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Un gesto define muy bien a la protagonista de 'Los últimos románticos' en los primeros compases del filme: entra en el portal de casa, quita la publicidad que sobresale del buzón de sus vecinos y la arroja al contenedor de reciclaje. Irune (Miren Gaztañaga) trabaja en una empresa papelera de un pueblo industrial en declive, de esos con bloques de pisos del desarrollismo encajonados entre montañas y atravesados por un río, como hay tantos en Euskadi.
Las cosas no van muy bien en la fábrica y ella todavía no ha terminado de atravesar el duelo por la muerte de su madre. Para colmo, está a la espera de unas pruebas médicas al detectarle un bulto en el pecho. Su único alivio es llamar por teléfono al número de Renfe, para preguntar horarios de trenes que nunca cogerá. Procura que siempre le atienda el mismo operador, de cuya voz está prendada.
La escritora Txani Rodríguez dedica 'Los últimos románticos', Premio Euskadi de Literatura 2021, «a todas las personas que fueron amables conmigo alguna vez». Para el director David Pérez Sañudo era esencial capturar la atmósfera de la novela, los ecos de un pujante pasado industrial que hoy dan paso a la melancolía. El ganador de tres Goyas por 'Ane' nació en Bilbao pero creció en el Valle de Mena. Sabe muy bien cómo son Balmaseda, Artziniega o Llodio, la localidad de Txani Rodríguez, escenario que no se nombra de 'Los últimos románticos', que en la pantalla transcurre en la ficticia urbe de Artieta. «Una película muy íntima, muy de territorio metalizado, suburbial, donde ya no suena la sirena de las fábricas y los bares no se llenan a la salida de los obreros», prometía el realizador durante el rodaje.
Presentada en la sección Nuevos Directores del Festival de San Sebastián, 'Los últimos románticos'/'Azken erromantikoak' trata de introducir al espectador en el estado de ánimo de un personaje a la deriva. No lo tenía nada fácil Pérez Sañudo. La novela no posee una trama definida, más allá de los pensamientos y disquisiciones de una mujer buena que contempla cómo su mundo y su sistema de valores se vienen abajo. Esos rollos de papel higiénico que acarrea –el pago en especies de la fábrica– resultan una imagen absurda y patética a la vez.
La actriz Miren Gaztañaga carga la cinta sobre sus hombros y se entrega para dotar de verdad a un personaje incómodo, con el que al principio cuesta empatizar, que no mira a los ojos y suelta salidas inconvenientes. Hay mucha ternura en la manera en que el director retrata a esta 'friqui', que a veces parece una niña y que habla con un lenguaje literario que descoloca a su interlocutor: «Salvo en los cementerios, el silencio siempre da miedo, ¿verdad?», suelta.
Hablada en euskera y castellano, 'Los últimos románticos' no es una comedia cuqui ni un drama costumbrista. Tampoco cine social al uso. David Pérez Sañudo arranca con distancia formal y austeridad narrativa para poco a poco ir insuflando colores saturados y música hasta llegar a un sorprendente final casi en clave apocalíptica. Conozcan a Irune. No les defraudará.
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