas. 'El hombre contra la abeja' no aporta nada nuevo a la filmografía del creador de Johnny English. La estrategia de trocear la peripecia en nueve capítulos que transcurren en un suspiro sirve para disimular lo predecible de la comedia, que como largometraje hubiera resultado reiterativo hasta la extenuación. No todos son capaces de hilar un tropezón tras otro con la elegancia y el sentido de ritmo de Blake Edwards en 'El guateque'.
El malvado capitán Edmund Blackadder de 'La Víbora Negra', que atraviesa la historia de Gran Bretaña desde el Medievo hasta la I Guerra Mundial, el cura desbordado de 'Cuatro bodas y un funeral' y la voz del búcaro Zazu en 'El rey León' son hitos en la carrera de este exalumno de Oxford que atesora un máster en Ingeniería Electrónica. Divorciado de su mujer y madre de sus dos hijos, la maquilladora Sumetra Sastry, para vivir con Louise Ford, una actriz cómica treinta años más joven que él, Rowan Atkinson posee una colección de coches de lujo (escribe artículos en la revista especializada 'Car') que le ha jugado malas pasadas, como cuando sufrió dos espectaculares accidentes al volante de un McLaren y un Aston Martin.
Su humor blanco para toda la familia, imperedecero e internacional, no le impide hablar con claridad sobre los límites del humor y la llamada 'cultura de la cancelación' en una reciente entrevista para promocionar 'El hombre contra la abeja'. «Me parece que el propósito de la comedia es ofender, o tener el potencial de ofender, y no se le puede vaciar de ese potencial», defiende en el diario 'Irish Times'. «Todo chiste tiene una víctima. Esa es la definición de una broma. Se hace que alguien, algo o una idea parezca ridículo». Para el creador del mezquino, tacaño, egoísta, inculto, torpe e infantil Mr. Bean, no solo hay que reírse de los ricos y poderosos. «Hay muchas personas extremadamente engreídas y satisfechas en lo que se consideraría lo más bajo en la sociedad, que también merecen ser objeto de sátira. En una sociedad libre de verdad se debería permitir hacer bromas sobre absolutamente cualquier cosa».
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