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Nunca escuché a la 'generación Nocilla' un merecido panegírico de nuestra Nutella. Lo de 'Nocilla Project', de Agustín Fernández Mallo, estaba inspirado en la canción de Siniestro Total 'Nocilla, ¡qué merendilla!'. Eloy Fernández Porta prefería para ese grupo literario el término 'Afterpop', como su ensayo. ... Y este rollo viene a cuento de que han sacado una Nocilla negra. Pero la llaman Nocilla noir, por si lo otro sonara mal. Y sin aceite de palma, eso que nos ha matado toda la vida sin saberlo, aunque no estaba en la composición de la cancioncilla: «Leche, cacao, avellanas y azúcar…». Supongo que ahora lo de leche, tampoco. En 'Succession', y ante la inminencia de la cárcel y el rancho infame, se bromea con la mínima cantidad de arsénico que Rasputín tomaba diariamente para inmunizarse (verdadero o falso, cuando Yusupov se lo dio con el vino no lo mató).
El aceite de palma me daría igual a estas alturas, pero me resisto a probar la negra, como los antivacunas el pinchazo. Porque el chocolate lo prefiero negro, pero la Nocilla, como siempre. Me descoloca esta variante como Chema García Ibarra con su primera película, 'Espíritu sagrado', sobre cazadores de ovnis levantinos (de Elche, como él), niñas desaparecidas o bocadillos rebozados de jamón y queso. Y esa adorable niña diciendo delante de sus compañeros: «Lo bueno de tener un hijo subnormal es que no tienes que preocuparte de que te lo roben. Lo malo es que es subnormal». Una película de carcajadas, misterios y cosas espantosas. Como la vida. 'Política para adultos' se llama el nuevo libro de Rajoy. Utiliza la expresión «poner en valor». Como adulta envenenada de aceite de palma prefiero las verdades de Chema García Ibarra.
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