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Hace no tanto tiempo, 'Toda una vida', en salas desde el 22 de noviembre, habría aguantado muchos meses en los circuitos de versión original. Ahora sería una pena que pasara desapercibida una película preciosa y emocionante, que parece de otra época y que se detiene en algo tan extraordinario como es la vida de un hombre común. Un buen tipo al que la Historia de Europa arrolla y al que conoceremos desde que es un niño huérfano, en los albores del siglo XX, y despediremos poco después de que el hombre llegue a la Luna. Siempre sin salir de los valles y las montañas de los Alpes.
'Toda una vida' adapta la novela homónima de Robert Seethaler, editada en España por Salamandra. El escritor Ian McEwan definió la obra como «una bellísima contemplación de la vida solitaria en un valle remoto, en el que el mundo moderno se va infiltrando poco a poco». Andreas Egger, el protagonista, es un huérfano acogido por un tío despiadado, que le llama bastardo y le impide comer en la misma mesa que su familia. Fruto de las palizas le quedará una cojera hasta el final de sus días.
Encarnado por tres actores en las diferentes etapas de su vida, Egger trabajará como una mula, siempre en lucha contra la rudeza de un entorno cuya belleza quita el aliento. Primero en los teleféricos que traerán la luz, el progreso y el turismo a las montañas; después, en el campo. Solo conocerá y vivirá brevemente con una mujer, pero ese amor con un final trágico le alimentará hasta su muerte. También conocerá la II Guerra Mundial en las filas del Ejército nazi: lejos de cualquier aliento épico, su experiencia se saldará con frío y soledad.
El director alemán Hans Steinbichler firma un drama arrebatador sin apenas diálogos, en el que su héroe habla lo justo. 'Toda una vida' está recorrido por un sentimiento trágico y fatalista. Remite a una inolvidable epopeya que hablaba de la Historia de Italia a través de la lucha de clases: 'Novecento'. Como en el clásico de Bertolucci, Steinbichter retrata a un paria que rebosa dignidad, un buen hombre sin suerte en la vida y con la ambición de formar una familia en la tierra que ama.
El paso de las estaciones y del tiempo es crucial en una película sobre el hombre y la naturaleza, que debe verse en pantalla grande para asomarse a los valles y picos nevados. Las montañas del Tirol austríaco y los Alpes del Chiemgau, en Baviera (Alemania), fueron los escenarios de un rodaje complicadísimo por la altura y lo recóndito de algunas localizaciones.
Quienes difrutaron hace un par de años con la cinta italiana 'Las ocho montañas', otro melodrama alpino bello y riguroso, no pueden perderse esta parábola sobre un obrero y campesino, sobre un ateo que no cree en Dios, sino en la vida, y que, como escribe Robert Seethaler, «pensaba despacio, hablaba despacio, caminaba despacio, pero cada pensamiento, cada palabra y cada paso que daba dejaban un rastro justo donde, a su juicio, debían dejarlo».
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