Elena Moreno Scheredre
Viernes, 23 de agosto 2024, 00:02
Cuando en el mes de agosto llegaban las barracas, el circo, el olor a garrapiñadas y a churros, me sumía en un estado de fascinación y miedo que aún siento. Las luces, la música de pachanga, el griterío y el olor a fritanga se expandían de día y de noche como si existiera un tácito permiso para vivir una aventura. Lanzarse a ella suponía exponerse a sentir muchas cosas, pero entonces todo estaba por descubrir.
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Aunque vayamos por la vida creyéndonos capaces de experimentar un montón de sentimientos los estudios al respecto han decidido que solo hay cinco: miedo, amor, tristeza, alegría o rabia, el resto son emociones, muchas veces derivadas de la experimentación de estos. La noria era un desafío para el equilibrio de los cobardes y el tren de la bruja era lo más. Apretadas en una precaria vagoneta avanzabas con tus amigas por un túnel en el que el mismo que te había vendido las entradas, vestido con un raído delantal y careta de bruja, aparecía para darte un escobazo a lo largo del corto trayecto. Cuando salías del túnel veías a los progenitores con cara de felicidad sonriendo por aquel miedo infantil que te ponía patas arriba. La adrenalina subía y bajaba, tu cuerpo era un cóctel de emociones que ni un cocainómano puede experimentar, gritabas antes y después del susto para delicia de los que esperaban turno.
Creo que el tren de la bruja sigue siendo un top para el público, pero ahora el miedo es un producto de consumo que genera miles de beneficios. Películas, novelas, viajes a lugares inquietantes, magos del mentalismo, podcast de crímenes y desde luego ese programa que se acuna con la música de Pink Floyd y la pareja más peculiar del panorama televisivo patrio.
Saber de antemano que estamos seguros, que lo que vamos a vivir no es más que una recreación o interpretación de la realidad, te da una ventaja decisiva y la posibilidad de experimentar una emoción enciende el deseo. Leo que llega a Barcelona el próximo septiembre el hotel Drácula, un espacio en el que entras creyendo que vas a pasar miedo, pero no sabes a lo que vas a enfrentarte porque la realidad virtual no es el tren chu-chu. Cuando atraviesas la puerta y provisto de unas gafas tecnológicas todas las criaturas terroríficas de los Cárpatos nos estarán esperando. Mis miedos infantiles, desde el 'sacamantecas' al tren de la bruja, se han ido desplazando hacia la realidad; me da miedo la estupidez, los líderes tontos con ideas, Netanyahu, Maduro, los incendios, el terrorífico calor y ahora, el jorobado virus del mono que se propaga más rápido que un rumor. El caso es estar acongojada un ratito al día.
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