El sector de la educación superior está viviendo una de las mayores revoluciones de su dilatada historia, tras la irrupción de internet y de la educación en línea. A consecuencia de esto, las universidades se enfrentan a retos muy relevantes. Sin duda son más de los que aquí voy a mencionar, pero creo que en ninguna clasificación que los aborde pueden faltar los seis siguientes.
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El primero es la necesidad de profundizar en los procesos de digitalización, que será la base sobre la que se desarrolle la enseñanza híbrida y la incorporación de la inteligencia artificial. La enseñanza híbrida (una combinación de docencia presencial y en línea) va a ser la principal modalidad educativa del futuro. Su utilización va a exigir, sobre todo a las universidades presenciales, formar a su profesorado en las metodologías virtuales y dotarse de los medios técnicos necesarios para utilizarlas y para saber emplear la IA en las aulas. Como decía recientemente el rector español de Georgia Tech, Angel Cabrera, «los docentes que no sepan usar la IA serán reemplazados».
El segundo es transformar la enseñanza para explicar otras cosas y de otra manera. Ello demanda, al menos, cinco cosas: una apuesta clara por la interdisciplinariedad al estilo de lo que hace la London Interdisciplinary School, cuyo objetivo es formar a los estudiantes en la resolución de problemas complejos; una mayor insistencia en la formación en competencias para conseguir mayores niveles de empleabilidad, fomentar la enseñanza dual para favorecer la formación práctica de los alumnos y su integración en el tejido empresarial; someter toda la oferta educativa a condiciones que acrediten su calidad y esto es especialmente importante en una cultura de la evaluación 'ex post' por el que se conducen muchos sistemas educativos, y cambiar las metodologías de enseñanza con el objetivo de favorecer la participación activa de los estudiantes. En este punto, el método del caso, la clase invertida u otros procedimientos utilizados para facilitar el diálogo y el debate deben sustituir a las clases magistrales que han de emplearse de forma moderada.
El tercero es no solo definir una política científica solvente con líneas claras, financiación suficiente y publicaciones de referencia, sino también una política de transferencia de esa investigación al tejido empresarial y a toda la sociedad. Es preciso que cada universidad disponga de los instrumentos adecuados para llevar a cabo esa labor ya sean las fundaciones, las oficinas de transferencia u otros organismos 'ad hoc'.
El cuarto es el fomento de lo 'glocal' como fórmula de la acción territorial. La universidad tiene que ser un elemento dinamizador del espacio donde está implantada, pero a la vez tener una clara vocación internacional. La primera misión incluye cubrir las necesidades de buenos profesionales de su ámbito regional, ofrecer o colaborar en la investigación que se necesita o realizar una labor de extensión universitaria. La segunda función exige más alumnos y profesores internacionales, más redes de investigación, más programas docentes compartidos, más convenios de colaboración. Hay que intensificar la cooperación interuniversitaria en muchos países, España entre ellos.
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El tamaño importa, sobre todo para poder ofrecer productos de verdadera calidad en docencia e investigación. Hay ejemplos de fusión de universidades que han alcanzado por esta vía la dimensión conveniente; pero si no es posible, al menos, sería oportuna una mayor coparticipación de las instituciones educativas en las actividades académicas.
El quinto es incorporar a la hoja de ruta de cualquier universidad, una decidida proyección social. Debe abrirse al mundo exterior y abandonar la torre de marfil que alberga su espacio de confort. Las universidades han de tener una relación más fluida con el tejido empresarial: estar atentas a las demandas de las empresas, colaborar con ellas en la investigación aplicada y transferirles los resultados de esa investigación. Las compañías, por su parte, deben proporcionar personas experimentadas para la docencia y la investigación, financiar proyectos, participar en los órganos de gobierno de las instituciones educativas y acoger a los estudiantes en prácticas en las condiciones adecuadas.
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La dimensión social incluye también el apostar por universidades inclusivas y diversas para favorecer la incorporación de personas o grupos con características o condiciones especiales que dificultan su inserción. Y apostar por una función de extensión universitaria que lleve la cultura a la calle.
El sexto es definir una oferta suficiente y de calidad para la formación continua. Es necesario establecer un portfolio de títulos propios y convenientemente actualizados, para que los conocimientos adquiridos no queden desfasados demasiado rápido con el tiempo.
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En resumen, los retos a los que se debe enfrentar la universidad del futuro pasan por diseñar una nueva docencia y enseñar de otra manera, con una mejor formación en capacidades, el desarrollo de la digitalización y la inteligencia artificial, favorecer las enseñanzas híbridas, dotar a los alumnos de buenos niveles de empleabilidad, e incorporar la formación continua.
La investigación demanda mejor financiación, una buena transferencia de los resultados y una apuesta decidida por el emprendimiento y la innovación. Y para estas y cualquier otra misión tres acciones resultan necesarias: intensificar las relaciones interuniversitarias, reforzar los los vínculos con las empresas y favorecer buenos niveles de internacionalización.
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