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Representaciones en la ficción de mujeres duras y fuertes ha habido siempre. Lo que ocurre es que, las veces que las han dibujado así, o les han añadido un plus de maldad o las han sofisticado con un buen traje, un vino caro y un ... trabajo pinturero. Pero retratos de señoras con los cuarenta cumplidos, más parecidas a nuestra vecina del cuarto que a una abogada de relumbrón y con un cuerpo y una cara que reflejan lo que les ha sucedido en la vida, y no la pericia de un cirujano plástico, no abundan. Por eso, la irrupción del personaje de la sargento Catherine Cawood en la magnífica 'Happy Valley' en 2014 supuso una más que interesante anomalía.
Porque la Cawood es piedra dura de Chipiona. O de Yorkshire, más bien, lugar donde se desarrolla la acción de la serie. Pero no es el Yorkshire de paisajes hermosos y campiñas interminables de un verde vibrante de 'Todas las criaturas grandes y pequeñas', sino un condado gris, plomizo, embarrado, cubierto de niebla y recorrido por un frío que te cala hasta los huesos. Un valle que parece cualquier cosa menos feliz.
Tampoco lo es la protagonista. Como presentación, en el primer capítulo dice «Soy Catherine, 47 tacos, divorciada, vivo con mi hermana, una ex adicta a la heroína. Tenía dos hijos mayores, una murió, el otro no me habla, y un nieto». En solo dos frases, Cawood resume las tragedias que arrastra: su hija se queda embarazada tras una brutal violación cometida por un psicópata, Tommy Lee Royce, y acaba suicidándose poco después de tener al bebé. La sargento decide hacerse cargo de su nieto, decisión que acaba con su matrimonio. Y sí, su hermana Clare, con la que convive, era yonki. Pero Catherine sigue ahí, plantando cara, resistiendo.
Todo ello nos lo contaba en dos temporadas Sally Wainwright, especialista en señoras de armas tomar (también es responsable de 'Gentleman Jack'), a través del personaje interpretado de Sarah Lancashire. La actriz, que dota a la protagonista de ternura y honestidad, pero también de fuerza y de coraje, constituye el centro de un excelente elenco y de una historia que, salpicada de un humor amargo y de mucho desencanto, entrecruza los dramas familiares y los contratiempos cotidianos con los casos policiales.
Seis años después del final de la segunda temporada, 'Happy Valley' vuelve a Movistar Plus+ para encarar su tercera y última entrega. Tras un parón en el que Lancashire aprovechó para ponerse en la piel y en el cuerpazo de Julia Child (otro trabajo gozoso), retoma el personaje de una Catherine que cuenta las horas para retirarse y conducir el Land Rover que se ha comprado hasta el Himalaya: «Me quedan siete meses, una semana y tres días para jubilarme», le dice a su hermana (Siobhan Finneran, la criada malísima de 'Downton Abbey') en una de esas fabulosas conversaciones que tienen frente a una botella de vino, pero no carísimo, sino peleón. Catherine está decidida a convertirse en la persona que siempre ha querido ser.
Pero en las series de Sally Wainwright no hay paz para los buenos: mientras que se mezclan las historias de un maltratador, un farmacéutico metido a narco de poca monta y una banda de mafiosos que se dedican al tráfico de drogas y a la trata de blancas (la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres está muy presente en la serie, igual que la misoginia que sufre la propia Catherine en su trabajo, y que queda reflejada en la magnífica escena que abre esta tercera temporada), Tommy Lee Royce, interpretado por James Norton (el macizo reverendo Chambers de 'Grantchester', un 'sexy vicar' que puede hacerle sombra al 'host priest' de 'Fleabag') regresa a la vida de Catherine: su nieto Ryan está visitando a su padre en la cárcel, algo que no augura nada bueno. Por si fuera poco, el Ryan adolescente da muestras de un carácter violento, por lo que la abuela no deja de atormentarse preguntándose si no habrá heredado esa condición de su padre.
Entre tanta tribulación, lo único que esperamos es que, en los episodios que restan para que acabe 'Happy Valley', su creadora le dé un respiro a la sargento Cawood, y pueda dejar de ser piedra dura de Yorkshire para convertirse en una risueña jubilada que viaja por el mundo y bebe vino barato. Porque si algo se merecen la abuela y el nieto (y nosotros) es un final feliz. Y si ese final incluye a Tommy Lee siendo atropellado por el Land Rover, mucho mejor.
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