Homo homini lupus

Damos la mano a los amigos -y a los amigos de nuestros amigos- en señal de confianza, y estos primeros acercamientos son las lazadas que empiezan a tejer las redes humanas, y que permiten que los vínculos superpuestos se anuden cada vez con más fuerza. En política, dar la mano es un signo de respeto, una representación tácita de que -pese al desacuerdo- los rivales convienen jugar con las mismas reglas. En el debate electoral a siete que mantuvieron los portavoces de las principales fuerzas políticas el pasado viernes, Aitor Esteban no le quiso estrechar la mano a Iván Espinosa de los Monteros porque éste había calificado a los miembros del PNV de «racistas y xenófobos». El tema ha traído cola, y hasta el propio partido ha manifestado que fue «una cuestión de principios y dignidad». Puede ser, no digo que no, aunque me parece que el gesto tuvo más que ver con un instinto ancestral. Yo comprendo perfectamente a Esteban: una cosa es ofrecer el cuello ante otro lobo, y otra muy distinta inclinarse frente a una cobra.