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Vuelve la pandemia de coronavirus a inquietar a las personas 'afirmativistas' y regresa el caos en las administraciones que tienen la responsabilidad de enfrentarla. Dos años después del comienzo de la alarma nadie parece haber aprendido: los políticos aprovechando para demostrar sus diferencias, los Ejecutivos ... perdidos en su laberinto burocrático, los científicos predicando en el desierto y los ciudadanos de a pie incapaces de cumplir con el reto de librarnos cuanto antes del virus maligno. Es evidente que nadie tiene en sus manos ponerle fin a la amenaza de la noche a la mañana ni resolver todos los males y problemas que ha dejado en la salud de las personas, en la estabilidad económica ni en la normalidad cotidiana de la sociedad. Pero la experiencia de lo sufrido, y sobre todo de los errores cometidos, debería servir para enfrentarla con mayor sensatez y mejores garantías de éxito, pero no parece.
Basta echar una ojeada a las reacciones de la Unión Europea, donde la unidad brilla por su ausencia. Descendiendo a la realidad nacional, el Gobierno, las comunidades autónomas y los líderes de la oposición persisten en aprovechar para hacer alarde de unas discrepancias que rebasan los argumentos sólidos para incorporarlas a la lucha política, que lo mismo se defiende dejar abiertos los lugares de ocio hasta las tantas que se niega a ultranza a imponer la vacunación obligatoria o considera innecesario que se adopten medidas de precaución en los recreos escolares. Hasta los propios tribunales, reflejan una diferencia de criterios que sorprende.
Los cambios en las decisiones, las legalizaciones e ilegalizaciones, las discrepancias en las cifras, las euforias precoces y las contradicciones sobre la gravedad o levedad del riesgo, como no podía ser menos siembran confusión entre las personas que ya no saben si es obligatorio salir con mascarilla a la calle o se pueden organizar botellones, congresos y hasta reuniones navideñas tumultuarias sin que suponga una temeridad.
Son situaciones e iniciativas lógicas en circunstancias normales. Cada cual es libre de comportarse a su manera, aunque a otros les desagrade o parezca disparatado. Pero estas circunstancias son muy especiales: está en juego la vida de todos, tanto la ajena como la propia. Si por algo debería renunciarse a la diversidad de criterios es en circunstancias tan claras como las actuales. No es así: continuamos asustados pensando en que pueda afectarnos, pero permaneceremos hostiles a cambiar nada de nuestra cotidianidad. La vida es así, somos listos, pero humanos.
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