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Hace tiempo que no pasa nada porque ya nos ha pasado demasiado. Me di cuenta ayer, camino del trabajo, cuando me paré a mirar los carteles que hay pegados en la tapia de un solar. Porque ahí siguen, los pobres. Rotos, descoloridos por el sol ... y caducados como un yogurt de coco olvidado en el fondo de la nevera, anuncian cosas que nunca llegaron a suceder. El único cartel nuevo que veo es el de un concierto de Sting que se celebrará en Murcia en julio de 2021, dentro de diez meses. ¡Qué largo me lo fiais! Para entonces, veremos si está él para conciertos. Y nosotros.
Una, antes, confiaba en que las cosas que estaban programadas sucederían, siempre que el tiempo y la autoridad competente lo permitieran. Ahora, también tiene que permitirlo la pandemia. Y, de momento, no está por la labor. O está lo mínimísimo, que lo que se puede hacer hoy no se parece en nada a lo que se podía hacer poco tiempo atrás: las multitudes, que en los conciertos prepandémicos coreaban canciones entre achuchones y botellines, han acabado convirtiéndose en unas cuantas personas silenciosas que se sientan en sillas separadas y mueven el pie al ritmo de la música. A pesar de ello, preferimos disfrutar de las cosas descafeinadamente que no hacerlo. Y no pasa nada; es mejor eso que morirse, que dijo la filósofa. Cuando se abrió el Teatro Real tras el estado de alarma (y sin el lío que se montó el otro día), Rosa Belmonte escribió que ella no quería una vida sin «La traviata». Yo, en cambio, podría vivir sin Sting, que desde que dejó Police se puso de un intenso que no hay quien lo aguante. Pero, fobias aparte, nada deseo más en el mundo que se pueda celebrar el concierto. Y, si es como antes, mejor. Aunque yo no vaya.
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