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Al volver a ver, hace un par de días, la tradicional predicción televisada de la marmota Phil sobre la duración del invierno, regresaron a mi memoria las imágenes casi idénticas del año anterior. Aunque en ambos escenarios se celebrase el mismo acto, el mismo día ... y con el mismo bicho, las dos ceremonias conviven en el tiempo separadas por el peor de los sedantes: la resignación. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurría en aquella película en la que Bill Murray vivía condenado a repetir el mismo día una y otra vez, en esta ocasión ha sido la disparidad en el pronóstico del animal la que nos ha chivado que, en efecto, ha pasado un año sin que hayamos podido evitarlo. En 2020 la marmota abandonó su refugio, prediciendo así el comienzo anticipado de la primavera; la pobre no podía imaginarse, desde el mes de febrero de un año en apariencia corriente, lo equivocada que estaba. Esta vez —sin duda más precavida— ha decidido no salir de la madriguera, y este confinamiento solidario presagia que el sol todavía tardará en salir.
Como casi todos, prefiero asumir que este año no ha existido. Por desgracia, no ha sido así, aunque si las buscase estoy segura de que encontraría pruebas: hay cosas que no cambian ni siquiera por una pandemia. Un par de ejemplos: cuando despertamos, Iñaki Gabilondo todavía estaba allí, tras un amago de jubilación que ninguno terminamos de creernos; y José Luis Cuerda, exactamente un año después de su partida, aún tiene la poquita vergüenza de seguir muerto. Pero el mundo hoy es otro, y no hemos sido nosotros los que lo hemos transformado. A ver si Phil sale pronto de su madriguera: quizás eso signifique que, esta vez, el invierno durará un poco menos.
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