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Estos días de sofá, manta y apocalipsis nos damos cuenta a la fuerza, como Carmen Martín Gaite en su novela de 1999, de que lo raro es vivir. Bob Pop recuperó estos días un fragmento del libro en sus redes: «Hay veces en que lo ... normal pasa a extraordinario así por las buenas y lo notamos sin saber cómo.» Y ayer mi compañera Rosa Palo, en este mismo espacio, reflexionaba acerca de lo raro que es todo y lo mucho que tardamos en darnos cuenta cuando vivimos una situación de aparente normalidad. Martín Gaite lo cuenta a la perfección: «Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, (...), que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, (…) y lo más raro es que lo encontramos normal.»
Lo raro es salir a la calle sin ninguna sensación de peligro. Lo raro, lo verdaderamente extraordinario, es estar sano. Lo raro es pasear, deambular sin ningún otro objetivo más allá de dar un paso detrás de otro. Lo raro es comunicarse con la familia, los vecinos y los amigos con la tranquilidad que da la sensación de pertenencia. Lo raro es poder tocarnos unos a otros de manera despreocupada, natural, efímera. Lo raro es pertenecer al 1%. Lo raro es dar tan por sentados unos privilegios azarosos que necesitamos que una emergencia nos retenga en casa para atisbar nuestra propia fortuna. Por favor, quédemonos en casa. Protejamos nuestro bienestar futuro, que como pueden comprobar, es más frágil de lo que parece. Lo raro, no lo olvidemos, es vivir.
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