Secciones
Servicios
Destacamos
En estos momentos me siento más cercano a Ashleigh Barty que a Rafa Nadal. Vivimos tan obsesionados con el triunfo, las clasificaciones y las plusmarcas que habíamos olvidado el hermoso espectáculo de la renuncia. En todos los colegios de Primaria colgaría yo fotos de Ashleigh – ... sin raquetas, relajada, vestida de persona– para explicarles a los niños la grandeza de abandonar la competición y decir ahí os quedáis. Cuidadín, chavales: lo que los mayores llamamos «éxito» es la liebre de goma que persiguen agónicamente los galgos.
Sabrán ustedes que Ashleigh Barty, la mejor tenista del mundo, se ha retirado a los 25 años. Ha ganado tres grandes torneos, pero ni siquiera le interesa pelear por anotarse el que le falta y entrar así en no sé qué lista importantísima. Ha descubierto Ashleigh que la posteridad es una estafa y que el trabajo (el suyo, el mío, el de usted), por muy interesante que parezca de lejos, tiene mucho de condena bíblica y de levantarse los lunes sin ganas. Barty ha conseguido un montoncito de dinero y ha decidido marcharse del casino ahora que puede.
Rendiríamos un gran servicio a la humanidad si montáramos una pira con todos los libros y carteles que defienden, con signos de exclamación y dibujos de musculitos, esa patraña perversa de «si quieres puedes». A mí me habría encantado ser futbolista de Primera, pero ni aun entrenando veinticuatro horas diarias hubiera conseguido enderezar una carga genética bastante cochambrosa, que no me alcanzaba ni para Regional. Ashleigh, sin embargo, acaba de brindarnos una enseñanza valiosísima, que sí merecería figurar en las tazas de echarse colacao en el desayuno: aun pudiendo, muchas veces es mejor no querer.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.