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El éxodo de la ciudad al campo siempre ha estado ahí; la promesa de una vida nueva, en comunión con la naturaleza, el sueño de volver a empezar. La pandemia aceleró la tendencia de repoblar la España vaciada. El miedo al virus, la crisis económica ... y el teletrabajo al que obligó el confinamiento han impulsado la mudanza hacia zonas rurales. De todo ello se ha hecho eco el último cine español en un puñado de películas que se interrogan sobre la realidad del agro y plantean la pesadilla en la que se puede convertir la quimera de un ecologismo mal entendido.
'As bestas', favorita para triunfar en los Goya con sus 17 nominaciones, se inspira en la experiencia real de un matrimonio francés que se instaló en una aldea gallega para llevar a la práctica un proyecto de vida cimentado en la sostenibilidad y la agricultura ecológica. Claro que los paisanos de la película de Rodrigo Sorogoyen ven más ventajas en los parques eólicos que en las lechugas sin fosfatos y las cabañas para agroturistas de fin de semana. Los aerogeneradores les permiten vender sus tierras y dejar así de madrugar para cuidar a las vacas y segar la hierba.
«Quien crea que cultivar su huerta es una vida fácil… Acabas el día reventado», advierte Rodrigo Sorogoyen. «Hubiera sido un error idealizar el medio rural, mostrar unos personajes descansados que no se ensucian». El día que el director vio de cerca uno de esos gigantescos molinos que forman ya parte del paisaje entendió las implicaciones económicas y el impacto en la naturaleza de las energías renovables. En 'As bestas' se pregunta quién tiene más derechos: si el que nació en el pueblo y lo ha sufrido o el recién llegado que lo ama y quiere preservarlo.
Estrenada el pasado 2 de diciembre en las salas y nominada a los Goya a mejor dirección novel (Mikel Gurrea) y actriz protagonista (Vicky Luengo), 'Suro' cuenta la desintegración de una pareja que decide irse a vivir al campo. Vicky Luengo y Pol López son dos jóvenes arquitectos barceloneses que ven la oportunidad de llevar a la práctica sus ideales cuando ella, embarazada, hereda una propiedad en el Alto Ampurdán. Un caserón que rehabilitarán y un terreno con alcornoques que producen corcho ('suro' en catalán).
«¿Queremos tener hijos? ¿Podemos vivir de forma acorde a lo que creemos?», se interroga el director donostiarra, que antes de estudiar cine en Londres trabajó en la 'pela' del corcho en el norte de Girona. En 'Suro', los protagonistas no solo tienen que luchar contra las inclemencias del tiempo, sino contra sus prejuicios de clase, el machismo y el racismo cuando estos dos urbanitas acaban convertidos en terratenientes al mando de una cuadrilla de temporeros marroquíes.
«Parece que hablamos de la vuelta al campo y el éxodo de la ciudad por la pandemia», explica Mikel Gurrea. «Pero en nuestro caso la película se gestó antes del covid. En los años 60 ya pasó con toda la ola hippie. Es algo universal y cíclico: tiene que ver con que nos hemos desconectado de lo natural y eso genera inquietud. Y en España todos tenemos algún vínculo familiar con lo rural, por lo que hay curiosidad y deseo de llevar ficciones a ese terreno: ver qué sucede cuando los personajes están en contacto con los elementos naturales, porque en la ciudad es más fácil vivir de la idea y la teoría. Ese es el choque de mi película».
La familia de la madre adoptiva de Carla Simón lleva cultivando melocotones desde siempre en Lleida. La muerte del abuelo fue el germen del guion de 'Alcarràs'. «Surgió la sensación de que es un mundo que se está acabando, al menos esa manera de hacer agricultura en familia que conocemos desde la Prehistoria. Se está quedando obsoleta porque no es sostenible, la gente está dejando las tierras», argumenta la directora, que a un histórico Oso de Oro en la Berlinale une once nominaciones al Goya.
Tras ochenta años, los Solé se disponen a recoger su última cosecha de melocotones. Tienen que abandonar esas tierras arrendadas sin que exista un contrato en un papel. Al propietario le sale más a cuenta instalar placas solares, un boom energético que, como explica la directora, se frustró hace unos años. «Se arrancaron árboles para colocarlas, pero la cosa no terminó muy bien, los precios que se habían pactado no se dieron. Cambió la ley y mucha gente se arruinó, es un tema complejo. Ahora se vuelve a dar gracias a las ayudas europeas y a la necesidad de una energía renovable».
Más del 85 % de los españoles viven en menos del 20 % del territorio, según datos del Instituto Nacional de Estadística. La población rural ha caído un 10% en las dos últimas décadas. La falta de servicios educativos y sanitarios, el déficit de telecomunicaciones y la falta de alicientes culturales todavía echan para atrás al que quiere disfrutar de aire puro y una casa con jardín.Según un estudio del portal inmobiliario Fotocasa, estar cerca de servicios esenciales y disponer de conexión a internet son los principales requisitos para irse a vivir a un pueblo. Un cambio de vida que han tanteado, desvela el informe, particulares de entre 35 y 44 años, que viven con su pareja y sus hijos. Seis de cada diez personas que buscan casa -han realizado alguna acción de demanda de alquiler o de compra en el último año-tienen intención de mudarse a un pueblo o, al menos, les gusta la idea.
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'Tenéis que venir a verla', de Jonás Trueba, toma su título de la invitación que realiza una pareja a sus amigos. Quizá empujados por la pandemia, han dejado de vivir en el centro de Madrid y se han ido a una casa en Alpedrete, en la sierra de Guadarrama. Han cambiado el trajín de Malasaña o Lavapiés por un chalé adosado de estética setentera, de esos en los que antes veraneaban los madrileños con segunda residencia y ahora residen quienes huyen de la urbe en busca de tranquilidad.
Y más películas recientes que no pintan la vida en el pueblo como una Arcadia: 'Cerdita', de Carlota Pereda, o la Matanza de Texas a la extremeña; 'Secaderos', de Rocío Mesa, que contrapone la fascinación de una niña por la magia de lo rural con el deseo de escapar de una adolescente; 'El agua', de Elena López Riera, nominada al Goya a mejor dirección novel, que explora la mitología de la infancia de la cineasta en la Vega Baja del Segura; y 'El lodo', del valenciano Iñaki Sánchez Arrieta, en la que las razones de un biólogo chocan con la forma de vida de los cultivadores de arroz en el Levante.
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