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Lily Collins en 'Emily in Paris'. RC
Series en Netflix | 'Emily en París': chicas (ridículas) de hoy en día

'Emily en París': chicas (ridículas) de hoy en día

Darren Star Star ha vuelto sus ojos hacia las millennials, dispuesto a venderles el sueño de que una instagramer de pacotilla puede llegar a vivir en París, y triunfar en su profesión

Miércoles, 21 de diciembre 2022, 09:11

Medio en broma, medio en serio, la pregunta que más veces me han hecho desde que me dedico al columnismo es si este oficio da para pagar un piso en Nueva York, salir de parranda cada noche y calzarte unos Manolos. Obviamente, todos los que ... plantean esa cuestión saben la respuesta de antemano, pero la siguen haciendo por culpa de Darren Star, el creador televisivo de 'Sexo en Nueva York' que, a través de Carrie Bradshaw, nos hizo soñar con la posibilidad de que una juntaletras pudiera vivir como una reina. Mejor aún: como una estrella de Hollywood.

Hoy, aquella generación que soñaba con un carrusel de desfiles, amantes y cócteles, se contenta con teñirse las canas, salir a cenar un par de veces al mes y aprovechar las rebajas de Zara. Por eso, Star ha vuelto sus ojos hacia las millennials, dispuesto a venderles el sueño de que una instagramer de pacotilla puede llegar a vivir en París, y triunfar en su profesión, y llevar chanelazos, y comer cruasanes sin engordar ni un gramo. Y ese sueño imposible de la joven moderna lo encarna la protagonista de 'Emily en Paris', la serie de Netflix que estrena su tercera temporada.

El problema es que, escrita casi veinte años después, la serie no tiene ni la ironía ni el espíritu transgresor que caracterizaban a 'Sexo en Nueva York'. 'Emily en París' se reduce al conjunto de clichés del imaginario norteamericano: un París de boina ladeada, camiseta de rayas marineras y 'baguette' bajo el brazo. Y todo lo construido por la serie en torno a la ciudad y sus habitantes corrobora esa idea, sin moverse ni un ápice de esos estereotipos y potenciándolos hasta extremos nunca vistos.

La primera temporada comienza cuando Emiliy (Lily Collins), una chica del Medio Oeste, se muda a París para trabajar en Savoir, una empresa de publicidad. En ella se enfrentará a una jefa que se resiste a que una veinteañera le dé lecciones (y ahí todas estamos con Sylvie Grateu, el personaje que constituye el auténtico icono de estilo de la serie y que está encarnado por la fabulosa Philippine Leroy-Beaulieu, a la que pudimos ver en 'Call my agent!', una serie francesa divertida y deliciosa sobre el mundo de los actores y sus representantes), y se encontrará con unos compañeros que, cómo no, aparecen retratados como perezosos, bebedores, fumadores y altivos. Además, ¡oh, mon Dieu!', tienen amantes, algo que escandaliza a la puritana Emily. Por si fuera poco, en la empresa se resisten a la actualización tecnológica: el nuevo mundo contra el viejo. No cabe ni un cliché rancio más. Bueno sí: el del amor 'fou'. Porque Emily se enamora locamente de su vecino, Gabriel, un apuesto chef. Pero aparece la tercera en discordia: él tiene una novia, Camille, que se convertirá en amiga de Emily. No todo van a ser alegrías para la de Chicago.

En la segunda temporada, y para rizar más el rizo amoroso, se incorpora un nuevo elemento: Alfie, un británico al que Emily conoce en la academia a la que ¡por fin! se ha decidido a acudir para aprender francés. Y de la encrucijada amorosa a la laboral: las cosas en la filial francesa no van tan bien como se esperaban, hasta el punto de que, al término de la temporada, Emily tendrá que decidir entre continuar con su antigua empresa o entrar a formar parte de la nueva compañía formada por Sylvie, que ha decidido independizarse y fundar su propia agencia. Y ahí dejamos a nuestra heroína, dirimiendo su futuro sentimental y profesional entre pucheros, tortillas a las finas hierbas y chaneles.

Pero, llegados a este punto, y partiendo de la base de que la serie es una memez llena de tópicos y de que Emily nos cae mal porque es un personaje ridículamente candoroso, soberbio (tarda temporada y media en aprender un mínimo de francés), cargante (cree que lo sabe todo) e insultantemente afortunado (cualquier problema trascendente que sufre se soluciona por arte de magia y de los guionistas), cabe preguntarse por qué estamos esperando como agua de mayo la tercera temporada. Pues por lo mismo por lo que nos endiñamos tres chupitos de orujo: para emborracharnos rápido. Porque de París, de modelazos, de lujo y de hombres guapísimos también se emborracha una. Y porque seguimos soñando con poder comer cruasanes sin engordar. Ese sí es un sueño eterno, imposible e intergeneracional.

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