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La Constitución Española, aprobada tal día como hoy hace cuarenta y dos años, dice muchas cosas. Dice, por ejemplo, que se reconoce y protege el derecho «a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio ... de reproducción». Ahí debe radicar el truco, en el medio de reproducción: mientras que, hace algunas semanas, el Tribunal Constitucional decidía mantener la condena a un sindicalista por incitar a la quema de una bandera de España, probablemente no haya ninguna consecuencia para los altos mandos retirados del Ejército que pedían en un chat 26 millones de balas para fusilar a más de la mitad de los españoles. En eso debe consistir la brecha digital: si quieren liarla parda, mejor en whatsapp que en la plaza mayor.
La Constitución Española también garantiza «la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley». Lo de la libertad de expresión tiene sus matices, pero para ejercer la libertad religiosa no hay pandemia que valga: Castilla y León ha permitido celebrar una misa para 250 fieles en la catedral de Burgos, la capital de provincia con mayor incidencia de coronavirus. El orden público al que se refiere la Constitución deben de ser los padres; concretamente, los padres de la Iglesia. Eso sí, si queremos encontrarnos con nuestros padres verdaderos, ni una triste terraza abierta. Al final terminaremos quedando con la familia en el último banco de la catedral, con unas yonquilatas y unas bolsas de pipas. Ya saben, para mantener el orden constitucional.
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