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Que Hollywood está tratando de replicar algunos de sus momentos más brillantes es un hecho. Solo de esta manera puede entenderse el empeño por recuperar y renovar franquicias que en su día fueron todo un éxito. Detrás de la idea se esconde un objetivo tan simple como necesario para las maltrechas salas: llevar a los cines no solo a quienes ya se divirtieron con 'Los cazafantasmas' o la trilogía -convertida ya en pentalogía- de Indiana Jones, sino a nuevas audiencias que accedieron a este tipo de aventuras desde el salón de casa.
Este es el papel que tiene por delante 'Gladiator II', la secuela de la cinta que Ridley Scott estrenó en el año 2000 y que protagonizaba un Russell Crowe que vio su carrera catapultada. Más de 465 millones de dólares amasó en taquilla esta reinvención del peplum -fue la segunda película más taquillera de aquel año- que seguía los pasos del general Máximo en su camino de venganza, después de que el emperador Cómodo, al que encarnaba un hipnótico Joaquin Phoenix, asesinara a su familia y él fuera forzado a convertirse en esclavo y a saltar a la arena como gladiador.
'Gladiator II', de nuevo con Ridley Scott detrás de las cámaras, es en este sentido una secuela de manual, para lo bueno y para lo malo, que replica en cierta medida la estructura de la original. Con una estupenda secuencia de créditos elaborada a base de pinturas que rescatan algunos de los fotogramas más memorables de la primera entrega -sí, la de la mano acariciando el trigo está-, la película tiene lugar dieciséis años después de la muerte de Máximo.
El Imperio Romano está en plena decadencia pero aún así continúa librando batallas para conquistar tierras, la última en Numidia, una ciudad bárbara situada en las costas del norte de África. Allí el general Marco Acacio (Pedro Pascal), enviado por los emperadores Caracalla y Geta, arrasa con todo, en una secuencia muy espectacular en la que decenas de barcos asaltan una gran muralla. La batalla culmina con el arresto de Hanno (Paul Mescal), el general de las huestes bárbaras y la caída en la refriega de su esposa. Convertido en esclavo, será trasladado a Roma donde se pondrá al servicio de Macrino (Denzel Washington), un hombre de negocios que ve en el joven un potencial gladiador. A partir de ahí, comenzará un intrincado camino para vengarse de Marco Acacio y propiciar la caída del Imperio Romano, pero en su travesía reconocerá a una persona de su pasado que lo puede cambiar todo.
No es, pues, el colmo de la originalidad 'Gladiator II', aunque Scott cuente en las notas de producción del filme que tardaron «años» en decidir cómo iba a ser una secuela que, sí o sí, tenía que hacerse dado que «la popularidad de 'Gladiator' no dejó de crecer» en todos estos años y que «el público no se ha olvidado de la película» original. Como aquella, esta secuela intercala vibrantes secuencias de acción con intrigas palaciegas que van ahondando en el pasado de Hanno y revelan su conexión con Lucila, la esposa del general Marco Acacio, a la que Connie Nielsen vuelve a dar vida, en uno de los pocos personajes que sirve de ancla con la cinta original. Desde un mano a mano contra unos monos rabiosos -no es el mejor CGI de la película, la verdad- hasta una estupenda batalla naval con el Coliseo de Roma inundado, pasando por intensos combates cuerpo a cuerpo donde los espadazos y las malas artes son una constante.
Trufada con secuencias de la cinta original que funcionan a modo de flashbacks, esta secuela fluye a buen ritmo durante gran parte del metraje, pero se atasca, y bastante, en una parte final menos grandilocuente de lo que cabría esperar y casi anticlimática. Paul Mescal y Pedro Pascal defienden con soltura sus papeles, pero es Denzel Washington quien se merece todas las alabanzas por su trabajo como Macrino, un villano ébrio de poder, tan alocado y divertido que roba por completo la película. El propio actor parece maravillado en las notas de producción con la envergadura del proyecto. «Es descomunal, como una de Cecil B. DeMille con esteroides. En las escenas de batallas de Ridley no hay cientos de tipos, hay miles. No usa 20 caballos. Tiene 20 veintenas de caballos. Mires donde mires en esta película, estás en ese mundo. Estar en el plató con miles de soldados con trajes espectaculares y espadas y escudos de colores brillantes y caballos por doquier hizo que todo aquello me pareciera algo más que una película», describe.
Y es cierto. Visualmente, 'Gladiator II' se empeña en ofrecer épica y lo consigue, pero resulta curioso que la entrega original, con casi veinticinco años a sus espaldas, tenga una fotografía bastante más exquisita y cuidada. Desde luego, y aunque lo intenta, esta secuela no dejará en la memoria planos como el del trigo o la feroz pelea junto a dos tigres encadenados. Se nota también la ausencia de Hans Zimmer, autor de la partitura original, que aquí es sustituido por Harry Gregson-Williams.
En definitiva, 'Gladiator II' cumple su cometido de entretener al respetable con dos horas y media de acción e intrigas palaciegas en una Roma decadente y en crisis, gobernada dos hermanos emperadores que han perdido la cordura y que solo pueden ofrecer aquello de pan y circo. Quien espere algo más, sin embargo, se volverá a casa un tanto decepcionado.
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