Nacho G. Velilla
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Nacho G. Velilla
Creador de series como '7 vidas' o 'Aída', Nacho G. Velilla (Zaragoza, 56 años) vuelve a la carga con 'Menudas piezas', una comedia inspirada esta vez en hechos reales: los que protagonizó Enrique Sánchez, un profesor de Educación Física jubilado y apasionado del ajedrez que ... en 2018 logró convertir a cinco alumnos de un colegio de un barrio obrero de Zaragoza en campeones de España de ajedrez, derrotando a otros 38 centros, públicos y privados.
En la cinta, que llega este viernes a las salas de cine, Alexandra Jiménez da vida a Candela, una profesora acostumbrada a los colegios de élite que, tras divorciarse de su marido, debe volver a dar clases en un instituto de barrio. Pese al choque de realidades, Candela hará todo lo que esté en su mano para convertir a cinco estudiantes marginales en unos grandes jugadores de ajedrez, superando todo tipo de barreras.
-¿Qué tenía esta historia para que se planteara llevarla al cine?
-Pues leí un titular que me llamó mucho la atención que decía que el colegio más humilde se había colado entre la élite y y había ganado el Campeonato de España de Ajedrez. Veía una historia de superación y pensé que detrás podría haber algo bonito. Llamé al protagonista real, a Enrique Sánchez, y le pedí que me contara un poquito más: cómo empezó a dar clases, qué finalidad perseguía, cómo fue el viaje emocional de los alumnos, que eran como los marginados del instituto, y qué supuso haber conseguido este hito.Enrique tiene un discurso motivacional muy bonito y me contó que aquello empezó como un experimento social para integrar a chavales un poco apartados. Entonces ahí sí que había una temática que a mí me interesaba mucho, que es el valor de la educación, la educación pública como ascensor social. Mi madre y mis abuelos pasaron hambre para darnos una educación. No la habían tenido y pensaban que los estudios universitarios era algo que debían tener sus hijos porque ellos no habían podido. Lucharon por eso y eso hizo que esta sociedad fuera un poquito más igualitaria y que España acelerase su modernización. Hoy en día creo que el valor de la educación como ascensor social creo que se ha perdido.
-¿Cual fue la reacción del profesor?
-(Ríe) Ya con la llamada se quedó muy sorprendido. Los dos somos de Zaragoza y él ya conocía mi trabajo, así que se quedó un poco descolocado. Pero según me fue contando, me fue motivando para hacer la cinta, como motivaba a los chavales. Y él, muy feliz, porque además entendía que podía ser un buen ejemplo.
-Es una comedia con un mensaje de superación muy potente. ¿Fue muy difícil equilibrar el tono y respetar a su vez la historia real?
-Sí, lo fue, por eso quise no despegarme de Enrique. Le hemos tenido en la película como asesor de todas las partidas e incluso tiene un pequeño cameo. Es que ya nos apartaba el hecho de que íbamos a cambiar las edades de los chavales de la historia real, que tenían 10 u 11 años, que es una edad menos problemática. Pero yo entendía que necesitábamos meter a protagonistas de una edad donde ya no hubiera vuelta atrás, en la adolescencia, donde realmente o reconduces tu vida o el siguiente paso es la cárcel o incluso peor. Al acentuar esto, teníamos que ver cómo no nos despegamos de las emociones y del viaje emocional real y por eso quise hacer el viaje con Enrique. A todo eso hay que sumar que quería contarlo a través de un prisma de comedia, porque creo que la comedia muchas veces llega más allá de lo que pueden llegar los lugares comunes del drama, pero claro, cuando te metes en comedia con una historia inspirada en hechos reales, puedes patinar. Así que sí, ha sido un proceso largo, pero hemos buscado un balance y un equilibrio.
-Buena parte de la comedia surge del choque entre el mundo en el que estaba Candela y el barrio al que regresa. El enfrentamiento de realidades es una fuente inagotable de comedia ¿no?
-Sí. Para mí la comedia más bonita, siempre lo he dicho, nace del conflicto. Cuando era un adolescente, no sentía esta diferencia de clases tan acentuada, o esta forma de querer expresar la clase a la que se pertenece de una forma tan obvia. Creo que antes nos mezclamos todos mucho más. Me gustaba que en la película se pudiera expresar este debate y cuestionara qué ocurre si desechamos y aportamos a unos chavales, qué ocurre si la enseñanza pública no actúa para la integración de esos personajes, qué clase de sociedad estamos construyendo si a alguien ya excluido lo excluyes todavía más.
-Y, sin embargo, parece que la lucha de clases ha desaparecido. Todo el mundo cree que es clase media.
-Sí, hace poco lo vi por algún lado. Le preguntaban a la gente: «¿A qué clase crees que perteneces? Y todo el mundo decía que era clase media. Y tampoco hay un orgullo de clase, que es lo que en la película tiene el padre de Candela, Emilio. Él es consciente de la clase a la que pertenece y tiene un orgullo de clase. Yo creo que eso se ha perdido porque todos tratamos de uniformizarnos y de expresar que somos más de lo que somos.
-Igual ese es el gran triunfo del capitalismo.
-Totalmente, totalmente. Piensa que todos creemos que somos una parte integral de la realidad y una parte elevada de la sociedad, ¿no? Este rollo de que todos creemos que somos mejor de lo que somos es muy bueno para hacer comedia (ríe).
-Deja claro en las notas de producción que en Francia hacen dos o tres películas al año similares a esta y que en EE UU también hay varios ejemplos. ¿Spain is different también en esto? ¿Por qué?
-Pues no lo sé, porque la reflexión que hicimos cuando empezamos a escribir el guión era: «Joder, a ver si nos estamos equivocando porque por algo no se harán estas películas en España». Lo debatimos mucho David, Marta y yo cuando estábamos escribiendo el guión, y empezamos a mirar y vimos que Francia se hacen y en Estados Unidos también... Nos dimos cuenta de que la comedia social se hacía en España y había obras maestras en los años 60, 70, 80... A partir de los 90, no sé por qué, dejaron de hacerse y fuimos a una comedia más estereotipada. Creo que en España hace 20 años había más subgéneros de comedia de los que hay ahora, que son un poco del mismo tipo. Afortunadamente esta reflexión, que nos podría haber deprimido, al hablar con nuestros productores nos dio un subidón porque ellos dijeron: «Sí, es verdad, no se están haciendo, por eso hay que hacerla».
-Una de las cosas que más llama la atención es el 'casting' de los actores jóvenes. Ninguno de ellos es muy conocido.
-Eso fue muy buscado. Cuando vas a los productores con una comedia de instituto, sabes que automáticamente te van a poner sobre la mesa al youtuber de turno o al chico más popular de la última serie adolescente, ¿no? Afortunadamente nosotros buscamos lo contrario. Queríamos ser fieles a una historia que tiene una inspiración real, a unos sentimientos y un camino emocional real y queríamos no traicionar esa historia. Lo hablamos con los productores, dijimos que queríamos el 'street casting' totalmente abierto y que nos iba a llevar tiempo y afortunadamente entendieron que la película debía ser así. Con esa complicidad ya todo es más fácil porque el casting duró unos seis meses. Fueron más de 2.550 audiciones de chavales de toda España para buscar cinco caras nuevas, que nos dieran frescura, energía, autenticidad, que creo que es lo que aportan estos chavales, además de su talento a la película. Realmente, la frescura que tiene un chaval que no ha hecho nada es muy buena para un director, pero yo me volví loco al final. Ya no sabía ya a quién estaba viendo (ríe).
-¿Y cómo ha sido planificar las escenas de ajedrez? Creo que ha sido una de las partes en las que más se ha involucrado Enrique Sánchez.
-Sí, efectivamente. Como director intento rodearme de gente que sabe mucho más que yo de todo, esa es la clave de los buenos directores. Y en esto, evidentemente, había jugado al ajedrez, pero no podía ni crear ni desarrollar las jugadas, así que contamos con Enrique, el propio protagonista de la película, y con María Rodrigo, que es una jugadora muy buena de ajedrez. Ellos nos diseñaron las partidas basadas en partidas conocidas. Además, nos ayudaron a que los chavales y Alexandra supieran jugar al ajedrez y supieran mover las piezas como jugadores de ajedrez. Yo no sabía esto, pero Enrique y María me dijeron que alguien que lleva jugando un mes mueve diferente a alguien que lleva toda la vida, cogen más de la base, y un jugador que lleva toda la vida muchas veces las mueve sin mirar, así que ese recorrido se tenía que ver en la película porque los jugadores de verdad lo iban a percibir.
-¿Cree que como 'Gambito de dama' esta cinta puede lograr que se renueve el interés por el ajedrez?
-Son palabras mayores, pero ojalá que sí, porque eso querrá decir que la película ha llegado mucho y ha trascendido. Y ya no solo por la película, sino porque creo que el ajedrez, como me contó Enrique, le da herramientas a personas muy buenas a la hora de desenvolverse en otros ámbitos. Es memoria, es lógica, es disciplina, y todo eso te viene muy bien tenerlo a los 15 años y a los 80.
-Hablaba antes de la educación libre y gratuita como el ascensor social. ¿Cree que se ha averiado ese ascensor?
-Tengo esa sensación, sí. Tengo la sensación de que no se le está dando la importancia que tiene la educación como ese elemento igualitario. Y claro, yo vengo de un país y de una generación con una sociedad muy desigual que fue cambiando porque a través de la educación te daba igual quién eras o dónde venías, ya que podías estudiar en una universidad pública. Y encima veníamos de unos padres que, como ellos no habían hecho más que trabajar toda su vida, tenían esa ilusión. Yo soy de una familia numerosa y los seis hermanos, teniendo una familia humilde, estudiamos en una universidad. Joder, eso era el sueño de los padres de antes, ¿no? Ahora no sé si esa importancia de la universidad o de la enseñanza sigue estando presente en la mente de muchas personas.
-Da la sensación, además, de que muchos institutos de enseñanza pública se están convirtiendo en guetos, de que los padres no quieren que sus hijos se mezclen con niños de otras etnias o más desfavorecidos por si hay problemas.
-Yo tengo la sensación de que la figura del buen profesor es fundamental en la vida. A mí esta historia me llamó mucho porque yo era un adolescente que no era fácil, vivía en un barrio obrero y era proclive a meterme en problemas. Y tuve la suerte de tener esa figura, en mi caso, la buena profesora, que entendió que aparte de un macarra, detrás de mí había alguien que motivándome podía tener algo. Ojalá hubiera muchos Enriques y muchas Candelas en este país porque cambiarían la vida de muchas personas. Y también me da la sensación de que podemos entrar en un momento donde si, como dices, hay colegios de clase A y colegios de clase B, pues que estemos apartando a una parte importante de la sociedad y esta sociedad sea más pobre en todos los aspectos.
-Una de las secuencias más memorables es la batalla de gallos que protagonizan Alexandra Jiménez junto a uno de los muchachos.
-Para mí es muy especial porque esta es una escena en la que me peleé mucho desde el guión. Tuvimos mucho debate con ella porque es el típico punto de giro que hemos escrito 20.000 veces y que gira en torno a una discusión: un personaje discute con otro y entonces se encuentra un punto de conexión que antes de esa discusión no existía. Y cuando eso lo has escrito así 30.000 veces, mi obsesión era la de hacer algo distinto, y un día se me ocurrió la batalla de gallos porque con el supervisor musical estábamos buscando el timbre de la cinta y me enseñbaba mucha música urbana y rap, así que se me ocurrió hacer esta batalla donde ella va a estar muy fuera del agua. La llevé escrita y los productores tenían cierto miedo de que pudiera ser muy ridícula. Yo defendí que si la rodábamos en serio no iba a ser ridícula. Candela en ese momento sabe que va a hacer el ridículo, pero prefiere salir y jugar en el campo del chaval, como diciendo que el primer acercamiento lo va a dar ella. Creo que ha quedado muy bonita.
-¿Cómo se planificó?
-Estuvieron ensayando un mes con un rapero, el Doctor Loncho. Hicimos todas las rimas con él, todas las bases musicales también, con gente que viene de este mundo, y luego, es muy importante la ambientación, y yo tengo que agradecer especialmente esa escena a la figuración, porque a la gente de Zaragoza creo que le da una riqueza esa escena, y encima darle las gracias, porque la rodamos en julio, a 37 grados, todos con plumas, porque se supone que es una escena que se desarrolla en invierno. Estuvimos ocho horas con estos señores ahí dándole vida, con lo cual, yo feliz porque estoy viendo las proyecciones que funciona, porque es una escena muy currada y muy buscada.
-¿Cómo ha sido rodar en su tierra?
-Pues muy bonito. Tiene un punto emotivo muy grande, porque yo mi primer corto lo hice con 15 años, rodando en las calles de Zaragoza, y volver 25 o 30 años después a rodar ahí, pues es muy bonito, porque además siempre he pensado que Zaragoza tiene mucho talento musical, Amaral, Bunbury, Kase. O, directores como Buñuel, pero le faltan relatos. Yo creo que una ciudad empieza a trascender cuando tiene relatos, Madrid con Sabina, Nueva York con Woody Allen, es decir, y Zaragoza siempre he pensado que es una ciudad que tiene mucho talento, pero tenemos pocos relatos.
-A lo largo de la historia de nuestro cine, la comedia ha sido clave, sin embargo el género apenas recibe premios y a ojos de muchos sigue siendo un género menor. ¿Por qué?
-Yo mismo, que he dado muchas clases de guion, me hago esa reflexión porque a mí me ocurrió. Cuando hice mi primer guión, era un plasta intenso, que pensaba que estaba contando una cosa esencial para la humanidad y era una cosa que no aguantaba nadie, pero me pensaba que era un artista (ríe). Todos tenemos ese rollo de ser trascendentes a través de los lugares comunes del drama. Y era tremendo porque yo veía mucha comedia, pero cuando me ponía a escribir, escribía unas cosas que eran una intensidad que no había quien las aguantara. Fue así hasta que me empecé a divertir escribiendo lo que veía, porque yo mismo no reconocía el valor de la comedia. He tenido la fortuna de trabajar con muchos de los mejores actores y actrices de este país, Amparo Baró, Carmen Machi, Javier Cámara, Javier Gutiérrez... Y todos ellos coinciden en que lo más difícil que han hecho es la comedia. Y como guionista te diré que mis cuatro o cinco primeras versiones de cada guion son drama y, a partir de ahí, se me complica la vida porque tengo que convertir ese texto en comedia, o sea que también sé que es lo más difícil de hacer. Y, sin embargo, como espectador, ni yo mismo le di valor, entonces entiendo que los espectadores no se lo den, pero probablemente es porque cuando te estás riendo y lo estás pasando bien, piensas que realmente no tiene más valor que eso. ¿Le daremos algún día la vuelta a esto? Pues no lo sé. De vez en cuando siempre hay una comedia en la que todos nos sentimos bien y le damos valor, pero desgraciadamente no es es lo habitual. Probablemente cuando disfrutas una cosa no le das valor, y la comedia es muy disfrutable.
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