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Hoy, en este cinco de mayo raro y de dudosa heroicidad, se cumplen veinte años del estreno de 'Gladiator'. No sé si la efeméride viene muy al caso: pese a la gravedad de una pandemia que sigue sacudiendo al mundo entero, y pese a ser ... ésta una época en la que las metáforas bélicas proliferan con la misma alegría que los champiñones silvestres, la épica chusca que reviste los telediarios, los discursos políticos y las tertulias televisadas dista mucho de la que recorre, desde la cabecera hasta los créditos, el peliculón de Ridley Scott.
Si tenemos en cuenta sus últimos movimientos, parece que Pablo Casado está intentando por todos los medios convertirse en Joaquin Phoenix; pero en lugar de imitarlo en 'Her' y quedarse, tal y como debería, sentadito en su casa interactuando a través de su teléfono móvil, se dedica a jugar a las películas de romanos: como un emperador venido a menos, se pasea por la Puerta del Sol cual César, pasando revista a las tropas sanitarias sin un triste mandato democrático que avale tal actitud. Y aunque la lucha de gladiadores se le da un poco peor que al malvado Cómodo, la puñalada trapera a Máximo en 'Gladiator' es un alarde de elegancia en comparación con la que le ha clavado Casado a Sánchez al aventurar que dejará de apoyar al gobierno en el Congreso.
No me malinterpreten: es evidente que Sánchez tampoco es Russell Crowe, pero un hombre sigue siendo un hombre, un virus sigue siendo un virus y una vida, no lo olvidemos, sigue siendo una vida. Los guionistas de 'Gladiator' entendieron esto mejor que nuestros políticos, y pusieron esta frase en los labios de Máximo: «No sabemos a qué nos enfrentamos, pero es más fácil que sobrevivamos si peleamos juntos».
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