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No hay traca final en el octavo capítulo de la segunda temporada de 'La casa del dragón'. Menos mal que ya se ha confirmado una tercera sesión -no hace mucho, ojo-, prevista para finales de 2025, o más bien 2026. Demasiada espera para los seguidores de la saga, visto el cierre de una continuación que ha puesto toda la carne en el asador en sus últimos minutos para dejar con las ganas al personal. Todos los personajes principales, absolutamente todos, cuentan con su particular cliffhanger. El recurso narrativo más exprimido en el formato serializado para enganchar a la audiencia es llevado al paroxismo en un último episodio que finaliza dejando las puertas abiertas de par en par, como si la serie acabase de despertar, cuestión que puede irritar sobremanera a quien presuma de ser un espectador activo. Tras ocho entregas bastante anodinas, ha destacado la escritura de algunos diálogos y han llamado la atención los roles femeninos, además de la cuidada puesta en escena, por encima de la acción. La travesía ha tenido serios altibajos, los bandos han guerreado más bien poco y la esperada gran contienda, aparentemente, va a estallar en mil pedazos dentro de más de un año de espera, si es que no hay otra huelga en Hollywood, otra pandemia o una guerra mundial. Tal y como va el mundo, nunca se sabe. Cuando la mecha por fin está a punto de llegar a encender la bomba, han aparecido los créditos, blanco sobre negro. Hasta la próxima. Como fan entregado, la cara de «emosido engañado» es inevitable, tras más de una hora de metraje -es la pieza más larga del segundo lote-, donde los personajes hablan, hablan y hablan… Lo que ha venido a ser la base de una temporada donde los dragones han dado el toque exótico a las intrigas palaciegas y líos de alcoba. Poco mandoble y mucho bla bla bla.
Hablando en plata, un coitus interruptus mayúsculo nos ha provocado el clímax de esta segunda temporada, más comprensible y llevadero si se tratara de una primera parte y la consiguiente estuviera ya rodada y se estrenara no tardando mucho, por ejemplo en Navidad. Si algo podemos afirmar sin tapujos es que, sin dragones, 'La casa del dragón' tendría poca chicha y menos limoná. Si el spin-off de la añorada 'Juego de tronos' fuera una partida de rol, o un juego de mesa, tendría las de ganar el bando, sea negro o verde, que más bestias aladas acumule a su servicio. Rhaenyra ha añadido tres nuevas criaturas escupefuego a su ejército, montados por tres individuos de baja estofa, un trío de bastardos cuyas verdaderas intenciones ignoramos. Al menos uno de los jinetes de este grupo de domadores de cuna insolente es un gañán de cuidado -parece extraído de 'Harry Potter- y puede dar pie a más de una sorpresa en la tercera temporada, cuyo capítulo inicial, si pretende retomar cada punto de atención, tal y como ha quedado la acción, puede ser apoteósico u otra tomadura de pelo para alargar el chicle hasta la extenuación.
En el octavo episodio de la segunda temporada de 'La casa del dragón' también ha aparecido algún nuevo personaje de la nada, una maniobra demasiado habitual a lo largo de toda la sesión. Más focos de atención y destinos abiertos, por si ya había pocos, entiéndase la ironía. «Con los dragones podemos zanjar esta guerra inútil», dice Rhaenyra, y no le falta razón. El peso de la narración está sobre sus duras escamas. Ha sido tremebundo aguantar la línea argumental de Daemon, perdido en un mar de visiones absurdas, con su dragón aparcado en cocheras, aunque al final ha conectado espiritualmente con la Canción de Hielo y Fuego. El carisma de Aemond también ha perdido fuelle. Ambos personajes se han diluido hasta parecer el mismo. En la despedida y cierre, es un decir, no han faltado planos espectaculares, bien cargados de figuración y bellas composiciones al servicio del megaciffhanger. El cliffhanger de cliffhangers. 'Juego de tronos', con sus imperfecciones, sobre todo en sus últimas temporadas, funcionaba mejor manejando un rosario de subtramas y un reparto coral en constante movimiento.
Nos quedamos con dos personajes básicos, fundamentales para disfrutar de la temporada, Rhaenyra y Alicent. Los diálogos entre ambas, su condición de mujeres y sororidad soterrada, han sido lo más jugoso de las ocho entregas ya disponibles en Max, tras estrenarse semanalmente en la plataforma. Las espadas están en alto de cara a una prometedora tercera sesión que puede optar de nuevo por sortear la guerra total como ha ocurrido en esta segunda tanda de episodios, de ritmo desesperante, con algún capítulo honroso. Se han amontonado los conflictos, en lugar de ser resueltos, lo que puede dar pie a una continuación brutal. Ha habido pocas bajas reseñables y escasos golpes de efecto. Ojalá esta octava entrega hubiera sido el ecuador, con las fichas montadas sobre el tablero para jugar una partida antológica. Contando los días para que la fiesta continúe dentro de... ¿dos años?
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