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El Dani Rovira (Málaga, 1980) que rueda en Euskadi 'El bus de la vida' es muy diferente al que vino hace casi una década para protagonizar 'Ocho apellidos vascos'. Entonces era un cómico que probaba suerte en el cine, ahora es un actor consagrado y ... una persona «más auténtica» desde que, en 2020, apenas cuatro días después de decretarse en España el estado de alarma por la pandemia del coronavirus, le diagnosticaran un cáncer, un linfoma de Hodgkin del que felizmente se curó.
El director portugalujo Ibon Cormenzana cuenta que no ha visto vacilar ni un día al protagonista de su película, un profesor de música madrileño que sueña con ser músico y al que envían a un instituto de Orduña. En su primer día de clase se desmaya por un fuerte pitido en el oído: cáncer. Un viejo autocar le trasladará al hospital de Basurto para recibir quimioterapia en compañía de otros enfermos.
Susana Abaitua, Elena Irureta y Nagore Aramburu acompañan a Rovira en una 'feel good movie' que lleva rodándose cuatro semanas entre Orduña y Bilbao. El actor malagueño confiesa que, a pesar de los años transcurridos, no hay día en que no reciba la felicitación de un espectador por 'Ocho apellidos vascos'. «Supongo que aquí me sienten como algo más propio. A pesar de ser andaluz me acogen de manera especial, es muy bonito».
–Resultó ser una película muy importante para los vascos por muchas razones.
–Si te soy sincero, hace mucho que no pienso en eso. Pero en los dos o tres años posteriores al estreno se sacaron todas las conclusiones posibles. Mucha gente decía que la película había hecho más por la unión entre vascos y españoles que años de políticas e intentos frustrados. Igual ahora habría que pensar si 'Ocho apellidos catalanes' hizo tanto bien, ja, ja. Yo no soy sociólogo ni antropólogo. Me quedo con que vascos y andaluces la recuerdan con mucho cariño. Ha dejado un poso muy bonito.
–¿Se pensó rodar una película en la que el protagonista sufre cáncer?
–Sí, pero también me pienso todos los guiones que me llegan. Leer esta historia me removió muchas cosas. No me apetecía volver a pasar por una sala de quimio, por secuencias en las que te diagnostican. Pero me lo pensé poco tiempo. En mi cabeza ya estaba la posibilidad de hacer una película que contara algo sobre el cáncer. Llegó esta y vi que era una 'feel good movie', una historia de superación. No era buenista, pero tampoco súper cruda. Bailaba en un equilibrio muy sano. Pensé que igual me venía bien como terapia, como catarsis. Igual descubría cosas como actor que no había vivido nunca. Igual hacía bien a gente que ha tenido cáncer. Ya sabes que me gusta mucho la comedia, pero en proyectos con calado emocional y social. La vida es de los valientes. He tenido días en los que he estado removido, pero ¿y qué?
–Esos autobuses de la vida existen, ¿no?
–Creo que sí. Yo iba en mi coche a darme la quimio, pero entiendo que en los pueblos existen autobuses en los que se juntan personas muy diferentes, que reaccionan de manera muy diferente ante la misma enfermedad.
–Tras aquellos seis meses de lucha, usted tuiteó: «No soy mejor que nadie, pero el Dani que ha llegado a la cima es infinitamente mejor que el que hace un año andurreaba por llanuras sin importancia».
–Ahora lo matizaría. Te diría que en estos tres últimos años no sé si soy mejor o peor persona, pero sí creo que soy más auténtico.
–¿En qué sentido?
–No tiene por qué significar ser mejor. Ha sido un proceso de autoconocimiento muy duro: la enfermedad, la pandemia... Uno llega a un momento de toma de conciencia, de crisis existencial. Empiezas a conocer y a asumir quién eres realmente. Y te comportas e interaccionas sabiendo quién eres, quitándote todas las zarandajas, el querer agradar.
–Eso es muy difícil siendo un personaje público.
–Más todavía. Después de muchos años, te das cuenta de que, para que nos quieran, somos la persona que la gente quiere que seamos. Yo ahora soy más auténtico, y si eso conlleva la animadversión de algunos, estoy dispuesto a aceptarlo. Abrazo una parte de mí que tenía aletargada.
–«Hay que vivir la vida como si solo tú supieras que va a caer un meteorito», dijo el otro día en el programa de Jordi Évole sobre Juan Carlos Unzué, enfermo de ELA.
–Este tipo de episodios te enseña eso, que nunca se sabe lo que va a pasar. Igual un día de viento te cae un tiesto en la cabeza y te mata. Con la de cosas pendientes que tienes...
–¿Cuál es la película de la que se siente más orgulloso?
–Supongo que '100 metros' ha marcado mi pequeña carrera cinematográfica y también mi vida. Para mí fue la más exitosa, no por taquilla o la crítica, sino porque sigo cruzándome con gente que me da las gracias por aquella película. Médicos que la recomiendan, enfermos de ELA que la sienten como un chute... Siempre estoy deseando que me lleguen proyectos de este tipo, como 'El bus de la vida'.
–3 millones de seguidores en Twitter y 2 millones y medio en Instagram. ¿Qué ha aprendido de las redes sociales?
–A darles la importancia que tienen: la justa. Esa no es la realidad. Uso más Instagram porque me parece más amable. En Twitter hice algo muy sano que me recomendaron Juan Gómez Jurado y Arturo González Campos: bloquear una lista de palabras para que no aparezcan en tu 'timeline': podemita, facha, Venezuela... Parece que no, pero te crea una red social más amable.
–¿Hoy sería feliz como profesor de educación física en un instituto?
–Buscaría la manera de serlo. Cuidado, es una opción que siempre está, ¿eh? Todos tenemos en la cabeza a gente que ha currado mucho en cine y después no se les ve. No se me caerían los anillos por volver con la comedia a los bares. O volvería a ser quiromasajista. O aprendería a ser jardinero, que creo que me gustaría mucho. Me encantaría jubilarme como actor, pero si no ocurre no me rasgaría las vestiduras. Seguiría viendo cine desde el otro lado.
Dani Rovira ya ha aprendido sobre la historia de Orduña y su condición de única población vizcaína con título de ciudad. Sin embargo, hoy ha cambiado los espacios abiertos por el Bilbao del futuro y rueda en la escuela de diseño Kunsthal en Zorrozaurre, un edificio abovedado que acogió una fábrica papelera. En 'El bus de la vida' será la sede fashion de una discográfica madrileña,Feel Good Records, dispuesta a lanzar al estrellato a este profesor con vocación de cantautor. Andrés Gertrúdix, en la piel de un cantante de éxito tipo Leiva, también anda por aquí.
Ibon Cormenzana, que subió a recoger el Goya como productor de 'As bestas', es un cineasta atípico, que el año pasado estrenó dos cintas como director: 'Culpa' y 'La cima'. Lo suyo son historias de retos, de superaciones, como las que tiene que afrontar el protagonista de una cinta luminosa llamada a infundir buen rollo, a derramar alguna lágrima y salir del cine con una sonrisa. Es la quinta semana del rodaje y todavía quedan dos más. En unos días filmarán en el Antzoki.
«Elegí Orduña para homenajear a mis aitites maternos. Cuando yo nací, ya vivían en Deusto. Así que solo conocí Orduña cuando fui a enterrarlos», descubre el director. «Recorrí unos treinta pueblos para rodar la película y supongo que el inconsciente me llevó hasta allí». La idea del guion, coescrito junto a Eduard Solá, se la proporcionó un pariente, al que detectaron un tumor en el oído. «Entró en ese autobús, entre Tudela y Pamplona, y me contó anécdotas que en vez de ser dramáticas eran muy graciosas, dentro de la desgracia.Pensé que era una buena excusa para hablar de un tema serio y profundo que nos toca a todos, utilizando el humor y la música como herramientas terapéuticas»
La música es esencial en 'El bus de la vida', que cuenta con canciones muy conocidas de grupos como Kase. O, Los Chikos del Maíz, Fito y Fitipaldis, Juancho Marqués, Chill Mafia, Morgan y Rigoberta Bandini, además de temas originales compuestos por la actriz Manuela Vellés, pareja del director, que interpreta Dani Rovira.
«Suenan catorce canciones, algo que nunca había hecho en una película.Tengo mucha curiosidad por comprobar cómo se integran», reconoce Ibon Cormenzana.
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