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Jacques Tatí fue un cineasta único, sin antecedentes (algunos han dicho que era un heredero de Buster Keaton, pero este era otra cosa) ni herederos de su tipo de humor, preciso, sorprendente, sin necesidad de recurrir a las palabras. Su primer largometraje, donde ya estaban las características de su cine posterior fue 'Día de fiesta'.
Jacques Tati (Le Pecq, 9 de octubre de 1907-París, 4 de noviembre de 1982) estuvo casi cuatro años elaborando la idea de 'Día de fiesta' (1949), la película con la que debutó en el largometraje como director, guionista y actor. Lo preparó concienzudamente, rodando hasta un corto previo, 'Escuela de carteros', dos años antes. En él ya aparecían sus temas recurrentes y su humor costumbrista y satírico: escenas corales, el sonido como contrapunto de la imagen, mostrar cómo cualquier personaje, por secundario que sea, puede ser protagonista de un gag...
Protagonizada por el propio Jacques Tati junto a Guy Decomble, Paul Frankeur, Santa Relli, Maine Vallée, Roger Rafal, Robert Balpo, Jacques Beauvais y Alexandre Wirtz, la acción se desarrolla en el imaginario pueblo de Follainville -se rodó en Saint-Sévère-sur-Indre-, cuando se dispone a celebrar su fiesta patronal, lo que, como no podía ser de otra forma, altera su ritmo diario. Las calles se adornan con guirnaldas y banderas y la terraza del café se ha preparado para el gran baile popular. Llegan los carros de los feriantes provistos de los caballitos de madera, la tómbola, el cine ambulante, las cucañas... Tati nos presenta a los habitantes del lugar a través de una anciana que acompañada de su cabra relata, mirando directamente a la cámara, lo que acontece y presenta a los moradores de la villa: el alcalde, el tabernero y su coqueta esposa, el barbero....
La llegada de los feriantes provoca un gran revuelo en el pueblo, los niños corren a ver los caballitos del carrusel, mientras que la anciana observa que las fiestas alterarán la tranquilidad del pueblo. Se observa como de forma escalonada van saliendo de los diferentes comercios los habitantes para curiosear qué es lo que está ocurriendo. Al fondo el alcalde, el feriante Roger, el tabernero y su esposa Marie, quien les enseña su nuevo vestido confeccionado expresamente para la fiesta. La curiosidad provoca que los comerciantes contiguos al café se asomen para ver qué está ocurriendo. Mientras reparte el correo, François (Jacques Tati), un torpe cartero, deseoso de ayudar a estos visitantes de un día, monta con mucho heroísmo la cucaña, pero sólo consigue provocar catástrofes. El ambiente festivo se palpa, un hombre vestido con traje oficial anuncia a los habitantes de la villa la sesión de cine que se realizará en la plaza del pueblo. Entre tanto alboroto surgirá una discreta «historia de amor»: una jovencita que observa todo desde su ventana se fija en Roger, un feriante. Se dan cruces de miradas y sonrisas que dejan entrever la atracción que sienten el uno por el otro. El dulce coqueteo de la jovencita cautiva a Roger, quien queda prendado por su belleza. En el pueblo siguen con los preparativos, así se disponen unos cuantos hombres a colocar un poste en el centro de la plaza en cuya punta hondea la bandera de Francia. El poste se suelta y François, que pasa en ese instante por debajo del mismo se ve obligado a entrar en el café montado en su bicicleta. Su presentación es cuando menos divertida. Los hombres que intentaban colocar el poste se ven incapaces de conseguirlo, pero al ver a François, grande y fuerte, comienzan a adularle para que éste les ayude. Tras oír una serie de halagos y piropos acepta el reto y comienza a dar instrucciones y ordenes, la situación es muy simpática, hasta incluso caótica, pero finalmente consiguen bajo su mando colocar el poste.
Como buen cartero, François continúa su periplo entregando la correspondencia, en esta ocasión debe acudir a casa de la anciana, cuya cabra engulle parte del telegrama que el cartero le entrega. Tati introduce elementos tan simpáticos como el hecho de que una cabra devore la correspondencia de su ama, una anciana sorda que entabla con su cartero una conversación de lo más singular. François es un hombre entregado a todo aquello que se propone, así que mientras ordena a los hombres cómo disponerse, cómo tirar de la cuerda, también desempeña sus labores como cartero, entregando cartas a cuantos pasan por la plaza en ese momento. Tati muestra en esta secuencia una divertida escena en la que el cartero bonachón es adulado para realizar una costosa tarea, llegando a creer que su inteligencia y audacia son indispensables para mover tal poste. En su afán por seguir trabajando, François va recibiendo diferentes invitaciones, que a pesar de sus negativas no puede evitar, y así, tras unas cuantas copas los efectos del vino blanco comienzan a tener su repercusión en el cartero.
François, a su salida del café, se detiene a observar el documental que proyectan en el interior de la carpa dispuesta en la plaza del pueblo. A su paso junto a esta carpa escucha la película: «No hay lugar donde se escriba tanto como en EE UU. El progreso facilita la clasificación y la entrega...» Y movido por la curiosidad se detiene a ver el resto del documental, en el que precisamente hablaban de la rapidez con la que en Estados Unidos entregaban las cartas. Esto hiere profundamente al hacendoso cartero, quien tiene que soportar las mofas del resto de sus vecinos. François toma nota del nuevo sistema para repartir el correo que muestra la película. Debido a su estado de embriaguez, las noticias procedentes del continente americano calan de forma fulminante en François, quien decide de forma casi instantánea mejorar su reparto en cuanto a rapidez se refiere. No se lo piensa dos veces, y si los americanos son capaces de realizar entregas aéreas convirtiendo a sus carteros en acróbatas capaces de superar todo impedimento, él también puede mejorar notablemente sus repartos. Además, debe soportar las gracias y comentarios de los lugareños, que aún conociendo el compromiso que el cartero mantiene con su trabajo, su propósito último es el de ridiculizarlo. Tal es la bondad de este cartero que hasta los niños le gastan bromas, pero aún así François continúa con su ruta, ajeno a la revolución que viven los vecinos.
La noche se va complicando para el joven cartero, que aún llegando la madrugada sigue repartiendo correspondencia. La fiesta en el centro del pueblo resulta todo un éxito, los niños deseosos de subir al tiovivo observan con atención la atracción, los más mayores pasean por la plaza disfrutando del ambiente, los puestos están abiertos y la banda de música no cesa de tocar. Nuevamente, recibimos información de la anciana narradora, quien ya al día siguiente muy temprano pasea por el pueblo que ha quedado desértico tras la fiesta. François amanece en el interior de un vagón de tren, cuando sale al exterior, el jefe de estación bromea indicándole que ese tren no va América. Su aspecto un tanto desaliñado hace pensar que todavía permanece bajo los efectos del alcohol, además parece estar desorientado. Tras buscar su bicicleta, regresa al pueblo donde se encuentra con los feriantes que ya están recogiendo todos sus cachivaches. Éstos intentan animar al joven cartero afirmando que aunque los americanos son los mejores con el avión, no ocurre lo mismo con la bicicleta. Y para corroborarlo, deciden darle algún consejo que le puede ser de gran utilidad a la hora de repartir la correspondencia. Sujetan la bicicleta a la base del tiovivo y comienzan a darle indicaciones de cómo coger las cartas, con que mano sujetar el sillín, y en definitiva como realizar su ruta economizando el tiempo y esfuerzo, para alcanzar ese ideal de rapidez y regularidad propios de la entrega americana.
Tras esta especie de entrenamiento, François se dirige a su puesto de trabajo, allí se asea y acicala para afrontar la labor del nuevo día. Una vez reunidas todas las cartas en su bolsón, se dispone a realizar el reparto. El cartero ofrece en estas secuencias su cara más divertida y eficiente. Su obsesión por hacer bien el trabajo termina convirtiendo el film en una frenética comedia. A medida que va entregando las cartas se observa como los vecinos le animan a que concluya su ruta a «la americana», algo que provoca en el cartero un gran entusiasmo. Durante toda la entrega, al cartero le ocurren cosas de lo más sorprendentes, desde la perdida de la bicicleta, pasando por la participación en una carrera ciclista, hasta concluir su periplo en el fondo del río. Su intensa y larga jornada concluye definitivamente cuando la anciana narradora detiene su carro para recoger al acelerado cartero que se encuentra empampado y con su bicicleta absolutamente destrozada. La anciana señora invita al cartero a tomarse de una forma más apaciguada la vida. Finalmente, François llega a casa y da por concluido su reparto . El protagonista, el patoso y entrañable cartero François es el centro de una gran variedad de gags, que acontecen en el pueblo el día que llega la feria, y que provocaran la hilaridad, mostrando el inmenso talento para la comedia que poseía Tatí, su delicada capacidad de observación, la sutileza de los detalles...
El rodaje duró tres meses y sus actores fueron, entre otros, los propios habitantes de Saint-Sévère-sur-Indre, dotando así a la película de un mayor realismo ya que éstos vecinos deberían limitarse al mero hecho de comportarse como ellos lo hacían en cualquier momento de su vida. Por lo tanto, el carácter netamente francés de sus protagonistas darían una excepcional imagen de aquello que Tati quiso recoger con sus cámaras. Se trata de una obra costumbrista ambientada en el típico pueblo francés cumpliendo con todos los tópicos, un barbero meticuloso, un camarero gruñón, una dulce jovencita que enreda con sus miradas al avispado feriante recién llegado. Así, combina personajes, espacio y tiempo en el marco geográfico francés.
Tatí rodó la película en color pero, por problemas técnicos -el color aún no lo dominaban los laboratorios franceses- no se pudo positivar en color poque no se encontró la manera de hacerlo, por lo que el positivo de lo rodado se hizo en blanco y negro, que es como se estrenó la película en su momento. No se estrena en Francia hasta el 4 de julio de 1949 debido a la reticencia de los distribuidores franceses. Antes se había presentado en el Festival de Venecia. La película, estrenada ya con éxito en Londres en marzo de 1949, obtiene finalmente un gran éxito de público en Francia, aunque los críticos se muestran, en general, poco entusiastas.
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Con motivo del 40 aniversario del rodaje del filme, los hijos de Tati, Sophie y Pierre, presentaron al equipo de Cinéma Cinémas un documental rodado en Saint-Sévère-sur-Indre cuando se rodó el filme. Esto dio lugar a que los técnicos de restauración de películas entrasen en contacto con Sophie y Piérre asegurando que las técnicas en positivado y restauración de películas habían avanzado mucho y que se podría recuperar la película con sus colores originales. Así, En 1994 con motivo del centenario del cine hay un presupuesto para la operación y el restaurador François Ede se pone manos a la obra. «En el momento en que Jacques Tati rueda la película –comenta François Ede- el cine francés de la posguerra intenta reorganizarse y la idea del color empieza a germinar. Tati tenía su propia idea del color para esta película. Buscaba la neutralidad salpicada con manchas de color. Esta idea prefigura las investigaciones que finalizarán en 'Playtime' veinte años más tarde». Tras quince meses de trabajo y casi 50 años después de su estreno, 'Día de fiesta' logró recuperar sus colores originales, presentándose en una sesión especial en el Festival de Cannes.
En España la película en blanco y negro no se pudo estrenar hasta el 12 de julio de 1978. La versión restaurada en color llegó el jueves 28 de diciembre de 1995 a los hoy desaparecidos cines Renoir de Cuatro Caminos, en Madrid, en versión original subtitulada.
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