Hoy arranca el evento más esperado de esta Navidad, un regalo con el que ni siquiera los Reyes Magos podrán competir: la campaña de vacunación. Es muy probable que, a la hora a la que usted esté leyendo esta columna, ya haya un puñado de ... mayores y sanitarios vacunados en una residencia de la provincia de Guadalajara. La vacuna contra el coronavirus tiene muchas más cosas en común con Sus Majestades: igual que a Melchor, Gaspar y Baltasar, llevamos esperándola casi todo el año; e igual que pasa con los Reyes -con los Magos, quiero decir- es más fácil creer en ellos que en la posibilidad contraria. La alternativa a los tres sabios de Oriente es, como dice Santiago Alba Rico, 'La Gran Conspiración': todos los adultos del mundo puestos de acuerdo, por una vez y sin más motivo que la pura felicidad infantil, para renunciar a cualquier clase de mérito al respecto de las compras navideñas y atribuir el reparto de los juguetes que tanto esfuerzo les ha costado conseguir a unas criaturas mágicas imaginarias. Que los Reyes Magos existan es verosímil porque la alternativa es increíble; y una campaña de vacunación seria, rápida y universal tiene que ser verosímil porque la alternativa -otro año terrorífico- es inasumible.

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Por tanto, y sin que sirva de precedente, volvamos a creer: creamos en que la producción de los próximos meses será suficiente para vacunarnos a todos; creamos, mientras las dosis no terminen de llegar, en la inmunidad de rebaño; suspendamos el juicio y creamos, aunque sea por un rato, en las palabras esdrújulas que están llamadas a salvarnos: la logística, los médicos, la política. A veces volver a creer es la manera más directa de recuperar aquello que nos pertenece.

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