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El féretro de la reina Isabel II llega a la abadía de Westminster. AFP
Puro vicio

Puro vicio

La muerte de Isabel II nos hace olvidar lo que está pasando en el mundo al mismo tiempo

Juan Francisco Ferré

Martes, 20 de septiembre 2022, 00:29

James Bond murió el otoño pasado y ahora la reina Isabel, un mundo mental y sentimental perece con ellos. Los rumores maledicentes insinuaban que la vida de la reina, al quedarse sin su agente favorito, perdió estímulos y se fue desdibujando. Para Bond, sin embargo, ... esa desaparición supondría una forma de orfandad, sin majestad británica a la que servir combatiendo enemigos del imperio y abusando de mujeres hermosas que eclipsan la belleza de la reina. Anuncian ahora que el agente 007 lo interpretará una actriz dispuesta a servir a Carlos III como Camila Parker cuando estaba casado con Diana Spencer, mártir del pueblo.

Bromas aparte, el espectáculo de la momia itinerante y el ceremonial kafkiano de su entierro, diseñado por la reina a su mayor gloria, están logrando colmar los apetitos culturales de las élites anglófilas, con su boato trasnochado, y exasperar a los escépticos. La puesta en escena del funeral contiene los signos evidentes de lo que convierte hoy a la monarquía en un arcaísmo insustancial, pura pompa vacía. Olvidamos a menudo que estas dinastías regias encarnan los privilegios y las injusticias más sangrantes. Y llevan dos semanas bombardeandonos sin piedad con imágenes televisivas de muchedumbres sumisas y crédulas ante el ataúd monárquico para encubrir cualquier otra noticia relevante.

Sin salir del Reino Unido, 'The Lancet', la prestigiosa revista científica, publicó la semana pasada un informe donde acusaba a los gobiernos mundiales de incompetentes en la gestión de la pandemia, con diecisiete millones de víctimas como nefasto resultado. Y nadie dimite ni dimitirá por ello. Hasta el exministro Illa se ha puesto la medalla y ha presentado un libro donde celebra su ineficiente labor con la complicidad de Sánchez y la cúpula socialista. Qué vergüenza. No es de extrañar esta actitud en un partido que defiende con uñas y dientes el indulto a Griñán, presidente andaluz que financió con dinero público su permanencia en el poder, comprando votos a diestro y siniestro. Si esto no es lucro personal es que ya no entiendo las acepciones del DRAE.

En este contexto, es natural que alguien con el don de la oportunidad de la ministra Irene Montero lance la campaña del «hombre blandengue». Tiene razón la titular de Igualdad. El «hombre blandengue» es el ciudadano ideal para los políticos del siglo XXI. El que se traga todas las mentiras del poder sin poner en cuestión sus maquiavélicos intereses y carece de sentido crítico para ver la obscena caducidad de la monarquía.

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