En este 2019 se cumplen quince años desde la aprobación de una ley contra la violencia de género en España, y me encantaría poder celebrar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer con una columna optimista. El camino político y ... legal que nos llevó a reconocer que existe una clase de violencia estructural hacia las mujeres por el hecho de serlo fue largo y accidentado; y los tres lustros que han pasado desde que se puso en pie esta norma, en los que se han sucedido gobiernos de colores opuestos, deberían ser una garantía y un punto de partida sólido para hablar de unidad y de consenso social.

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Más de mil mujeres asesinadas después -sin contar a todas las que no aparecen en las estadísticas-, algunos quieren rescatar aquel cuento de la 'violencia doméstica', obviando los casos en los que el maltratador no vive bajo el mismo techo que la víctima y negando la mayor al no dar por cierto un dato irrefutable: la inmensa mayoría de las personas afectadas son mujeres. La propia ley excluye de su amparo otros sucesos que también son fruto de un sistema de profundas raíces machistas y no de la simple casuística: las manadas, las violaciones callejeras, los asesinatos a prostitutas o el acoso sexual en el trabajo.

En este lienzo oscuro, casi gótico, que se esboza con brochazos de desigualdad en el hogar, que se pinta con una enorme brecha salarial y que se barniza con un repunte de los adolescentes que controlan a sus parejas ya en las relaciones más tempranas, de vez en cuando se cuela alguna zona de luz: leo que Euskadi se ha comprometido a garantizar que ninguna víctima quede desamparada si el agresor o el seguro no cubren los daños. Ojalá las farolas de la sensatez se vayan encendiendo y pronto pueda terminar un texto como me habría gustado terminar éste hoy: 'No estás sola. No estamos solas'.

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