La libertad del periodismo
No podemos abandonar nunca la búsqueda de la verdad, so pena de destruir la democracia, y el periodismo de calidad es una vía decisiva para buscar esa verdad
josé manuel pérez tornero
Miércoles, 28 de abril 2021, 00:05
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josé manuel pérez tornero
Miércoles, 28 de abril 2021, 00:05
El próximo tres de mayo se conmemora el día de la libertad de prensa. Una jornada que debe servir para proclamar que la información es un bien de todos y absolutamente necesaria en nuestras democracias. Pero también para plantearnos cuestiones claves: ¿Actualmente contamos con la ... libertad de prensa que necesitamos? ¿Disponemos del periodismo capaz de potenciar la legibilidad de la sociedad y de fortalecer nuestra convivencia democrática? ¿O estamos debilitando la fuerza liberadora que debería tener el periodismo en nuestras democracias?
En 1991, cuando la UNESCO consagró esta conmemoración, las perspectivas sobre la prensa eran optimistas. Se percibía una expansión democrática mundial. Había terminado el apartheid de Sudáfrica, y la caída del muro de Berlín y el nacimiento de la Web daban alas a la esperanza. Sin embargo, treinta años después, tras múltiples guerras, la explosión del terrorismo internacional, la crisis de 2008 y, sobre todo, con el actual ambiente pandémico que reina en la esfera pública, cunde el pesimismo y el escepticismo ante el periodismo es general.
Baste leer los últimos informes internacionales de Reporteros sin Fronteras, los de la UE sobre el pluralismo mediático o la preocupación que expresa la Comisión Europea ante el resurgimiento de los bulos y el lenguaje del odio. La nueva economía digital y la superabundancia informativa que prometía tanta libertad parece, sin embargo, que ha sido responsable de la ruina de muchas empresas periodísticas y del creciente descrédito del periodismo en muchos países.
Muchas de las mejores empresas periodísticas que habían crecido durante décadas ofrecen ahora signos inequívocos de perder fuelle. Con menos ingresos publicitarios y suscripciones, pierden recursos, despiden periodistas, zigzaguean en sus líneas editoriales, hacen enormes concesiones a las redes sociales y su influencia social languidece mientras sobreviven agónicamente. Es como si el nuevo mundo digital les hubiera desconectado del flujo vital que mantenían con sus audiencias y les hubiese dejado completamente a la intemperie.
Como consecuencia de ello, el periodismo se debilita. Los y las periodistas se resienten cada vez más de la endémica precariedad laboral a la que se les somete. Luchan en una batalla casi imposible por conseguir la atención de un público cada vez más volátil y se encuentran en situación de debilidad palpable frente a las grandes plataformas digitales. En general, no logran encontrar el sosiego público y la profundidad que suelen acompañar al periodismo crítico y de calidad.
Por si fuera poco, en 2020 la pandemia ha empeorado casi todo. El último informe de RSF indica que la pérdida de libertades en el periodismo ha sido generalizada. El confinamiento y la distancia social impuesta aleja a los reporteros del terreno de los hechos y da alas a la censura fáctica de los diversos poderes. Además, ha aumentado el miedo de la ciudadanía y de buena parte de los periodistas ante la esfera pública. No solo miedo en sentido físico -porque son acosados de hecho en cualquier lugar- sino en sentido moral: cuando el acoso proviene de las redes sociales.
Y, como se sabe, no hay peor obstáculo hacia la libertad de pensamiento y expresión que el miedo.
Sumemos a todo esto la creciente fragilidad con que los y las periodistas viven su profesión. Como la ONU y muchas ONGs vienen denunciando desde hace años, su riesgo físico aumenta y cada vez son más víctimas de asesinatos perpetrados por señores de la guerra, el narcotráfico, las mafias organizadas, etc. Pero lo más preocupante es que esto no sucede ya solo en países de escaso desarrollo democrático, sino que empieza a suceder también en aquellos otros en los que la democracia parecía haberse consolidado.
Porque la polarización social y política tiende a colocar a los y las periodistas en la diana del linchamiento. Son muchos los líderes políticos que usando su posición privilegiada han iniciado una encarnizada batalla contra ellos y contra los medios. Trump, sin duda, ha sido el paradigma pero no el único. Su método, conocido, consistía en acusar y señalar a periodistas y medios concretos para alentar su posterior acoso en las redes. Con ello, no solo amedrentaba a las personas concretas, sino que organizaba persecuciones ejemplarizantes que aumentaban el descrédito del periodismo y de todo lo público.
En este contexto, los caminos para sostener la libertad de prensa no son muchos y todos ellos pasan por empoderar a los periodistas y a la ciudadanía, desde la base.
En primer lugar, se trata de preservar la libertad, algo fundamental para proteger la iniciativa de los periodistas que ejercen su trabajo sobre el terreno. Importan aquí su seguridad física tanto como su dignidad moral y profesional. Hay que protegerlos contra las amenazas físicas que padecen (y acabar con la impunidad de quienes las alimentan) pero también poner fin a los múltiples atentados contra su dignidad profesional (lo que incluye luchar contra la precariedad laboral), contra su honor y su intimidad.
En segundo lugar, se trata de fortalecer la independencia de los medios, especialmente la de los públicos, cuyas obligaciones de servicio son más exigentes y amplias que la de los privados. En esto los poderes políticos tienen mucho que hacer garantizando el pluralismo, la diversidad y el respeto proactivo hacia a la libertad de expresión.
Finalmente es preciso empoderar a la ciudadanía aumentando su conciencia crítica. Y hacerlo desde la familia y desde la escuela (y constantemente) promoviendo lo que ha venido en llamarse alfabetización mediática.
En esencia se trata de asentar en la conciencia de todos la idea de que no podemos abandonar nunca la búsqueda de la verdad -por difícil y compleja que resulte- so pena de destruir la democracia y la idea de que el periodismo (y el periodismo de calidad) es una de las vías -y decisiva- para buscar esa verdad.
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