«La Nochebuena se va, / y nosotros nos iremos / y no volveremos más»: cada diciembre, la primera cena de Navidad me imprime en el hipotálamo el verso de marras; y en cada ocasión, consciente de que el año que termina siempre me parece más corto ... que el anterior, me pregunto lo mismo. ¿Cuántas veces más en mi vida me volveré a sentar alrededor de una mesa rodeada por mis cuatro abuelos? ¿Cuántas vueltas más alrededor del Sol compartiré con mis padres? ¿Cuántos viajes más haré con mi pareja? ¿Cuántas horas pasaré cenando con amigos, cuántos vuelos perderé, cuántas veces me emborracharé hasta quedar inconsciente? ¿Cuántos libros más leeré, cuántos más escribiré? Responda lo que responda, y por mucho que interprete las estadísticas con una fe ciega en la ciencia, el número resultante es tan bajo que me paraliza.

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El espíritu decadente del 'Dime niño' lo resume como nadie Woody Allen al comienzo de Annie Hall: «¿Conocen este chiste? Dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña, y dice una: «¡Vaya, aquí la comida es realmente terrible!». Y contesta la otra: «Sí, y además las raciones son tan pequeñas...». Pues básicamente así es como me parece la vida: llena de soledad, histeria, sufrimiento, tristeza... Y, sin embargo, se acaba demasiado deprisa.» Ésa es la trampa: el cronómetro sigue corriendo aunque la comida sepa a rayos. Así que, por lo que pueda pasar, equivóquense pronto. Gástenselo todo en una empresa condenada al fracaso, falten a sus exámenes por culpa de una resaca monumental, dejen a sus parejas por alguien que les parta el corazón. O, al menos, cuestiónense si de verdad están construyendo la vida que quieren, porque el mundo sigue girando y nada es más grave que continuar por inercia: ni aquel trabajo era para tanto, ni aquel amor tambaleante sería eterno. Y nosotros nos iremos. Y no volveremos más.

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