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'El último suspiro', de Costa Gavras, recuerda en su título a las memorias de Luis Buñuel, de quien Franco Nero, presente en San Sebastián por el ciclo dedicado al policíaco italiano, ha contado que le llamaba por su apellido porque no soportaba su nombre: Franco. Sin embargo, el último largometraje del director griego afincado en París se titula como el libro del filósofo y escritor Regis Debray y el médico Claude Grange, que lleva por subtítulo «acompañando al final de la vida». A sus 91 increíbles años, el director de 'Z', 'Desaparecido (Missing)' y 'La caja de música' es normal que se preocupe por la cercanía de la muerte.
La imagen en San Sebastián del ganador de dos Oscar flanqueado por Charlotte Rampling y Ángela Molina, actrices del filme, es historia del cine europeo. Costa Gavras se atreve a abordar «un tema tabú», una palabra «que nos da miedo desde niños». En vez de «muerte», el director prefiere hablar de «viaje», el que emprenden los enfermos terminales en las unidades de cuidados paliativos. En este sentido, 'El último suspiro' coincide en su temática con otra de las grandes películas de la sección oficial, 'Los destellos', de Pilar Palomero. Y en Nuevos Directores también aparece otra cinta, 'My Eternal Summer', que aborda los cuidados desde el punto de vista de una adolescente.
Un reputado y popular filósofo (Denis Podalydès) al que han detectado una mancha cerca del pulmón entra en contacto con el responsable de cuidados paliativos de un hospital (el cómico Kad Merad, aquí impecablemente serio). Congenian y el médico le pide que le acompañe a ver a los enfermos. El intelectual quedará fascinado por las situaciones que descubre junto a un médico «que no cura a los vivos, sino que acompaña a los que van a morir hasta el final», como describe un personaje. Unos pacientes aceptan el final de su vida, otros se resisten, igual que las familias. Gavras narra un caso tras otro a modo de flashbacks, incluidos dos episodios protagonizados por una mujer burguesa (Charlotte Rampling) y una gitana (Ángela Molina).
«El tema me interesaba personalmente. Tengo 91 años, una edad en la que se acerca el horizonte de la muerte», admitió Costa Gavras. El libro de Debray y Grange le proporcionaba la oportunidad de «hacer cine sin traicionar los hechos». Para el autor de 'Amén', lo primordial en una película es que sea «un espectáculo que emociona, porque el cine no es una escuela o una universidad donde se hace algo didáctico». Su mensaje está claro: «Lo esencial es irnos con dignidad, para nosotros y para los que se quedan, no dejar un rastro de miedo. Yo he vivido la experiencia de ver morir a alguien que me decía: 'no me dejes irme'. ¿Qué podemos hacer? Tenemos que prepararnos con convicción y quizá con una sonrisa, porque la muerte es inevitable».
'El último suspiro' es una película durísima, que remueve al espectador y cuya recepción depende de la experiencia personal que se tenga con la muerte de seres queridos. También es un filme apasionante, narrado sin un solo desfallecimiento por un maestro que no teme reclamar la eutanasia. «Los políticos tendrían que tener la valentía de crear lugares para los que quieren morir cuando el cuerpo o la mente ya no les responde, ayudarles a hacerlo en las mejores condiciones. Cada vez vivimos más años y hay más gente mayor, que no se atreve a ir a un hospital a pedirlo». Costa Gavras exigió «condiciones para no sufrir» en ese tránsito, «de la misma manera que las embarazadas pueden parir sin dolor». El doctor Claude Grange, presente en la rueda de prensa, matizó que esa autorización para aplicar o favorecer la muerte tiene que ser «jurídica y no médica y no debería hacerse en un hospital».
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