¿Existe ya el Club de fans de Lorelai Gilmore?

Adjetivos que definan a Lorelai (Lauren Graham) hay muchos: es ingeniosa y divertida, también cabezota y orgullosa, cariñosa con sus amistades, generosa con sus vecinos, mujer emprendedora al gestionar su propio hotel y una madre sensible y empática que tiene en su hija a su mejor amiga.

Disfruta comiendo comida basura, mezcla prendas de ropa de estilos imposibles, es fan de la nieve, tiene la casa llena de cachivaches y una colección de cintas VHS con los clásicos de la televisión americana que se resiste a tirar («¡Lo mejor es que puedes ver los anuncios de la época!»).

Lorelai habla como si fuera una de esas máquinas que lanzan pelotas de tenis en un entrenamiento pero, en lugar de bolas, lo que ella suelta son referencias al repertorio de Whitney Houston, a la serie 'Grey Gardens' o a las versiones de 'Ha nacido una estrella', ordenadas de mejor a peor.

Quizá por eso, desde fuera, 'Las chicas Gilmore' (emitida entre 2000 y 2007) podría parecer una serie frívola, 'muy de chicas', que enlaza guiños a la cultura pop y poco más, pero se trata de una historia genuina que aprovecha muy bien la gran oportunidad que ofrece el formato seriado: acompañar a los personajes en sus aventuras mínimas, en la épica del día a día.

En total se emitieron 154 episodios de la serie, así que a Lorelai, a nuestra heroína de andar por casa, la vimos en sus mejores y en sus peores momentos. Y nos habló mucho de feminismo aunque, por aquellos años, ni nos diésemos cuenta.

Lorelai creció en una buena familia, pero se enfrentó a sus padres cuando se quedó embarazada de su novio Christopher con apenas 16 años. Entonces se escapó de la casa familiar saltando por la ventana del baño y decidió criar a su hija siendo madre soltera. Acabó afincándose en Stars Hollow, un pueblecito que es fuente de bondad y que tiene una galería de personajes excéntricos y entrañables.

Allí la conocemos, con 32 años, desclasada y con una hija adolescente. Su independencia, la económica y la emocional, es su mayor triunfo y la defiende con uñas y dientes. Es una mujer que se ha hecho a sí misma y el espejo en el que se mirará Rory.

Para entender la agilidad verbal de Lorelai Gilmore y su sentido del humor no es mala idea tener a mano el perfil de 'La maravillosa señora Maisel' porque ambas protagonistas comparten creadora, Amy Sherman-Palladino.

Esta directora y guionista se había forjado en los sets de 'Rosanne', aquel éxito de los 90 donde, tal y como contó a la revista 'Instyle', aprendió un mantra que también se puede rastrear en sus siguientes producciones: «Hacer grande lo pequeño y pequeño lo grande».

¿Qué es lo pequeño en 'Las chicas Gilmore'? Que los vecinos se reúnan en la plaza del pueblo para un maratón de punto, que organicen una competición de baile de 24 horas consecutivas, que se celebre un festival de cuadros vivientes donde se recreen pinturas del siglo XIX o que, por el cumpleaños de Lorelai, intenten hacer la pizza más grande jamás servida. Es el compromiso, las ganas de hacer cosas juntos, la cercanía de un pueblecito donde todos se conocen y se saludan al entrar en el ultramarinos Doose's.

En parte por estas iniciativas ridículas y románticas, en parte por el arrollador carisma de las Gilmore, la serie se ha convertido en un fondo de armario. Un buen ejemplo de la 'confort tv', como dicen en inglés: disfrutas viéndola otra vez más, sabiéndote los diálogos y recordando cómo terminará exactamente cada episodio. En Stars Hollow, además, nada malo puede ocurrir.

Aprovechando que la serie se ha convertido en un clásico para ciertas generaciones, en 2016 Netflix organizó un reencuentro y estrenó un especial de cuatro entregas, 'Las 4 estaciones de las chicas Gilmore'. Buen intento, pero no es lo mismo.

Ni siquiera la atmósfera acogedora de Stars Hollow pudo resistir a la estética de esta plataforma, donde todo tiene siempre la misma fotografía y parece estar sacado del mismo lugar. Y aquel otro, en el que Lorelai se paseaba siempre con un café en la mano, era único.