Las diez noticias imprescindibles de Burgos este martes 21 de enero

Subió Irene Montero al estrado, requirió el micrófono y dijo con enorme facundia y gran certidumbre: «En Ucrania lo que hace falta es diplomacia de precisión». Fue oírla y sumirme en la melancolía. ¡Ay, Irene, si tú supieras! Siento que toda mi vida ha sido ... una carrera infructuosa en pos de la precisión. Tenías que ver los sudores que sufría de niño en esas clases abominables de dibujo técnico, cuando el profesor nos aseguraba que las líneas resultantes debían juntarse en un punto pero a mí me quedaban siempre alejadas y hostiles, como si se repelieran, arruinando todos los esfuerzos diplomáticos de mi compás. Aquello acababa solucionándolo yo de manera expeditiva, empleando sin miramientos la violencia y dibujando con el rotring unos puntos gordos, a veces gordísimos, que engullían cualquier línea que pasase por allí cerca.

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Dejé el dibujo técnico en cuanto pude, Irene, pero no creas que con la escritura me ha ido mejor. Cómo me gustaría cultivar una prosa tan exacta como un reloj atómico y atinar con los adjetivos o, mejor aún, poder prescindir por completo de ellos porque he encontrado el sustantivo perfecto, preciso, inapelable. Sin embargo, todos los días la lengua se me escapa como arena entre los dedos y para colmo soy muy dado a enmendar bautismos y mi mente baraja los nombres de mis entrevistados para asignarles luego resultados aleatorios y sorprendentes. Da igual lo que haga, Irene: si se llaman José Luis, José María, José Manuel o José Ignacio están perdidos.

Por eso, desde la altura moral que me concede mi propio fracaso, con cariño te diré, ministra, que pocas veces he leído una expresión más nebulosa, ambigua, vacía e imprecisa que «diplomacia de precisión».

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