Decía ayer Rosa Palo, en este mismo espacio, que tres —o cuatro— son los estados de la materia más universal de cuantas conocemos, es decir, del amor. Yo añadiría otro más; un estado que, como el sabor umami, a veces se nos olvida citar pese ... a ser, quizás, el más delicioso: la soltería. En este Día Mundial del Soltero, que se celebra desde la década de 1990 cada víspera de San Valentín en un intento por que nadie se quede sin su ración de afecto consumista, no está de más recordar las múltiples cosas positivas de no tener pareja. Por ejemplo: si estás soltero, y salvo que seas Yoshiro Mori, el presidente del comité de los Juegos Olímpicos de Tokio, no tendrás que dormir cada noche al lado de un señor que todavía considera a las mujeres cotorras sin control sobre su propio torrente verbal; y, a no ser que te llames Laura Freixas, tampoco te tocará escuchar a la hora de la sobremesa que la presencia de una científica trans en un acto a favor de las mujeres y las niñas en la ciencia es la máxima expresión del 'patriarcado con pintalabios'. Lo dicho, todo ventajas.

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Por el mismo motivo por el que Baudelaire aspiraba a estar siempre ebrio, «para no sentir el horrible peso del Tiempo, que destroza los hombros y nos doblega hacia el suelo», yo aspiro a estar siempre soltera. Quiero estar soltera con independencia de si tengo o no pareja, quiero levantarme cada mañana sin la sensación de necesitar que otro complete mi existencia o valide mi camino y, por descontado, no deseo que nadie me parta en dos para convertirme en su mitad: dos medias naranjas son muy poca fruta para dos zumos. Quiero para nosotros la libertad de elegirnos como se eligen los solteros: no una vez, sino cada día.

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