Las diez noticias imprescindibles de Burgos este martes 21 de enero

Shirley Temple dejó de creer en la Navidad cuando su madre la llevó a ver a Santa Claus a unos grandes almacenes y el tipo le pidió un autógrafo. Yo dejé de creer en los Reyes Magos cuando encontré la bici que les había pedido ... escondida en el trastero. A cambio, empecé a creer en mis padres. Y a ellos les sigo pidiendo todo lo que me hace falta, todo lo que nunca podré comprar. Siempre les pido lo mismo: serenidad sin ansiolíticos, arrojo para afrontar lo que me pongan por delante, entereza para sobrellevar lo que tengo por detrás, un poco más de fuerza de voluntad y un poco menos de soberbia. Y, ya puestos a pedir, que cesen los audios de wasap. Aunque en ese negociado no albergo esperanza alguna: también lo pedí el año pasado y no solo no desaparecieron, sino que comenzaron los mensajes de voz en Twitter. Qué cachondos, los tíos.

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Las otras cosas, las que van envueltas en papel brillante y lazos de colores, se reducen a una lista de libros tan dispares que podría ser la de la bibliotecaria de un pabellón psiquiátrico. Pero confío en que, a fuerza de leer, aprenderé a escribir. Porque el único regalo que me pido a mí, reina maga de mis palabras, de mis puntos y de mis comas, es la columna perfecta. A ver si de esa forma acaban pidiéndome autógrafos en unos grandes almacenes, como a la Temple, que el «una firmita, por favor» que acostumbra a soltarme la dependienta del supermercado terminal en mano no cuenta. Tampoco hoy, que he ido a comprar el roscón y me he pasado más de tres horas eligiéndolo: con la barrila que nos están dando con las grasas hidrogenadas y con la nata que no es nata, cada vez nos ponen más difícil creer en la monarquía. En cualquier caso, felices Reyes.

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