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Decía Gregory Peck, ya con la experiencia que otorga la edad, que empezar en el mundo de la interpretación y llegar a lo más alto es relativamente fácil. «Es solo cuestión de suerte, todo el mundo quiere ayudarte cuando eres joven. Lo difícil es mantenerse», ... apuntaba el actor. Las más de cincuenta películas en las que participó a lo largo de sus 87 años de existencia confirman que aquel caballero elegante, de mirada seductora, voz profunda, sonrisa triste y 1,90 de altura, lo logró.
Este lunes, 12 de junio, se cumple el vigésimo aniversario de su fallecimiento y la cadena de cine clásico TCM lo recuerda con 'Gregory Peck, el gran actor', un documental dirigido por Grégory Maitre, con abundante material de archivo, reflexiones del actor y testimonios de familiares y compañeros de profesión, que repasa la trayectoria vital y artística de este gentleman que no solo se convirtió en un actor deslumbrante, sino que supo aprovechar su popularidad para luchar contra el racismo o el antisemitismo y en favor de la libertad de expresión –fue uno de los actores que firmó el manifiesto contra la caza de brujas de los años cincuenta–.
Nacido en 1916, en La Jolla, un distrito de la ciudad de San Diego, Gregory Peck no tuvo una infancia fácil. Hijo de un farmacéutico de ascendencia armenio-irlandesa y una mujer de ascendencia escocesa, su divorcio cuando apenas tenía cinco años, hizo que su abuela se ocupara de él. Travieso y mal estudiante, acabó ingresando en una academia militar, pero en 1929 murió su abuela y se mudó a casa de su padre. Presionado por su progenitor, comenzó la carrera de medicina en la Universidad de Berkeley. Fue allí cuando sintió por vez primera el gusanillo de la interpretación. Reclutado por el director del grupo de teatro, en su último año acabó participando en cinco obras, entre ellas 'Moby Dick', en la que dio vida a Starbuck. La novela de Herman Melville le acompañaría durante toda su trayectoria artística pues en 1956 encarnó al capitán Ahab en la versión cinematográfica de John Huston y en 1998 dio vida al padre Mapple en el que sería el último papel de su vida. «Estaba empeñado en hacer el monólogo de siete minutos de un tirón y así lo hicimos», recuerda su director Franc Roddam.
Con 23 años tomó un tren a Nueva York, decidido a probar suerte en Broadway. Pero los inicios no fueron fáciles. Vivió en sus propias carnes la gran depresión -cenaba tortitas porque en su bolsillo no había más que unos pocos centavos- y a punto estuvo de tener que combatir en la II Guerra Mundial, algo que sorteó gracias a una lesión de espalda que se había hecho en las clases de danza que recibió para aprender a moverse por el escenario. Y hacía de todo: desde locutar para la radio hasta servir de modelo a fotógrafos. Hasta que consiguió un papel como suplente para la gira de 'El dilema del doctor'. En ese ambiente conocería a su primera esposa Greta Kukkonen, con quien tuvo tres hijos -el mayor de ellos se suicidaría con treinta años-. Después llegaría su primer gran éxito con 'The Willow and I', en 1942. Cuenta Carey, uno de sus hijos, que el actor no quería cambiar los escenarios y marcharse a Hollywood, pues el teatro le parecía «un arte más elevado». «Afortunadamente -matiza-, era actor y no vidente».
El propio Peck aseguraba que dedicarse al cine no estaba en sus planes. «No me llamaba la atención, yo quería interpretar a los clásicos, pero era difícil ganarse la vida así», dice quien finalmente quedó gratamente sorprendido al ponerse delante de las cámaras: «Me gustaba la técnica y lo disfrutaba mucho». Debutó en la gran pantalla con 'Días de gloria' (Jacques Tourneur, 1944). Su director tuvo que limar a un Peck que, debido a su trabajo teatral, aún sobreactuaba en exceso. La cinta no funcionó pero ese mismo año se estrenaría 'Las llaves del reino' (John M. Stahl) , donde daba vida a un joven sacerdote que viaja a China para fundar una parroquia católica, papel por el que recibiría la primera de las cinco nominaciones al Oscar. «Le faltaba formación, pero le salvó la pasión», desvela su biógrafo Michael Senna.
Aquel éxito abrió las puertas de Hollywood a un actor que era duro negociando sus contratos. Luego llegarían sus trabajos con Alfred Hitchcock, con el que colaboró en 'Recuerda' (1945), junto a Ingrid Bergman, con la que al parecer vivió un romance, y 'El proceso Paradine' (1947). A Peck le encantaba haber participado en ambas, pero no guardaba un grato recuerdo del rodaje porque Hitchcock «no tenía un trato cercano con los actores y no aceptaba ninguna sugerencia». De aquella época son títulos como 'El despertar' (Clarence Brown, 1946), que le dio el Globo de Oro a mejor actor, 'La barrera invisible' (Elia Kazan, 1947), donde daba vida a un reportero que finge ser judío para cubrir una historia sobre antisemitismo, o 'Almas en la hoguera' (Henry King, 1949), en la que encarnaba a un estricto general que se hace cargo de una unidad de bombarderos. Por todas ellas fue nominado al Oscar.
Decía que en un lugar como Hollywood era «fácil aislarse». «Metido en un plató todo el día, te quedas sin ideas, y a la hora de abordar un papel lo más importante es aportar tu propia experiencia vital, por eso es tan importante viajar y conocer gente de distintos estatus». Por eso decidió mudarse a Europa. En aquella época rodó 'Vacaciones en Roma' (1953), una comedia romántica en la que cambiaba de registro. A su insistencia se debe que el nombre de quien entonces era una principiante, Audrey Hepburn, tuviera la misma presencia que el de él en el cartel. No iba desencaminado: Hepburn se acabó llevando el Oscar por aquel papel.
Peck, en cambio, tuvo que esperar una década más para conseguir la ansiada estatuilla. La recibió por uno de los papeles de su vida, el de Atticus Finch, el abogado que debe defender a un hombre negro acusado de una violación durante la Gran Depresión en 'Matar a un ruiseñor' (1962). Para entonces, Peck ya llevaba siete años casado con Veronique Passani, una periodista francesa con la que tuvo otros dos hijos y estaría hasta el fin de sus días.
Sin embargo, a partir del galardón, su carrera comenzó a resentirse. Peck pasó de rodar dos o tres películas al año a, con suerte, participar en una. Siguió deslumbrando en películas como 'La profecía' (Richard Donner, 1976) o 'Los niños del Brasil' (Franklin J. Schaffner, 1978), donde encarnaba al atroz doctor Mengel, pero tenía que lidiar con los temidos años en blanco. «Su técnica era simple, pero llenaba la pantalla», recuerda Mike Newell, que lo dirigió en 'La voz del silencio' en 1987.
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